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Juan Mari Arregi Periodista

El Papa blanco, el «Papa negro» y Euskal Herria

Francisco, ahora «Papa blanco» ¿será capaz de imitar, mirando a Euskal Herria, al que se le consideró en la década de los 70 «Papa negro», el vasco padre Arrupe, general de los jesuitas?

Mi situación pasada y actual en la Iglesia me obliga a aclararla previamente a los lectores. Quien suscribe perteneció a la Iglesia oficial católica y dedicó una parte de su vida a la misma como sacerdote. Hace ya muchos años la abandonó, entre otras razones porque dejó de creer en esa Iglesia jerárquica que pasó olímpicamente de Euskal Herria y de sus problemas no solo eclesiales, sino también de sus problemas sociales y políticos. Porque la jerarquía de la Iglesia se puso siempre, también en Euskal Herria, del lado de los poderosos y de los gobiernos de turno. Amparada en el principio de que la Iglesia no puede moverse por criterios políticos, siempre asumió, sin embargo, el estatus político español o francés. Así, con la excepción del obispo vasco Mateo Múgica y el catalán Vidal Barraquer, bendijo la «Cruzada» española que provocó el bombardeo de Gernika y Durango, el fusilamiento de miles de personas, entre ellas un grupo de curas vascos, y el encarcelamiento de otros miles de personas, entre ellas decenas de curas vascos,en Carmona (Andalucía), precedente de la cárcel «concordataria» de la Iglesia y del Estado en Zamora, por donde pasaron más de 50 curas vascos en la década de los 70. Impuso incluso la territorialidad política española y francesa a la territorialidad eclesial natural vasca, negando así la posibilidad de una Conferencia Episcopal Nacional Vasca. Impuso unos obispos en su mayoría españoles y antiabertzales. Amparó con su silencio cómplice la represión franquista y posfraquista...

Pese a mi situación actual, respeto a esos millones de personas que continúan dentro de la Iglesia, entre ellos muchos amigos y amigas vascas. Y por ellos y por Euskal Herria desearía -cosa imposible, tal vez- una renovación de esa Iglesia que supusiera un cambio profundo, anticapitalista, al servicio de los pobres, la clase trabajadora y los pueblos.

Así las cosas, una buena parte del mundo -creyente y no creyente- mira al Vaticano para ver cómo lidera la Iglesia el nuevo Papa. Quien suscribe tiene muy pocas esperanzas de que surja un liderazgo con impronta profética capaz de enfrentarse a los poderosos, al capitalismo y sus gestores, los gobiernos de turno. Y de que en Euskal Herria sepa abogar y potenciar a favor de todos sus derechos, también los nacionales y sociales, a través del libre ejercicio de autodeterminación, aunque todo ello le supusiera un enfrentamiento con los estados francés y español.

En este contexto, Francisco, ahora «Papa blanco», ¿será capaz de imitar, mirando a Euskal Herria, al que se le consideró en la década de los setenta, por su vestimenta negra y su poderosa influencia en el mundo, «Papa negro», el vasco padre Arrupe, general de los Jesuitas y en su tiempo su «jefe»? La experiencia de quien firma estas reflexiones es muy negativa respecto de los «Papas blancos». No así respecto del «Papa negro». El pasado de Francisco, quien miró al parecer a otro lado con la dictadura argentina de Videla, no invita al optimismo.

Quien suscribe estuvo en dos ocasiones en el Vaticano con dos delegaciones con distinto fin, aunque por motivos muy comunes. En noviembre de 1968, viajé al Vaticano como delegado de un grupo de 80 sacerdotes que ocuparon el Seminario de Derio para denunciar la complicidad de la jerarquía eclesiástica con el franquismo en la feroz represión contra nuestro pueblo, exigir una «Iglesia pobre, libre, dinámica y autóctona» y la participación popular en el nombramiento de los obispos y la creación de una Conferencia Episcopal Vasca incluyendo a Navarra e Ipar Euskal Herria. De nada sirvieron nuestros contactos. No fuimos recibidos ni por Pablo VI ni por nadie del Vaticano. La embajada española trabajó para evitar ese encuentro papal con curas «terroristas».

Posteriormente, antes del Proceso de Burgos, en 1970, una delegación de familiares de los militantes de ETA procesados recabó mi colaboración para viajar con ellos también al Vaticano e intentar mantener una entrevista con Pablo VI. El objetivo: entregar un informe con las torturas realizadas a los procesados para quienes se pedían varias penas de muerte y numerosos años de prisión y, en consecuencia, denunciar aquel juicio como «farsa» y reclamar la denuncia de la Iglesia. El informe quedó en el Vaticano, pero no solo no nos recibió el Papa -la Embajada española trabajó también a tope-, sino que justificaron su actitud alegando que habíamos pretendido el «apoyo del Papa a la independencia del País Vasco, algo que la Iglesia no podía permitir». Tal vez la mala conciencia del Vaticano, porque fue falsa la razón por la que no nos recibieron, le aconsejó hacer un «gesto» con estos familiares y cuando se dirigían a regresar a casa, un monseñor emisario papal intentó regalar a cada familiar un «rosario bendecido por el Papa», lo que fue rechazado unánimemente alegando que no habían venido al Vaticano a pedir un rosario.

Frente a esa actitud del «Papa blanco», los familiares de los procesados en Burgos pudieron comprobar la actitud abierta, positiva y solidaria del «Papa negro», Arrupe. General de los jesuitas en aquellos años, nos recibió en su sede central de Roma. Nos abrazó, escuchó atentamente los testimonios de cada familiar, recogió el dossier entregado también en el Vaticano con los testimonios de torturas de los procesados y prometió hacerlos llegar a Franco. Así lo hizo. Antes del proceso de Burgos, el propio Arrupe viajó a Madrid y entregó el dossier al dictador, denunciando aquella situación y reclamando justicia para los procesados, lo que le provocó serios disgustos e infamias.

Si, respecto de la problemática vasca, el «Papa blanco» actual Francisco se comportara como en su día su «jefe», el «Papa negro» Arrupe -recibir, escuchar y comprometerse-, estoy seguro de que la ciudadanía vasca católica le consideraría un buen pastor, y la laica, un amigo solidario.

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