Alberto Pradilla Periodista
Orienta-listos
Las noticias sobre Amina Tyler han inundado los medios durante el último fin de semana. Según la versión más extendida, esta joven tunecina habría sido condenada a morir lapidada tras mostrar sus pechos en Facebook. Rápidamente, mi muro se inunda de la lógica indignación y las no tan comprensibles diatribas antiislámicas. Y en medio del furor, apenas se eleva alguna voz que plantea: ¿de verdad Amina Tyler va a ser ejecutada? ¿Quién ha dictado semejante sentencia?
Paremos un instante. Reflexionemos. No hace falta buscar mucho para averiguar que Túnez es un Estado donde, al menos por ahora, la lapidación no aparece integrada en su código penal. De hecho, la pena de muerte fue abolida en 2011, con la revolución que acabó con Zine El Abidine Ben Ali. Si hilamos un poco más, descubriremos que un clérigo no tiene rango de legislador, por lo que sus aberraciones no tienen carácter normativo. ¿Reduce esto la gravedad del hecho de que un religioso considere que una mujer debe morir por mostrar partes del cuerpo que Alá le ha dado? Claro que no. Es infame. Pero no es lo mismo que te persiga la administración a que un loco emita una fatwa. Además, la relación entre patriarcado e Islam es lo suficientemente compleja y tiene tanta relevancia que no se puede zanjar con cuatro tópicos sacados de contexto. Por cierto, en Madrid hay un montón de mujeres con petición de cárcel por enseñar sus pechos en la capilla de la Universidad Complutense. Civilizadamente.
Las religiones han hecho suyo el lema «con tetas no hay paraíso». Sin embargo, cuando se habla sobre los países árabes, tengo la sensación de que algunos los presentan como si estuviesen en Marte. Como si un velo cubriese un emplazamiento inaccesible, ajeno y eternamente anclado en el medievo. Ante esa imposibilidad ficticia de saber qué ocurre realmente, se repite el estereotipo que reduce una cultura, unas personas y un territorio a la caricatura del turbante, la barba y los camellos. Como si Túnez o Egipto fuesen un inmenso bazar donde representar eternamente «Lawrence de Arabia».
Desconozco si tal presentación llega por desconocimiento o mala fe. A veces me da la impresión de que existe un interés en perpetuar la caricatura. Un grave error, ya que sin conocimiento mutuo, la alianza es imposible. Y desde luego, el orientalismo que denunciaba Edward Said no es el punto de partida. Mucho menos, si nos ponemos orienta-listos.