Hy pasajes de esta obra que casi todo el mundo conoce de memoria. Los primeros versos de Segismundo se pueden decir a coro en cualquier representación. La complejidad de esta obra transcurre en el desarrollo de unas situaciones inverosímiles que deben ser aceptadas dentro de la convención teatral. Una complejidad retórica en cuanto no forman parte de una profundidad discursiva, sino de una reiteración de afectos, desafectos y conceptos generales que se lanzan con prosopopeya, pero que solamente contribuyen a la perpetuación de las situaciones, de la narración, sin aclarar nada sobre su contexto, su determinación, su adscripción, dejando a los personajes compuestos por esta textualidad en ocasiones barroca y en otras florida y casi siempre cercana a la mixtificación. En este sentido podría entenderse incluso como maniquea.

En esta propuesta se parte de una adaptación de Juan Mayorga que ha limado algunas asperezas en el verso y ha limitado parte de los discursos más dogmáticos. La estructura se mantiene intacta, los pasajes narrativos se suceden, avanza la peripecia, se adentra en las ideas fuerza, en lo que partiendo de una aparente introspección se va convirtiendo en una clara proclama a favor de als consignas básicas que sustentan el pensamiento calderoniano tan acorde con la oficialidad de la época. El montaje tiene solvencia en lo formal, una escenografía magnificente, apabullante incluso, una buena iluminación, alguna concesión al espectáculo, la asunción de un Segismundo interpretado por una actriz, Blanca Portillo, no interfiere para nada en el contenido, ni en su desarrollo, la calidad interpretativa se coloca por encima de toda identidad de género, el resto del reparto mantiene un tono medio de bastante entidad.

Para empezar su andadura como directora de la compañía, Helena Pimenta ha buscado un espectáculo canónico, institucional, que veremos cómo queda en el recuerdo y la historia.