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Revelar la represión política para enterrarla cuanto antes

En la semana que concluye, GARA y NAIZ han podido llevar a sus lectores algunas historias humanas capaces de conmover sentimientos y remover conciencias. El lunes ofrecía en la web el documental realizado por Karlos Trijueque sobre la muerte de Iñigo Cabacas y todo lo que le ha rodeado posteriormente. A la herida abierta del propio drama se le suma la sal vertida en ella por quienes siguen intentando que no se sepa lo ocurrido. El miércoles, en estas páginas se reflejaban los últimos días en libertad de Nahikari Otaegi y su familia, fracturada por la mitad por culpa de una sentencia política y, como tal, perfectamente evitable. También esta semana este diario ha dado voz a Haritz Gartxotenea y Aritz Labiano, los dos jóvenes de Zarautz absueltos por el Constitucional tras pasar un año en la cárcel por culpa de una delación anónima; un proceso que en su momento fue noticia de ámbito estatal y que ahora se prefiere pasar por alto, evitando así reconocer lo que en cualquier país normal del entorno sería un escándalo de primer nivel. Y hoy quienes se expresan son los jóvenes que protagonizaron la resistencia pacífica de Aske Gunea, de quienes se ha escrito muchos estos días pero a los que se ha dado muy poca voz.

Cada una en su nivel, se trata de historias humanas que difícilmente pueden dejar indiferente a alguien, pero que hasta ahora se han desarrollado muchas veces al margen de micrófonos y cámaras. En primer lugar, claro está porque ni a los poderes establecidos ni a los medios ligados a ese sistema les interesa contarlas, en la medida en que derrumban las versiones oficiales de turno. Pero historias imprescindibles de narrar que también muchas veces han permanecido silenciadas, incluso autosilenciadas, por otros factores que tienen más que ver con la idiosincracia vasca y los modos de hacer instalados con los años en el sector político-social más reprimido: falsos pudores, colectivismo mal entendido, anonimatos forzados por la propia represión...

Todo eso ha creado una pantalla tras la que se sigue escondiendo mucho sufrimiento, que queda por tanto oculto para quien está en el otro lado. Desterrarlo de una vez exige primero sacar a la luz esas realidades. Vulneraciones que solo se explican plenamente a través de las personas que las sufren, tal como son. Igual que en su día trágicamente Nagore Laffage puso rostro en Euskal Herria a la lacra de la violencia machista o más recientemente Amaia Egaña a la de los desahucios, hoy la concienciación social sobre la impune violencia policial lleva la cara y el nombre de Iñigo Cabacas, la de las condenas políticas contra la juventud vasca se refleja en Nahikari Otaegi, la de las aberraciones judiciales se resume en las de Haritz Gartxotenea y Aritz Labiano, la crueldad de la política carcelaria en Xabier López Peña... Casos que son noticia relevante y que hay que revelar no solo a Euskal Herria, sino también al mundo.

La capacidad de contradicción tiene un límite

La difusión de estos casos no solo aumenta la concienciación social, sino que interpela a sus responsables. Las revelaciones sobre el caso de Cabacas han provocado una guerra interna notoria en el seno de la Ertzaintza, obligan a tomar partido al Departamento de Seguridad y aceleran la cuenta atrás del reloj de la Justicia, desesperadamente lento en este caso (el fiscal superior, Juan Calparsoro, afirma ahora que pronto habrá decisión sobre imputaciones o no).

El testimonio de Nahikari Otaegi también debería remover conciencias de quienes incurren en contradicciones demasiado flagrantes como para ser sostenidas mucho tiempo. Por ejemplo, la de la consejera de Seguridad que afirma tener claro -y GARA no duda de su sinceridad- que nadie debería ir a prisión por su actividad política. O la de ELA, con amplia presencia en la Ertzaintza y a quien por tanto compete una responsabilidad pareja para acabar con estas redadas políticas. Es al país entero al que le corresponde seguir aumentando el cinturón de protección que cientos de jóvenes voluntarios crearon en el Boulevard. Resulta notorio que en muchos agentes existen contradicciones heredadas del pasado, de tiempos de enfrentamiento muy recientes, pero hay que resolverlas cuanto antes si se quieren hacer creíbles ciertos discursos y, sobre todo, si se desea acabar para siempre con esos sufrimientos inútiles.

Que sea la última

Los ejemplos citados tienen otra característica en común: han afectado a personas muy jóvenes, como si la espiral del enfrentamiento armado casi ininterrumpido en este país en los últimos dos siglos tuviera que seguir cobrándose su cuota víctimas inexorablemente también ahora que otro futuro diferente está en las manos.

Ello hace más reseñables los mensajes de dos jóvenes que también han tenido hueco en estas páginas esta semana. Dos jóvenes cuyas trayectorias vitales no tienen nada que ver, pero cuyas reflexiones de futuro se cruzan. Una es la de María Eguiguren, hija del presidente del PSE, al recoger junto a Garazi Otegi el Premio Gernika: «Sé lo que es odiar, sé lo que es decir `ojalá se mueran'. Y sé que odiar es el infierno». La otra es de Aitor Mokoroa, compañero de Nahikari Otaegi, el miércoles en GARA: «El reto es claro: a ver qué hacemos para que nuestros hijos, y no me refiero solo a los nuestros sino a los de todos, no sigan sufriendo más. Si no solucionamos este conflicto de raíz, generación tras generación siempre estaremos en el mismo ciclo represivo».

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