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Raimundo Fitero

Una sombra

 

El paso del tiempo es un fluir que nadie puede detener. Pasa sobre las piedras, los edificios, los automóviles, los libros, las modas, las series, las películas y especialmente sobre las personas. Las cirugías son alteraciones circunstanciales de un proceso imparable, ejercicios de ocultación. En el paso del tiempo existe una fase que es la de maduración, cuando se alcanzan los puntos máximos de acercarse al lugar más exitoso de cualquiera y en cualquier actividad. Con alguna excepción, quizás en la enseñanza, donde la acumulación de experiencias es un grado, la creación artística y científica, donde se pueden encontrar extensiones de ese momento de mayor equilibrio, en el resto, los seres humanos nos convertimos en una sombra de nosotros mismos. Y no piensen solamente en lo sexual, no, en muchas más cosas.

Toda la perorata anterior es un balsámico preámbulo para intentar descifrar lo que me produjo la intervención de Xavier Sardá con Jordi González, en «EL Gran Debate» de Telecinco. Yo he defendido con admiración al Sardá comunicador, entretenedor, periodista, en los momentos en los que su actividad televisiva rozaba el declive. Ha sido uno de los grandes. De los mejores, pero ahora se ha convertido en una sombra de su propia sombra. El intentar hacer crítica política, con las herramientas de su innegable tendencia a dejarse llevar por ese conglomerado de egos perdidos entre el Ebro y el Manzanares, que llaman algunos de manera rutinaria PSC, se convierte en algo que no hace otra cosa que restarle credibilidad a su magnífica hoja de servicios, radiofónicos, televisivos e incluso partidistas.

Si se colocase como ha hecho, hace y supongo hará, como tertuliano al uso, pues, qué le vamos a hacer, uno más que sigue consignas y abunda en el distanciamiento entre loros y cacatúas que hablan de oídas, pero con sección propia, entra en lo patético. Se le ve sin gracia, forzado, sin chispa, a siglos luz de los nuevos comunicadores con humor político. Por decirlo de una manera comprensible, quiere ser una especie de Jordi Évole de plató, y ha perdido tanto la comba que no logra ni acercarse a quien fue su alumno. Ni digamos a Wyoming.