José María Pérez Bustero | Escritor
Navarra y sus tres heridas
En los últimos meses Nafarroa está siendo noticia por las diferencias surgidas dentro de Unión del Pueblo Navarro -con el tema de la CAN y de sus alianzas al fondo-, por las oscilaciones políticas del PSN al respecto y por la actividad crítica de la izquierda nacionalista. Esos hechos, al margen de su importancia específica, marcan una vez más que la derecha foralista, el socialismo navarro y el nacionalismo vasco son los tres solares de la cultura y de la política navarra. Pero sobre todo, nos remiten a tres heridas trabadas entre sí, que arrastra hace mucho tiempo Nafarroa aunque no se hable apenas de ellas y de las que surgen esas tres opciones.
Hay en Nafarroa un hecho trágico que agita el subconsciente colectivo y que no caduca, sino que remueve a todos. Que en los tiempos modernos pasó de constituir un reino a ser una tierra vencida y humillada. Lo de «a un niño yo pregunté por el nombre de su patria, puso siete estrellas de oro y escribió un nombre: Nafarroa» -que dice una jota- perdió verismo tras la guerra carlista de 1933-1840, y la de 1873-1876, pues la patria pasó a ser España. Y además de miles de muertos, heridos y exiliados, el Gobierno quedó reducido a unos fueros vulnerables y en manos de una nueva oligarquía de burgueses y terratenientes. Al mismo tiempo, sobrevino el empobrecimiento económico de personas y haciendas locales, la paralización de la actividad económica, el acantonamiento del Ejército central, y un sentimiento popular de haber perdido el bagaje institucional y cultural tradicional. Como si todo fuera Bardenas. «Una flor en las Bardenas nunca volverá a nacer, hace tiempo que esta tierra dejó de ser lo que fue», dice otra jota.
Paralelo a este hecho clave se le abrió otra herida al exreino. Su pérdida progresiva de peso económico y demográfico frente a otros territorios vascos. Es cierto que Gipuzkoa y Bizkaia también habían perdido ambas guerras. Pero mientras en Nafarroa la situación económica era crítica, en ellas se abrió paso una época de gran impulso industrial. Bizkaia se convirtió, máxime tras la segunda guerra carlista, en la zona puntera de la industria siderúrgica, por la gran y fácil extracción del mineral de hierro, la llegada de capital extranjero y la construcción de Altos Hornos. «Los hornos de Barakaldo que alumbran todo Bilbao», que dice la canción. A ello se unió el surgir de los astilleros que llegaron a ser marca de la flota mercante española y la aparición de grandes entidades bancarias. En Gipuzkoa, por su parte, se crearon importantes industrias textiles, papeleras, fábricas de armas e industrias y de cemento a lo largo del territorio. Y la costa guipuzcoana de Zarauz, Donostia, Hondarribia (y hasta Biarritz) se convirtió en la zona de baños más concurrida por la oligarquía española y francesa.
A ese desnivel económico, se sumó el progresivo declive demográfico de Nafarroa. Si al acercarse el año 1800 Nafarroa tenía casi tantos habitantes como Gipuzkoa y Bizkaia juntas (227.382 navarros frente a 236.758 vizcainos y guipuzcoanos), en 1900 tenía ya doscientos mil menos (307.669 frente a 507.211). Era innegable su reducción demográfica relativa, y el consiguiente sentimiento de mengua. «¿Por qué pintaron pequeña la tierra que tanto dio?», que dice otra jota. En 1930 la diferencia de habitantes era ya de 441.645 menos. Quedaba solamente la nostalgia de otras formas de medir. «...pero valor y virtudes los tiene toda Navarra».
Adosada a esa devaluación económica y demográfica, se le abrió a Nafarroa la tercera gravísima contusión. El surgimiento del nacionalismo vasco con matriz vizcaina. En Nafarroa se había producido un notable movimiento de afirmación vasca después de las derrotas carlistas. Desde la adhesión a Euskaltzaindia y Eusko Ikaskuntza hasta las obras de escritores como Arturo Campión, o la construcción del monumento a los Fueros. Pero no se creó un partido nacionalista vasco. Ese partido sí emergió en el otro extremo. En Bizkaia. Era un partido insuflado y centrado en la experiencia vizcaina y luego guipuzcoana. Pero no estaba envuelto en la realidad tremendamente sensible y llagada de Nafarroa.
Luego vino el Estatuto de 1931, al que se sumó Nafarroa en un primer momento pero que rechazó después; los años de república y de la guerra de 1936, con la terrible crueldad de Mola («hay que sembrar el terror») y los más de tres mil muertos, sobre todo cercanos al socialismo jornalero, de esos que se alegraban al ponerse el sol (según la jota «ya se entra el sol por los altos, ya hacen sombra los terrones, ya se entristecen los amos y ya se alegran los peones»). Sucesivamente, cuarenta años de carlismo-catolicismo-tradicionalismo y, tras ellos, la transición a la «democracia». Con ella reaparecieron las tres almas navarras. Foralismo. Socialismo. Nacionalismo vasco. El foralismo se hizo Unión del Pueblo Navarro en 1979 de la mano de Aizpún, rechazando la anexión de Nafarroa a Euskadi, permitida por la Transitoria cuarta de la Constitución española. La gran ventaja que tuvo y tiene todavía UPN es que se ha apropiado de la frustración de Nafarroa frente al sobrevenido «nacionalismo vasco».
El socialismo se hizo con la Presidencia del Gobierno navarro en 1984 y la retuvo durante once años, bajo la falsa guía de Urralburu y Otano. ¿Cuál es su florero actual? Que es descendiente de los republicanos y de los jornaleros. Desde luego, no tiene peones entre sus dirigentes, y aunque se llama navarro, lleva en la boca las bridas que le maneja Madrid. Su política se cimbrea entre huir del nacionalismo vasco y disimular su cercanía a la derecha foral.
¿Y el «nacionalismo vasco»? PNV, Herri Batasuna, Nafarroa Bai, Bildu, Amaiur. Ahora ha surgido Sortu. ¿Qué perspectivas nos damos en Sortu? Otegi ha marcado un par de líneas: «Nuestra inmensa tarea histórica es construir la gran mayoría popular...». Y necesitamos «menos autocomplacencia y mas autocrítica». Si explicitamos esas dos afirmaciones de cara a Nafarroa, diríamos: «Lograr una mayoría popular también en Nafarroa» y quitarnos autocomplacencia «también en Nafarroa». ¿Por qué explicitarlo? Porque en Nafarroa tenemos aún la herida abierta ante el nacionalismo procedente de la costa. Todavía nos preguntamos: «¿qué le pasa a los navarros para no asumir el nacionalismo vasco?». Pero ahora debemos preguntarnos: «¿qué le pasa al nacionalismo vasco para no ser asumido en Nafarroa?». O, si se quiere, ¿qué debe hacer Sortu para ser entendido, aceptado, querido masivamente por los navarros?
Si nos hacemos esa pregunta un día que hayamos dormido bien, puede que encontremos una respuesta muy sencilla. ¿Qué hacer? Pues, nada, simplemente envolvernos en Nafarroa, revolcarnos en lo que es Nafarroa, viajar por Nafarroa, hablar con las comarcas, pueblos y gentes de Nafarroa. ¿Con que ya lo hacemos? No. Ni mucho menos. Nafarroa se siente invitada o hasta cortejada algunos fines de semana. Pero no se siente amada.
Vamos a decirlo con toda dureza. Desde 1895 con Sabino Arana hasta el 23 de febrero de 2013 -con agradabilísimas excepciones-, hemos buscado a Nafarroa por la costa, en el valle del Oria, en las márgenes del Nervión. Y Nafarroa no está allí. Vale la pena recurrir a otra jota para expresarlo. «Madre mía si me pierdo, búscame en el Carrascal, camino de la Ribera seguro me encontrarás». Así que Sortu deberá hablar de Euskal Herria pero, con la misma pasión y sin prisas, deberá hablar sobre Nafarroa. Deberá sublimar el euskera, pero también resaltar y exaltar el camino que recorren miles de navarros para aprenderlo. Centrarse en el nombre Pueblo Vasco, pero hacer que resuene a la vez «Pueblo Navarro». Envolverse en la ikurriña, pero también en la bandera de Nafarroa, con el escudo de las cadenas en el centro, y la corona real, símbolo del antiguo Reino de Navarra (diseñada por Arturo Campión y Hermilio de Oloriz en 1910). Y no basta que nos refrotemos con nuestros meros documentos, esos preciosos documentos donde consta que Euskal Herria son siete territorios. Tenemos que embutirnos de Nafarroa. Entonces sí cambiará el panorama. Pasaremos por Mañeru, Artajona o Cascante y nos cantarán: «aunque tengas más amores que flores tiene un almendro, nunca nadie ha de quererte como yo te estoy queriendo».