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Mujer tras pitillo

Carlos GIL ZAMORA Crítico teatral

Mariví Bilbao-Goyoaga era una mujer de teatro. Una de las pioneras del teatro independiente en Bilbao, por ende, en Euskadi. Los últimos años de cine y especialmente televisión, le han dado popularidad, pero casi han borrado su primera y auténtica vocación, el teatro. El teatro de vanguardia para más señas. En sus biografías de urgencia repasan su filmografía y sus series, sin apenas dedicarle una línea a su larga trayectoria teatral. Una trayectoria envidiable, extensa, de lucha, de vocación irrenunciable.

Pongamos que fue de las primeras que en compañía de Luis Iturri, entre otros, puso en pie «Luces de Bohemia», de Ramón María del Valle-Inclán, por poner un ejemplo, con el legendario Akelarre, un grupo que se convirtió en compañía y con el que siempre estuvo vinculada de una manera más o menos cercana y operativa. De eso hace una eternidad. Ella ha vivido una magnífica eternidad de ochenta y tres jacarandosos años, parapetándose detrás de un pitillo, pero regalando siempre su simpatía y su compañerismo, cuando no amistad.

Curtida en el teatro independiente, en el colectivismo, su carrera en solitario la hizo cuando ya estaba en una espléndida madurez y le fueron cayendo papeles en el cine, donde tiene realmente una filmografía valiente ya que estuvo siempre en los primeros trabajos de los jóvenes directores, que aparecía sin rubor en todos los cortos que le proponían los que empezaban a probar su camino en el cine, hasta que al final un regalo televisivo la catapultó a la fama y el reconocimiento popular, pero también la encasilló y en la memoria de la inmensa mayoría están sus papeles en «Aquí no hay quien viva» o «La que se avecina», cosa que le ha procurado unos años de esplendor y tranquilidad económica.

Con Mariví hemos fumado muchos pitillos, hemos tomado muchos «colondrios», hemos estado en proyectos conjuntos, algunos con su entrañable compañero, amigo, promotor y además marido, el polifacético Javier Urkijo, o la hemos visto encima de un escenario. Desde que mi memoria alcanza, esta mujer ha estado siempre vinculada al mejor teatro que se hacía en Bilbao y que recorría algunos escenarios estatales, como eran aquellos inolvidables Festivales de Teatro de Sitges. Siempre de la mano y en complicidad con Luis Iturri y su Akelarre, un grupo emblemático en su época.

No quiero mirar más allá de mi memoria emotiva y teatral: «Fedra», de Miguel de Unamuno, un trabajo vibrante. Digamos que ella fue parte del único texto de Thomas Bernhard que se ha montado en Euskadi, «El viaje de Kant a América o papagayo en alta mar», con dirección de Gustavo Tambascio y un reparto de los mejores actores y actrices vascos de la época que se estrenó en 1991 en el Teatro Arriaga. Recuerdo ahora un montaje sobre una obra de Antonio Gala en la que todos los personajes eran mujeres que representaban a nacionalidades o autonomías españolas y ella hacía de una vasca de manual.

Queda poco que decir. Esta mujer que siempre estaba a tu disposición tras la neblina del pitillo se hacía querer y quería. Se ha ido una actriz de fuste.

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