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Josu MONTERO Escritor y crítico

Escombros

Llevada a sus últimas consecuencias, la memoria es una amenaza para el presente porque todo sale de un crimen originario», afirma Rafael Chirbes. Valenciano del 49, hijo de ferroviario republicano represaliado y fallecido cuando él contaba cuatro años; se educó en colegios para huérfanos, estudió Historia y su militancia antifranquista le llevó a Carabanchel. Desde su primera novela, «Mimoun» (1988) hasta la que acaba de publicar, «En la orilla», su escritura realista se ha ido volviendo más corrosiva y amarga, porque lo que Chirbes va desvelándonos novela a novela -y van ocho- son las claves para entender el perverso y demoledor mecanismo de nuestro reciente devenir histórico, la relación entre las miserias privadas y el vacío de ciertos discursos ideológicos. Desde aquella posguerra en la que no todo fue represión, ya que para muchos supuso un negocio redondo («Los disparos del cazador») hasta el pelotazo de la corrupta burbuja inmobiliaria y financiera («Crematorio»), y la consecuente y actual debacle laboral, económica, social y moral («En la orilla»), pasando por la transición y por cómo tantísimos se pasaron de la ideología al negocio («Los viejos amigos», «La buena letra»). Frente al lenguaje periodístico, político o financiero que oculta, el lenguaje narrativo que desnuda. Pero sus novelas no son maniqueas porque sabe bien que inclinar la balanza es ir contra la literatura; «si te pones del lado del que más odias descubres tus propias contradicciones», afirma. Por eso, reconoce, lo que busca es escuchar las voces de los personajes; en su ensayo «Por cuenta propia» habla de la novela como «almacén de voces». Pero en sus desoladoras novelas, siempre corales, y tan cercanas a los cuadros de El Bosco, late siempre una especie de amor por los de abajo, «no me acabo de curar de eso», dice Chirbes.