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Análisis | bancarización de las cajas vascas

Kutxabank, y ahora, el FMI

Los autores critican la decisión de bancarizar las cajas de ahorro vascas por entender que se trata de una medida que «desarbola un sistema financiero que constituye la espina dorsal de la economía vasca», y cuestionan los argumentos utilizados para defender tal proceso.

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A la vez que la deriva estratégica de Kutxabank continúa, también lo hace -al parecer- su deriva institucional. El primer salto al vacío en este sentido fue, sin duda, la decisión de sustituir el tradicional proyecto de fusión de las cajas vascas por un improvisado proceso de bancarización. Decisión esencial para el presente y el futuro de la economía vasca que, según se transmitió, «se planteó y se pactó entre los tres presidentes en una reunión de dos horas».

Esta decisión se adoptó sin ningún tipo de análisis sobre las ventajas e inconvenientes de las distintas formas de titularidad de las entidades financieras, sin ningún análisis sobre el presente y futuro de las cajas de ahorros en Europa, sin ningún análisis sobre el cuestionado papel de la banca privada en la actual crisis y -en general- en el sistema financiero occidental, sin ningún análisis sobre la conveniencia o no de la participación en los órganos de gobierno de entidades públicas, trabajadores o usuarios.

A la vez que se empezaba a cuestionar el proceso, se intentó cada vez con más frecuencia justificar la decisión de bancarización en el hecho de que dicha decisión se adoptó «porque nos obligaba el Banco de España». El recurso a este tipo de argumentos es, en sí mismo, significativo de la ausencia de argumentación técnica, societaria o económica que justifique el conjunto del proceso de bancarización.

Por otro lado, ya dijimos en su momento que este tipo de argumentación era difícilmente aceptable. En un país democrático europeo nadie puede obligar a la disolución de entidades financieras sanas que constituyen además la espina dorsal del sistema económico de una región como el País Vasco.

Entonces ya explicamos que todo parecía indicar que se trataba de un mero pretexto para justificar una decisión inexplicable desde el punto de vista de los intereses generales sociales y económicos de Euskal Herria.

Por las razones que fuese, el equipo ejecutivo de Kutxabank no solo se dejó arrastrar por estas supuestas «presiones» del Banco de España sin plantear ningún tipo de oposición, sino que alguno de sus máximos representantes llegó a justificar en público las nuevas bases del gobierno corporativo de la entidad sobre un fondo conceptual sorprendente.

Efectivamente, mientras la justificación teórica de la bancarización de las cajas en el Estado español radicaba en los problemas generados por la participación en sus órganos de gobierno de representantes de las entidades públicas, la bancarización de Kutxabank se materializa, por el contrario, dando todo el poder precisamente a las entidades públicas y marginando a los otros dos colectivos participantes en las cajas, sin que nadie dedicara una línea a explicar las razones de semejante quiebro conceptual y estratégico.

En definitiva, la supuesta «conspiración» del Banco de España contra las cajas de ahorros vascas se acató gustosamente sin que generara ni una palabra en las repetidas negociaciones entre nuestros líderes políticos y el Gobierno de Madrid.

Con el cambio de gobernador del Banco de España ya no fue posible utilizar este supuesto acoso como argumento para justificar la deriva institucional de Kutxabank y, a partir de ese momento, el mismo tipo de argumentación se comenzó a utilizar, de forma indistinta, con respecto a la Unión Europea o el Eurogrupo, con expresiones como «Kutxabank tiene dificultades porque a la Unión Europea no le gustan las cajas de ahorros». Argumentos todos ellos tan faltos de fondo como la anterior apelación a las «amenazas» del Banco de España.

Por un lado, porque resultaba absurdo que la UE o el Eurogrupo cuestionasen el futuro institucional de cajas solventes cuando en el conjunto de Europa son entidades reconocidas, con un peso sustancial en el mercado financiero y cuyo estatus institucional no es cuestionado, mientras que sí lo es el estatus de la banca privada.

Por otro lado, porque, como decíamos sobre el Banco de España, no hay entidad en Europa con capacidad política para desarbolar un sistema financiero sano que constituye la espina dorsal de la economía vasca.

Hace unos días, el Presidente de Kutxabank efectuaba las declaraciones siguientes, recogidas por el diario «El Correo»: «Mario Fernández dejó claro que aunque el Ministerio de Economía escucha sus peticiones, la regulación que se avecina para Kutxabank... se dictará en inglés». Y este diario añade como cita textual del Presidente: «El FMI quiere la eliminación de las cajas de ahorros».

Perfecto. Ya no sirve de pretexto ni el Banco de España ni el Eurogrupo ni la UE. Ahora es el FMI. Este tipo de argumentos son cada vez menos creíbles.

No hay institución internacional con capacidad política para arbitrariamente derribar las bases de una economía regional a través de un proceso como éste. Siempre, por supuesto, que esa región se defienda o quiera defenderse.

Y ésta es precisamente la gran pregunta a plantear. Hasta qué punto han defendido realmente los ejecutivos de Kutxabank el modelo de las cajas de ahorro vascas. Hasta qué punto son realmente capaces de argumentar a favor de la titularidad mixta de entidades públicas, trabajadores y usuarios. O hasta qué punto han realmente defendido este modelo nuestros responsables políticos.

Nos tememos que la repetida apelación a los ataques del Banco de España primero, del Eurogrupo y de la UE después, y del FMI ahora, es una evidencia de la necesidad de buscar pretextos para intentar trasladar responsabilidades por el desastre que toda esta deriva institucional de nuestras cajas de ahorros está suponiendo para las bases de la economía de nuestro país.

La cuestión clave es, como hemos indicado en otras ocasiones, de carácter incluso personal. Es más que dudoso que personas concretas que han realizado apuestas personales tan drásticas y tan radicales por la bancarización de las cajas, por la entrada de accionistas inversores, por la expansión acelerada de Kutxabank para constituir un «gran banco», sean sicológicamente capaces de defender lo contrario. Todo parece indicar que, una vez más, nos encontramos ante una mera excusa, ahora el FMI, para justificar la apatía o la pasividad frente a la deriva institucional de Kutxabank y, con ella, la del conjunto de la economía vasca.

Hay una cuestión clave en estas negociaciones: necesitamos representantes que defiendan nuestro sistema financiero con uñas y dientes. Ello implica que estos representantes deben tener verdadera voluntad de defender nuestro sistema financiero y que, además, deben tener autoridad moral para ello.

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