Debut en Madrid en el polémico «Don Giovanni» de Tcherniakov
Para demasiado inteligentes
Hay que explicar que los ánimos estaban ya calentitos en el Teatro Real. El belga Gerard Mortier, enfant terrible de los gestores de ópera, que ha conseguido poner al coliseo madrileño en el punto de mira internacional en varias ocasiones -recientemente con un estreno mundial de Philip Glass y con un «Cosí fan tutte» de Mozart dirigido por Michael Haneke-, se ha distinguido también por un flujo constante de declaraciones irrespetuosas hacia el público que no han sentado nada bien entre el respetable -por ejemplo, que en el Estado español no hay cultura de escuchar a Mozart o que la producción de «Macbeth», que no gustó demasiado, era «solo para inteligentes»-. Se podría pensar, por ello, que el trabajo del director de escena ruso Dmitri Tcherniakov para este «Don Giovanni» no hizo más que detonar la bomba de relojería que estaba latente entre el público.
Tcherniakov es un dramaturgo magnífico, que lleva el método Stanislavsky hasta cotas muy experimentales. Pero su error con este «Don Giovanni» fue el de llevar una idea de partida incongruente hasta sus últimas consecuencias. Tcherniakov plantea el dramma giocoso de Mozart como una especie de Falcon Crest, con las relaciones entre personajes redibujadas para que todos formen parte de una misma familia, carcomida por el estilo de vida autodestructivo de Don Giovanni. El problema es que este nuevo entramado, superpuesto sobre el libreto de Da Ponte, genera constantes fricciones, algunas irresolubres, entre lo que dicen y hacen los personajes, de forma que, al final, uno tenía la sensación de estar asistiendo a dos funciones simultáneas e independientes entre sí, con la confusión que esto inevitablemente acarrea. El abucheo que se llevó Tcherniakov fue histórico y se extendió también a cantantes e incluso al coro, que apenas canta. La única que se salvó de la quema fue Ainhoa Arteta, que se llevó merecidos aplausos y bravos por su Doña Elvira.