Verdad, justicia y dignidad para las victimas de las «lavanderías de la Magdalena»
Decenas de mujeres se reunieron el 3 de mazo en el cementerio de Glasnevin, en Dublín, para denunciar un año más el régimen que el Estado y las órdenes religiosas impusieron a más de 10.000 mujeres y niñas recluidas contra su voluntad en centros católicos, donde curas y monjas les sometieron a un trato inhumano y abusivo . Su delito: embarazos extramatrimoniales, ser hijas de madre soltera, rebelarse contra los deseos familiares o la orfandad. Su sentencia: una vida de tortura de la que muchas no lograron escapar.
Soledad GALIANA | DUBLÍN
Las «lavanderías de la Magdalena», que es como se conocía popularmente a estas instituciones, eran dirigidas por monjas y en ellas se obligaba a las mujeres -denominadas «penitentes»- a trabajar para el enriquecimiento de las órdenes religiosas. Las mujeres eran reclusas, porque a pesar de no existir ninguna sentencia o compromiso con las órdenes religiosas, la Policía colaboraba en la detención de las que intentaban escapar de los abusos y el trato inhumano que sufrían a manos de las religiosas. La forma de recuperar la libertad era la fuga o esperar a que la orden las dejara en libertad, lo que no siempre sucedía. Nunca fueron retribuidas por su trabajo, y se les negaba incluso el uso de sus verdaderos nombres, para forzar su institucionalización y deshumanización.
Las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad, las Hermanas de la Piedad, las Hermanas Religiosas de la Caridad y las Hermanas del Buen Pastor eran las cuatro congregaciones a cargo de estas «lavanderías» en Irlanda, concretamente en Galway, Dun Laoghaire, Limerick, Cork, Waterford, New Ross y en Cork, y en Drumcondra, Donnybrook y Sean MacDermott Street, en Dublín. Las cuatro se han visto obligadas a admitir, con el pago de compensaciones, los malos tratos y abusos a los que sometieron a las mujeres y niñas que acogían en nombre del Estado. Muchas de las mujeres de las lavanderías vivieron, trabajaron y murieron dentro de los muros de los conventos. El número de víctimas mortales durante su reclusión es una incógnita, ya que las órdenes se siguen negando a facilitar los archivos que guardan la información sobre las mujeres que mantuvieron recluidas desde 1900. La última de estas lavanderías cerró sus puertas el 25 de octubre de 1996.
El encuentro en el cementerio de Glasnevin es especialmente importante para Justicia para las Magdalenas, una organización que agrupa a supervivientes y a familiares de las víctimas de este abuso institucionalizado, porque allí empezó todo hace diez años, en 2003. Si bien una década antes, el Comité por la Memoria para las Magdalenas se plantó e insistió en que las mujeres que fueron exhumadas en el cementerio de las Hermanas de la Caridad, en High Park y enterradas de nuevo en Glasnevin debían ser recordadas y respetadas», recordó Claire McGettrick portavoz de esta asociación. «Y esa es la razón por la que nos reunimos, para recordarles, honrarles e incluirles en la petición de perdón del primer ministro. Hacerles saber de que ahora igual que siempre ellas no eran culpables de nada», sostuvo.
El Estado irlandés ha pedido perdón, pero ese arrepentimiento llega demasiado tarde para muchas de las víctimas, supervivientes y familiares, en su mayoría las descendientes de las mujeres recluidas en los conventos, que eran arrebatadas a sus madres para ser dadas en adopción, en lo que constituye un caso flagrante de robo de niños. Fue el pasado 19 de febrero cuando el primer ministro irlandés, el conservador Enda Kenny, se vio forzado a pedir perdón desde el Parlamento. Su acción sucedió a la difusión de un extenso informe que detalla el tratamiento brutal al que se vieron sometidas esas mujeres. El hecho de que Kenny se negara a pedir perdón el día de su publicación enfureció no solo a las mujeres, sino a una nación donde se multiplican los casos de abusos y maltratos a manos de órdenes religiosas, con la connivencia del Estado.
Sin embargo, el contenido del informe derivado de la investigación del senador Martin McAleese, esposo de la expresidenta Mary McAleese, que encontró al Estado cómplice en el tratamiento a las mujeres y niñas -algunas fueron enviadas a esas instituciones religiosas por las autoridades- no satisface a Justicia para las Magdalenas. «Teníamos la esperanza de que el informe les confiriera algo de dignidad a todas estas mujeres, particularmente a las enterradas en la fosa común de High Park», denunció McGettrick.
La indignidad de los nombres ficticios
El origen de esa insatisfacción está en la indignidad de que estas mujeres fueran enterradas bajo nombres ficticios y de que incluso se mantenga el anonimato tras su fallecimiento. Precisamente, la exhumación de una fosa común en High Park, terrenos de un convento de las Hermanas de la Caridad vendidos en 1993, fue el detonante de la campaña de supervivientes y familiares.
«En 1993, tras sufrir pérdidas en el mercado de valores, las Hermanas de la Caridad, decidieron vender los terrenos de High Park y solicitaron permiso para exhumar los restos de 133 mujeres», explica McGettrick. «Ese mismo año, durante la exhumación, se descubrieron otros 22 cuerpos. Las Hermanas de la Caridad dijeron que no tenían los certificados de defunción de 24 mujeres que aparecían con nombres ficticios en la solicitud de exhumación. Después añadieron otros 34 nombres para los cuales tampoco podían proveer certificados de defunción. El permiso de exhumación revela que 110 de los 133 nombres que incluía eran reales, otras 22 mujeres aparecen con nombres ficticios y una cuyo apellido se desconoce. Los restos de 154 de los 155 cuerpos exhumados fueron incinerados y enterrados», explicó la portavoz del grupo de supervivientes y familias.
En el «Informe McAleese» no se incluyeron los nombres de las mujeres que murieron tras el cierre de las lavanderías. Justicia para las Magdalenas ha recopilado los nombres de 166 mujeres que no han sido recogidos en el informe y existen 185 mujeres que fueron recluidas en los conventos de High Park y Sean McDermot Street, de las que no se había tenido noticias hasta ahora y que nos se sabe dónde están sepultadas.
«Son muchos los afectados por el hecho de que existan tumbas sin nombre», apuntó McGettrick. Y citó el caso de Mercy K, que fue enviada a EEUU para ser adoptada y explica muy bien lo que eso supone: «la madre de algún hijo, el hijo de alguna madre... Es terrible pensar que ni a un perro se le haría lo que les hicieron a ellas: enterrarlas sin un nombre». «Los hijos e hijas de las Magdalenas -señaló McGetrick- vuelven a casa y buscan las tumbas de sus madres para no encontrar nada, para encontrar una tumba sin nombre».
Otro de esos ejemplos es Margaret, que murió a los 51 años en una de estas instituciones. «Como las monjas no se preocuparon de informar a la familia, sus hijas gemelas se enteraron de su muerte a través de un programa de radio y tuvieron acceso a su certificado de defunción, en el que se recoge que murió a causa de las lesiones provocadas por su esclavitud. Murió como consecuencia de una enfermedad que provoca el contacto con sustancias químicas. Tras hablar con sus hijas -dijo McGetrick-, sé que Margaret estaría alucinada al ver la cantidad de gente congregada hoy -por el 3 de marzo-, cuando sus hijas se han reunido con ella, que no conocía el azúcar moreno o el café, que tenía un bolso en el que no había nada. Esta es una mujer a la que nunca se trataron con dignidad».
«Estamos aquí también por los hijos e hijas que nunca dejaron de buscar a sus madres. Recordamos a Elisabeth M.; cuya hija nunca dejó de buscarla, a Margaret B.; que nunca fue olvidada por sus hijas gemelas, a Mary N.; que pasó más de 50 años en diferentes lavanderías y cuya hija y familia nunca le olvidaron, y a Mary F., cuyas nietas todavía están buscando respuestas».
Por su parte, Patrick Corrigan, director de Amnistía Internacional en el norte de Irlanda, ha denunciado que la limitación de la investigación al tratamiento de estas mujeres a la jurisdicción de la República de Irlanda ha creado preocupación entre las mujeres que vivieron la misma situación en el norte de Irlanda. «Las lavanderías de las Magdalenas operaron en el norte de Irlanda hasta los 80. He hablado con mujeres supervivientes de estas instituciones que ahora temen que se les deje atrás, sin una investigación, en el norte o en el sur, que recoja su sufrimiento».
La petición de perdón de Enda Kenny
Durante su intervención ante los diputados irlandeses, Enda Kenny aseguró que lo ocurrido a las mujeres en las lavanderías «ensombrece la vida y la identidad de la nación irlandesa», y afirmó que sentía profundamente y pedía perdón por el dolor y el trauma infligido en las mujeres que fueron enviadas a las lavanderías y anunciaba los planes de levantar un monumento en recuerdo de las 10.000 mujeres esclavizadas en esos centros y crear un presupuesto para cubrir los gastos de tratamientos sicológicos y sanitarios, además de las compensaciones individuales para las 800 mujeres que aún siguen con vida, a algunas de las cuales tras décadas de reclusión les falta fortaleza para afrontar la libertad. Y esta es una deuda que el Estado irlandés nunca podrá pagar.
A esta cuestión, la del pago de compensaciones, se debe la resistencia del Gobierno irlandés a reconocer su papel en el tratamiento que recibieron aquellas mujeres y niñas.
Al tiempo que el primer ministro hacia el anuncio, las antiguas reclusas se manifestaban a la puerta del Parlamento, donde encendieron velas para recordar a las mujeres de las lavanderías. La petición de perdón es importante, pero sabe a poco en comparación con el sufrimiento de estas mujeres. «Para que esa petición de perdón signifique algo el Estado debe eliminar cualquier estigma asociado con esta mujeres», indica McGettrick. «Merecen dignidad, respeto y verdad», sostuvo.
«Estas mujeres vivieron y murieron tras los muros de las lavanderías, lavando los ropas sucias del país, y estoy contenta que tanta gente se haya acercado hoy para recordarles y honrarles, porque no fueron tratadas con dignidad en vida y no fueron tratadas con dignidad al morir, pero estamos haciendo algo para repararlo», subrayó McGettrick.
Y una llamada de atención: estas instituciones no fueron exclusivamente irlandesas, aunque en este país estuvieron operativas más tiempo.
y niñas fueron recluidas en centros católicos donde fueron sometidas a malos tratos y abusos, con la connivencia del Estado irlandés, y esclavizadas en pro del enriquecimiento de distintas órdenes religiosas. 800 aún viven.