Barcina, la presidenta del 25% (o menos)
Ramón SOLA
E un país de excepcionalidades políticas como Euskal Herria, el anterior lehendakari, Patxi López, logró batir marcas de falta de legitimidad. Fue investido, allá por 2009, pese a que sus apoyos parlamentarios suponían solo el 46,95% del voto válido (el 42,35% si se tomaban en cuenta los más de 100.000 votos anulados). Cuando el PP le retiró su apoyo en la recta final de la legislatura, su soledad se hizo aún mayor: gobernó exclusivamente con el apoyo de su PSE, es decir, del 30,7% de los sufragios válidos. Se quejó de que le llamaban okupa, pero el asunto resultaba tan insostenible que al final no tuvo más remedio que ir a las urnas.
Cien kilómetros al este la anomalía se repite ahora, corregida y aumentada. Yolanda Barcina le ha quitado la plusmarca a López: muestra el mismo empecinamiento en continuar gobernando, pero con aún menos apoyo que aquel. La lista de UPN que encabezó en 2011 logró el 34,5% de los votos, que sumados al 15,9% del PSN le daban una mayoría muy justa. Luego todo ha ido a peor para ella. Barcina rompió primero el gobierno de coalición, con lo que se quedó sola con su 34,5%, aunque crezca al 42,8% en las ocasiones habituales en que recibe el apoyo -insuficiente para alcanzar mayoría- del PP que representa al 7,3% de los votantes.
Ahora, la presidenta ha constatado que apenas el 51% de su partido la quiere; el resto prefería descabalgarla. El 51% del 34,5% es exactamente 17,6%. En el mejor de los casos, Barcina podrá argumentar que también quienes votaron al PP la prefieren, aunque los parlamentarios de este grupo hayan apuntado que no consideran a Barcina trigo limpio: en ese caso podría sumar su 17,6% propio al 7,3% prestado y llegar al 24,9% (En sentido contrario, también cabe preguntarse cuántos de los militantes de UPN que la apoyaron el domingo no lo hicieron con la nariz tapada y para evitar males mayores, lo que mermaría aún más su cuota de apoyos, pero este factor ya resulta imposible de medir).
El dato objetivo es que a Barcina solo la quieren hoy el 25% los votantes navarros, como mucho. Uno de cada cuatro. Difícilmente se hallará un caso igual en el mapa de las democracias formales occidentales. Que insista en seguir mandando contra viento y marea suena a temeridad, además de a indecencia en términos democráticos. Pero que la oposición lo permita resultaría aún más difícil de explicar.