El pasado 8 de abril fue un día de júbilo. Margaret Thatcher se quedaba definitivamente ahí abajo. Por fin se hacía realidad aquel clamor de nuestros ochenta, cuando The English Beat reivindicaba la dimisión de «la Dama de Hierro»: «Stand down please, stand down Margaret» («Retírese Margaret»).

The Iron Lady se inspiró en las tesis económicas de Friedman y Hayek, oponiéndose a toda forma de intervención del Estado en los ámbitos social y económico -deslocalizaciones, flexibilización y precarización de las condiciones laborales, desmantelamiento del sistema de protección social- y acentuando la represión policial contra huelgas y protestas. Su ataque virulento del comunismo y las formas colectivas de producción y prestación de servicios convirtieron a Reagan en su mejor aliado, a pesar de sus discrepancias.

Su modelo de Gran Bretaña, con su pasado esplendoroso, marcó su forma de gestionar la demanda de un nuevo estatus político para Irlanda del Norte, Escocia y País de Gales, así como la soberanía de las islas Malvinas (islas Falkland, para el unionismo radical) y Hong Kong. Su populismo autoritario le valió sucesivas victorias en las urnas, con la ayuda inestimable del magnate de los media, Rupert Murdoch. Según Percy Cradock, su antiguo consejero: «La alianza de la feminidad y del poder intrigaba y excitaba a sus interlocutores hombres, desde el presidente Mitterrand a Colin Powell».

¡Si Maggie pudiera ver las muestras de alegría de esa izquierda lunática (loony left) y descontrolada que ella tanto despreciaba! Las manifestaciones y protestas públicas no solo ganaron las calles de Londres, Glasgow, Belfast.