Mikel INSAUSTI

Habría que remontarse hasta los tiempos de «Kika» para encontrar una comedia tan mala de Pedro Almodóvar. Sus defensores lo tienen cada vez un poco más difícil, porque pedían paciencia con esos dramas en los que todavía, según ellos, no ha conseguido asentarse. Pero si también falla en la comedia, que era lo suyo, no veo la manera de intentar tapar el descrédito actual de la marca «Almodóvar» en consonancia con el de la marca «España».

Él siempre dice que le quieren más en el extranjero y, sin embargo, nunca se ha atrevido a dar el salto a Hollywood, ni siquiera cuando le premiaron en los Óscar. En relación con el mercado interior veo su cine agotado, así que debería irse planteando salir de la burbuja localista en la que sigue encerrado. Con «Volver» ya ejerció de manchego universal todo lo que podía ejercer, tanto que en «Los amantes pasajeros» las alusiones al aeropuerto de Ciudad Real y el consiguiente escándalo protagonizado por el Gobierno de Castilla-La Mancha apenas le sirven para tocar de refilón el problema de la crisis y de la corrupción política, sin querer entrar en materia.

La desorientación de Almodóvar, como la de los personajes de su última película, no solo es geográfica. También sufre un desfase temporal, y no lo digo porque insista en autoplagiarse, a lo que como autor tiene perfecto derecho. El repetir los gags más conocidos de «Mujeres al borde de un ataque de nervios», especialmente los relativos a la introducción de drogas en la bebida o en la comida con previsibles consecuencias, resulta indicativo de que se ha quedado generacionalmente en el humor de los 80.

Lo más preocupante de «Los amantes pasajeros» es que se trata de una producción de estilo televisivo, que se desarrolla en un único decorado con una realización nada imaginativa que deja al descubierto la pobreza de medios. La forma en que escatima al público la visión del aterrizaje forzoso debería ir acompañada de la devolución del precio de la entrada.

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