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Floren Aoiz www.elomendia.com

La revolución decarne y hueso

Supieron comprender que tras muchas retóricas incendiarias y permanentes llamadas a tomar los Palacios de Invierno no había sino la vieja pretensión del «primer mundo» de decir al resto del planeta cómo debía hacer las cosas

La muerte de Hugo Chávez ha provocado tantas reacciones y se ha escrito tanto sobre su vida y su trayectoria política que sería perder el tiempo intentar decir algo original. Claro que esto no es una tragedia, porque yo no quiero ser original.

De hecho, prefiero sentirme uno más en la marea de millones de personas que hemos sentido esta muerte como algo cercano. Creo que identificarse con una emoción colectiva tan intensa es mucho más gratificante y productivo desde el punto de vista de la acción transformadora que pretender hacerse el guay con un artículo más o menos brillante. Y no porque no se me ocurran críticas en relación al proceso bolivariano o a su modelo de liderazgo, sino precisamente porque las tengo. Y están ahí porque hay un proceso en marcha que se puede criticar y evaluar, del que se deben señalar errores pero también apreciar grandes éxitos y enseñanzas que pueden ser útiles, por ejemplo, para nuestro país.

No tendríamos un proceso de transformación profunda que valorar y criticar si Hugo Chávez y millones de personas hubieran optado por preservar la pureza de una Revolución con mayúsculas, pura e inmaculada, perfecta, sin concesiones ni vacilaciones, ni contradicciones, en lugar de mancharse en el barro de la revolución de carne y hueso. Por suerte, fueron más allá de las ortodoxias para comprometerse, arriesgar e inventar.

Incumplieron casi todos los consejos que el arrogante discurso pseudorrevolucionario europeo ha sembrado por el resto del mundo. Supieron comprender que tras muchas retóricas incendiarias y permanentes llamadas a tomar los Palacios de Invierno no había sino la vieja pretensión del «primer mundo» de decir al resto del planeta cómo debía hacer las cosas. Y eso que la izquierda de ese primer mundo no estaba ni está en posición de dar consejos. Chávez y otros muchos abrieron dinámicas de transformación profunda porque tiraron a la basura el guión, dejaron los manuales en las estanterías y decidieron dejar los caminos trillados para adentrarse en terrenos llenos de peligros pero también de nuevas oportunidades.

Y donde las teorías y estrategias ortodoxas habían cosechado un fracaso tras otro, lograron generar expectativas y hacer saltar por los aires viejas barreras. Inventaron una nueva manera de hacer política. Y lo hicieron con éxito, logrando un apoyo social y, sobre todo, la activación de sujetos sociales que habían sido ninguneados sistemáticamente, no sólo desde el poder económico, político e intelectual, a veces también desde esas supuestas ortodoxias revolucionarias.

Por supuesto, estos esfuerzos han recibido críticas, muchas de ellas comprensibles y necesarias. Pero también han provocado reacciones de celos y odio de quienes se han sentido puestos en evidencia mientras hablaban y otros hacían. No hace falta irse muy lejos para comprobar hasta qué punto resulta difícil digerir el éxito en el cambio social, con sus claros y sus oscuridades, con sus aportes y sus contradicciones, pero avance en definitiva, para quienes se aferran a la bandera de la Revolución absoluta, perfecta, inmaculada...

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