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CRíTICA: «G.I. Joe: La venganza»

El negocio de los juguetes belicistas arrasa en los cines

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Mikel INSAUSTI

No voy a ser tremendista con respecto al éxito de taquilla alcanzado por la secuela de «G.I. Joe», lo que tampoco sorprende tratándose de una producción que ha costado 185 millones de dólares y a saber lo que se han gastado en publicidad. Sacar conclusiones precipitadas de semejante impacto entre el público menor de edad no sería justo, porque equivaldría a decir que el juguete bélico sigue pudiendo sobre cualquier otro, y eso no es cierto. El juguete educativo o didáctico va ganando terreno, a pesar de que en las grandes superficies compañías multinacionales como HASBRO se impongan militarmente, y no es ningún eufemismo lo que digo.

La película «G.I. Joe: La venganza» es de acción real, aunque conviene matizar hasta qué punto los muñecos creados por Stan Weston se convierten en seres de carne y hueso. Creo que siguen siendo fruto de la imaginación infantil, que no traspasan nunca esa barrera, ni llegan a materializarse del todo. El realizador John M. Chu prometía una violencia más física que en la entrega inicial, que a la hora de la verdad no se ve reflejada en la pantalla. Sí que hay coreografías de lucha, nijas y todo eso, pero sin que se vierta una sola gota de sangre. Nunca hay consciencia del daño infringido al adversario, en cuanto que son como los marcianitos que uno va eliminando en los videojuegos. Los combates cuerpo a cuerpo no pasan de ser un mero entretenimiento, puesto que el tipo de violencia que impera en plena era tecnológica es la del botón rojo que aprieta el villano de turno para consumar la destrucción del mundo.

Jonathan Pryce vuelve a bordar la caricatura del presidente de los EEUU, que ha sido suplantado, consiguiendo ganar votos con su escalada armamentística, por más que sea fruto de una conspiración de la maléfica agencia Cobra. Un tratamiento de cómic Marvel que provoca la parodia del elemento patriótico y militarista, personificado en última instancia por Bruce Willis como depositario de la pistola del General Patton.

 

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