Margaret Thatcher pasará a la historia por su sobrenombre La Dama de Hierro debido a su firmeza, según sus apologetas, frente a la Unión Soviética. Sin embargo, la firmeza de la que hizo gala al frente del Gobierno británico no es, no debería ser, motivo de orgullo para nadie, pues no hizo uso de ella precisamente para llevar a la práctica sus supuestas convicciones democráticas. Su regresiva política económica y social fue sostenida con la «firmeza» de la represión. Contra los trabajadores y trabajadoras, a quienes incluso obligó a abandonar huelgas por la fuerza; contra las reivindicaciones nacionales del norte de Irlanda, conflicto en el que su nefasta actitud provocó uno de los episodios más dramáticos para el pueblo irlandés, y para cualquier defensor de los derechos humanos, durante la larga huelga de hambre protagonizada por los presos republicanos irlandeses en 1981, con un resultado de diez muertos. La Dama de Hierro también demostró su «firmeza» calificando de terrorista al Congreso Nacional Africano mientras se negaba a mostrar su rechazo al apartheid sudafricano.

Una trayectoria de infausto recuerdo también a nivel internacional, principalmente junto a Ronald Reagan, como fundamental servidora del Capital y del imperialismo para sentar las bases de un orden internacional cuyas consecuencias padecen hoy día los ciudadanos del planeta.