«Jagten», La caza
Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
La realidad tiene un carácter poliédrico y el modo en el que la percibimos depende de innumerables factores que, además, son filtrados por la mirada de cada uno de nosotros. Acercarse al tema de la pederastia, de los abusos infantiles, es, de por sí, una tarea dolorosa, angustiosa. Más aún para quien los ha sufrido. Thomas Vinterberg lo hizo en «Festen», con un resultado extraordinario y arropado por la firma Dogma 95 y la factoría Zentropa. En «Festen», basada en la denuncia de un hijo contra su padre, los abusos habían sido reales y una celebración familiar se convierte en el desencadenante, en un polvorín que es necesario hacer estallar. En «La caza» regresa al tema para plantearnos una situación inversa ¿Qué sucede cuando alguien es acusado de un delito que no ha cometido? El cineasta danés, aplicando los principios de la sencillez argumental, de la observación de la conducta humana y ayudándose de esa fantástica escuela danesa de actores, construye un relato en el que atrapa al espectador para no dejarle huida posible ante el dolor y la injusticia que padece el protagonista interpretado por Mads Mikkelsen. Olvidándose del contradictoriamente estilo artificioso Dogma 95, la realización de Vinterberg está al servicio de la historia. Una historia que pide ser contada teniendo en cuenta la presión que ejercen sobre el individuo las pequeñas comunidades, esas que son refugio y cárcel al mismo tiempo. Curiosamente, y creo que tocado por la desmesura, Vinterberg coloca en el punto de mira a los personajes femeninos, todos ellos invadidos por un espíritu inquisitorial. «Jagten» es dolorosa, sencilla en sus formas y brillante a la vez, de esas películas necesarias, aunque su planteamiento sea sumamente arriesgado.