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Borja IRIZAR | Socio del Athletic

Somos los mismos

 

Se cumple un año desde el asalto a Old Trafford por parte de las hordas rojiblancas a mandos de un tal Marcelo Bielsa, pero para una batalla futbolística, y aunque pueda parecer que los que no estuvimos allí no tenemos entidad suficiente para recordar, es todo lo contrario, porque si bien es cierto que la envidia me sigue corroyendo -es broma- las vivencias de un día como tal las tenemos marcadas de manera nítida.

La verdad es que aquel día llegó después de un calentamiento previo de varios, por no decir semanas, por lo que no fue difícil estar a tono. Desde la misma mañana no se comentaba otra cosa en Bilbao, mucho más vacía que otras veces pues casi la mitad de su población se había dirigido hacia Manchester a tomar unas pintas y de paso seguir el partido -bilbainada-. Al inicio del `match' me encontraba en la Peña Juvenil del Athletic, lugar de encuentro de grandes hinchas y de mejores cocineros, y en esas estuvimos ayudando en una suculenta cena con la que agasajar a una serie de amigos venidos de diferentes partes del Estado.

La situación, sobre todo en la segunda parte, se asemejó al camarote de los hermanos Marx: entrada a cocina, chillidos, salir de la cocina rápido para ver qué sucedía, vuelta a cocina... A decir verdad, y ahora que ha pasado un año me sinceraré, debí escaquearme un poquito de los quehaceres culinarios porque vi los tres goles del Athletic y bastantes oportunidades en directo, al contrario que mi amigo Pedro, al que le pillaron en la cocina, saliendo como un poseso cuando escuchaba mis histéricas celebraciones de los bacalaos o mis juramentos por las ocasiones erradas. Finalización apoteósica, lágrimas cayeron no sé si al mismo ritmo que las copas, pero cayeron entre continuos abrazos y cánticos y entre afirmaciones más contundentes y serias de que íbamos a Bucarest. A casa llegué, el reloj se debió parar en algún momento, pero llegué.

Pero lo que suele quedar de días así son anécdotas que solo alcanzan tangencialmente al partido. Una es el mensaje que me mandó un compañero gasteiztarra, Unai; decía y sigue diciendo en mi cabeza: «pero el Barça no jugó ayer, ¡qué pasada!». La otra, sentados junto a mí en el Estadio Nacional de Bucarest, me encontré con un señor entrado en años con el que debía ser su hijo, ingleses de Manchester y habían acudido a ver la final por lo que les caló aquello que vivieron una jornada en su ciudad, el día que les visitó el Athletic, y sus hordas de hooligans pacíficos y cargados de buen rollo. Hoy, un año después de aquello, no estaría de más que todas las vivencias y recuerdos de hace tan poco las tengamos ahora en mente, porque hay que estar a las duras y a las maduras y algún día repetiremos.

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