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Nuestro único territorio libre

 

Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

 

Sus manos negras tocando el piano de cola. Lo acarician mientras su voz profunda araña verdades. Nada hay más real y poético, es Nina Simone inmortalizada por la imagen en movimiento. No tengo nada y lo tengo todo. «No tengo casa, no tengo zapatos, no tengo dinero, no tengo clase, no tengo faldas, no tengo jersey, no tengo perfume, no tengo cerveza, no tengo hombre, no tengo madre, no tengo cultura. No tengo amigos, no tengo estudios, no tengo amor, no tengo nombre, no tengo billete, no tengo valor, no tengo Dios. Tengo mi pelo, tengo mi cabeza, tengo mi cerebro, tengo mis orejas, tengo mis ojos, tengo mi nariz, tengo mi boca, tengo mi sonrisa, tengo mi lengua, tengo mi barbilla, tengo mi cuello, tengo mis tetas, tengo mi corazón, tengo mi alma, tengo mi espalda, tengo mi sexo, tengo mis brazos, tengo mis manos, tengo mis dedos, tengo mis piernas, tengo mis pies, tengo mis dedos de los pies, tengo mi hígado, tengo mi sangre, tengo vida, tengo mi libertad».

Es 8 de marzo y, mientras escribo, me pregunto acerca de cuál es el único territorio libre que podría quedarnos a las mujeres. La voz de Nina Simone me lo recuerda; nuestro cuerpo, nuestra sangre bombeando, nuestra sexualidad. Ese es nuestro único territorio libre, inconquistable, deseable, posible. Las mentes cobijan fantasmas colonos, aquellos mismos que merodeaban y atormentaban a «la habitación propia» de Virginia Woolf. Los mismos que campan a sus anchas a nuestro alrededor gracias a siglos de órdenes simbólicos fabricados para perpetuar el poder de unos pocos. Nuestro único territorio libre es nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, aquello que nos devuelve la animalidad, nuestro origen salvaje. Defendámoslo y, a partir de ahí, todo por conquistar.

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