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ANÁLISIS | FALLECIMIENTO DEL SOCIÓLOGO ROBERT CASTEL

Robert Castel, la apuesta por lo social

El autor recuerda al desaparecido sociólogo francés Robert Castel, quien se hizo conocido por sus trabajos críticos sobre la psiquiatría, pero que, sobre todo, alcanzó relevancia mundial por sus publicaciones sobre el mundo del trabajo asalariado.

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Iñaki URDANIBIA Crítico literario

El pasado día 12 dejó este mundo quien tanto se había preocupado por él y su mejora. Nacido en un barrio obrero de Brest el 27 de marzo de 1933, su primer oficio fue el de mecánico en una fábrica. Más tarde se asomó la vocación de los estudios -no a los de formación profesional, que ya había realizado y practicado- y se inclinó por la filosofía. Pierre Bourdieu, quien precisamente también se había licenciado en tales estudios, le empujó hacia la carrera de sociología, que emprendió inicialmente a la sombra de quien entonces era el santón de la disciplina, el liberal Raymond Aron.

En tal disciplina brilló con distintos trabajos, ejerciendo la docencia primero en la mítica facultad de Vincennes, después en su heredera París VIII-Saint Denis, para finalmente convertirse en uno de los pilares de EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales). Sin lugar a dudas, fue el primer «mecánico» que accedió a tales estancias y ocupó puestos de responsabilidad y no para realizar labores de mantenimiento.

Su trabajo que le abrió las puertas a los lectores de a pie en general y a los especialistas en particular fue el dedicado al «Orden psiquiátrico» (1977); ya anteriormente se había enfrentado al dominio asfixiante de la «galaxia psi» en su «Le Psychanalisme» ( 1973) y posteriormente ahondaría, en la misma onda crítica, en su «La Société psychiatrique avancée: le modéle américain» (1979).

Eran los tiempos en que la sombra de Michel Foucault y sus intempestivos estudios sobre la «historia de la locura» habían ampliado el conocimiento, o cuando menos la preocupación, de estos asuntos más allá de los ámbitos de la especialización; la anti-psiquiatría de los Ronald Laing y David Cooper hacían furor y el «abajo los muros» de los Franco Basaglia, François Tousquelles y compañía estaban igualmente en plena ebullición. Su postura se posicionaba frente a la «tutela», apostando por la psiquiatría de «sector». Más adelante todavía participaría en algún seminario de Michel Foucault, a pesar de lo cual no se le puede considerar como un seguidor fiel del autor de «Vigilar y castigar», si bien la admiración mutua no cesó en ningún momento y la colaboración tampoco.

Si la citada obra supuso cierta conmoción en los medios psiquiátricos -y cierto desprecio por parte de las luminarias de dicho campo que, como suele suceder, disparan contra los furtivos que se atreven entrar dentro de sus lindes-, sus obras siguientes siempre se movieron a pie de los problemas de los ciudadanos, de los desprotegidos, haciendo que la sociología perdiera su aura de disciplina especializada y alejada del personal, hasta convertirla, a través de sus sagaces libros, en lectura frecuentada por el común de los mortales lectores, aun siendo ajenos a los saberes académicos. ¿Cómo no recordar, por ejemplo, sus intervenciones con ocasión de las revueltas de las banlieues?

«Informatización y psicologización son los dos polos complementarios de los técnicos de gestión de lo social en una sociedad liberal», afirmaba allá a principios de los ochenta. Contra todos los sistemas de control y disciplinarios alzó la voz en solitario, intentando mostrar las implicaciones políticas de estas «técnicas del yo» (con sus extensiones al entorno familiar), e igualmente clamó en compañía de los Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Donzelot, Pierre Bourdieu y otras voces del pensamiento crítico.

Decía Gabriel Celaya que la insatisfacción es de izquierdas, y afirmaba Castel, refiriéndose a su colega Bourdieu («Entre la contrainte sociale et le volontarism» en «La liberté par la connaissance. Pierre Bourdieu (1930-2002)», Odile Jacob, 2004), tomando unas palabras de Éric Weil, que «el hombre es un ser descontento, pero que está descontento de su descontento»... Tal diagnóstico podría aplicársele a él mismo, porque siempre mostró su descontento sin aspavientos, con claridad, como lo hizo en 2004 en el Círculo de Bellas Artes madrileño («Pensar y resistir. La sociología crítica después de Foucault»). Lo hizo, además, con un inequívoco deseo de caminar entre las posiciones radicales, plasmadas en sus amigos Bourdieu y Foucault -quienes indudablemente habían abierto pistas nuevas al estudio y análisis de nuestras sociedades- y las componendas reformistas que solo ofrecen provisionales parches.

Apostó por un «reformismo de izquierdas» -nada que ver con las bobadicas socialdemócratas- que luchase por lograr una «seguridad social mínima garantizada», que hiciese que los creadores de la riqueza -los trabajadores en especial- sean protegidos de las habituales embestidas (recortes, movilidad, mutaciones en los puestos de la producción), y hacer operativo un «modelo de sociedad moderna y solidaria de la que nadie quede excluido»... sin olvidar, en ningún momento, «el germen de utopía necesario para mantener la esperanza de contribuir a mejorar el curso del mundo».

Así lo mantuvo Robert Castel hasta el final, luchando por la elaboración de nuevos derechos e intentando desarrollarlos, manteniendo su fuerza para evitar lo que pretende el reformismo de derechas: recortar, deshacer, eliminar los derechos existentes. No olvidó que cualquier transformación política exige la existencia de fuerzas sociales que hagan suyas las ideas críticas, y fue consciente de que, a pesar de que tales fuerzas que se oponen a la hegemonía de las relaciones de dominación existen, no tienen la fuerza suficiente como para abolir las actuales relaciones de dominación. En consecuencia, mostró la necesidad de preguntarse si existen otras formas de resistencia más limitadas, puntuales y reformistas, menos heroicas y radicales, que puedan conectar con un pensamiento cabalmente crítico.

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