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Proceso de diálogo entre las FARC y el Gobierno colombiano

«En la búsqueda sincera de la paz, no hay plazos ni calendarios»

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Alvaro Leyva Duran

Político colombiano y experto en la resolución de conflictos

La música, en especial la ópera, es una de sus pasiones y la búsqueda de la paz, su obsesión. Confiesa que «hablar de paz con un fondo operático bien escogido para la ocasión es una combinación que deleita». Alvaro Leyva Durán se define como conservador y es uno de los líderes más carismáticos de este partido en Colombia. De un modo u otro, ha estado involucrado en los procesos de diálogo entre el Gobierno y diferentes guerrillas. «También lo estoy a mi manera en el actual», afirma.

Ainara LERTXUNDI

La búsqueda de la paz ha sido siempre su guía en las últimas tres décadas, en las que ha desempeñado muy diversas funciones políticas y se ha entrevistado con diversos movimientos guerrilleros. En el cuestionario remitido por GARA, Alvaro Leyva Durán, icono del Partido Conservador en Colombia, insiste en que «para hacer la paz, se busca al enemigo, no al amigo» y sostiene que, tarde o temprano, habrá un cese a las hostilidades, como él mismo propuso al presidente Juan Manuel Santos.

Usted se define como conservador, sin embargo, ha mantenido contactos permanentes con diferentes guerrillas. Se dice incluso que se ganó la confianza de Manuel Marulanda, fundador de las FARC. ¿Qué le ha empujado a buscar a la otra parte del conflicto a riesgo incluso de ser acusado de connivencia con las FARC, como ocurrió a raíz de la incautación de los supuestos ordenadores de Raúl Reyes?

Es que están quienes creen que ser conservador implica ser enemigo de la paz. No sé de dónde sale esa ridícula premisa. El conservadurismo a la manera que lo entiendo es igual al orden, a la justicia con todos sus alcances incluyendo la justicia social; es igual a la concordia, al entendimiento democrático y al respeto al otro, y fundamentalmente, a entender que la paz es el derecho humano y colectivo por excelencia, pues como ya se reconoce hoy, se trata del derecho síntesis, es decir de aquél que garantiza el gozo de todos los demás derechos. Sin paz, todos los más elementales derechos terminan cercenados. Ser conservador a mi manera es igual a reconocer la dignidad de la persona humana, en paz, con todos sus derechos y siendo consciente de sus obligaciones para con la sociedad y cada uno de sus semejantes. En Colombia ha sido el Partido Conservador el que históricamente ha tomado la iniciativa de la búsqueda de la paz. Belisario Betancur y Andrés Pastrana son ejemplos vivientes de ello (expresidentes conservadores). Me ha correspondido de alguna manera ser proa de tales iniciativas, y para serlo y hacerlo hay que conocer al otro, hablar con el otro, comprender e interpretar al otro. Para hacer la paz se busca al enemigo, no al amigo. Esto me llevó desde tiempo atrás a conversar horas enteras, días si se quiere, con los contradictores armados no solo de las FARC sino de agrupaciones como el Ejército Popular de Liberación, EPL; el Ejército de Liberación Nacional (ELN); el Partido Popular de los Trabajadores (PRT); la organización armada indígena llamada Quintín Lame; el Movimiento 19 de Abril (M-19). Organizaciones, algunas, ya desaparecidas. Conocí a sus principales comandantes, algunos ya muertos, otros detenidos, u hoy desmovilizados y activos en las lides políticas. Ciertamente tuve contactos directos con Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Raúl Reyes, Alfonso Cano, el cura Pérez del ELN, con Pizarro León-Gómez del M-19 y con varios más. Marulanda y Jacobo Arenas, los más veteranos, desaparecidos por causas naturales, fueron valiosos interlocutores. A los adversarios también se les aprende. Los dos últimos llevaban la historia de Colombia por dentro y a su manera. Ricas experiencias humanas que me condujeron a conocer la otra cara de la moneda. Esto me hizo crecer en madurez, entender y buscar soluciones.

Hacer la paz es un arte y compromiso que solo se perfecciona teniendo al adversario al frente. Tras tanto tiempo en estas actividades (29 años) era obvio que no aparecer en los ordenadores de uno u otro comandante alzado en armas habría llevado a poner en duda la eficacia de mi participación en las iniciativas de paz y los procesos de diálogos y reconciliación. ¿Presencia sin registro? Imposible.

Pese a haber participado en todos los procesos diálogos anteriores, para este no ha sido consultado por el Gobierno de Santos. ¿Por qué cree que no han contado con su vasta experiencia para esta ocasión?

Nunca he sido parte de grupos negociadores. No he representado en conversaciones ni antes ni ahora a ninguna de las partes y ningún gobierno me ha convocado jamás. No pretendo ser del equipo de paz del Gobierno. Se me reconoce cierta autoridad ganada con el trabajo de años. Termino entrando, jugando un papel curioso... ¿De bombero? ¿De precipitador de soluciones? Lo único que puedo afirmar es que nunca he estado por fuera de los procesos. En la medida en que pueda ayudar, ahí estoy. Ya actúo, a mi manera, en el actual proceso.

¿Qué falló en el Caguán? ¿Qué lecciones cabría extraer de este y de anteriores procesos?

Una historia larga, nunca bien relatada ni comprendida. Se pensó que la paz era tan fácil como «soplar y hacer botellas». Lo fácil hoy, ya superado el momento del Caguán, es echar culpas. Recriminaciones van y vienen a la usanza colombiana. Fallaron tirios y troyanos y hoy cada parte cobra hechuras. Se olvida que en los procesos de paz siempre habrá zonas de distensión, desmilitarizaciones, áreas despejadas de fuerza pública. Llegará el momento en que se darán nuevos Caguanes, así sean de menor tamaño. El Caguán en la historia de la paz es tan culpable respecto del problema central como el sofá en el cuento del amante descubierto o delatado. Nunca la fiebre se ha encontrado en las sábanas.

¿Cómo se están viviendo desde Bogotá las conversaciones que se vienen desarrollando desde noviembre en La Habana?

Hay incredulidad. Mucha. Pero también hay esperanza. Están quienes nunca han conocido la paz y la creen imposible. Y están los que han logrado encontrar en la contienda una oportunidad económica y una forma de vida. Hay incrédulos por naturaleza como fanáticos que no permiten siquiera que se piense en una salida civilizada al conflicto. Pero parte del reto de la paz es afrontar dificultades y confrontar adversarios sin caer en nuevos tipos de violencia. Tenemos que crear caminos de tolerancia y fomentar la cultura de la paz. Hace parte del reto.

¿No resulta cuando menos complejo que Santos, que en 1997 propuso al entonces candidato presidencial Andrés Pastrana la creación de una zona de despeje con miras a la apertura del proceso del Caguán, fuera quien años después asestara en calidad de ministro de Defensa de Alvaro Uribe los más duros golpes a las FARC y que siendo ya presidente autorizara la muerte de Alfonso Cano, pese que a este había contactado con él para abrir un proceso de paz?

El conflicto colombiano se inicia en los años treinta del siglo pasado. Se confunde la fecha de la fundación de las FARC en 1964 con el inicio del problema, y no hay tal. En tanto tiempo transcurrido se ha visto de todo. Quien fuera amigo de la paz hace veinte años es enemigo del entendimiento hoy. Guerreros de antes cargan banderas blancas hoy. En materia de comandancias generales «cada alcalde manda en su año», y «cada torero torea con su cuadrilla». Ha habido momentos en que se ha desconocido el conflicto interno a fin de no aplicar el Derecho Internacional Humanitario; en otras oportunidades se ha llegado a pensar que arrasando se alcanza la paz; ni más ni menos, buscando la aniquilación del enemigo para construir la concordia. ¡Quién lo creyera! Muchos cayeron en esa trampa. Tal azaroso simplismo nunca condujo a ninguna parte. Sin embargo, lo que vale hoy, es impulsar el proceso de diálogo iniciado por Santos en La Habana. Hay que respaldarlo.

¿Cómo valora el silencio hermético de los integrantes del equipo negociador del Gobierno, que hasta el momento no han concedido ninguna entrevista? De hecho, Humberto de la Calle ya dejó claro en Oslo que no iba a hacer una negociación por los micrófonos.

Las estrategias de la paz hoy, son distintas a las que se presentan mañana. No hay dogmas que se puedan implantar. Amanecerá y lo veremos.

Usted ha propuesto un alto el fuego con verificación internacional. El Gobierno, en cambio, se niega. ¿A qué se debe tal empecinamiento?¿Una demostración de fuerza acaso?

El alto al fuego es el mejor camino de ambientación de la paz y es absolutamente posible. Hace parte de toda una pedagogía creadora de mejores horas. El control del esfuerzo tendría mayor eficacia con ojos externos encima, pues la independencia de tales verificadores infundiría mayor respeto. Ya verá usted que la tesis se abrirá paso.

¿Considera, por tanto, factible una tregua bilateral y la incorporación a la mesa de Simón Trinidad, preso en EEUU, tal y como exigen las FARC?

En el camino se llegará a tomar y evaluar seriamente estos dos tópicos, pero por ahora, «no se puede ensillar antes de traer las bestias».

Se habla mucho de plazos, más teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones. ¿Es peligroso intentar poner plazos?

En la búsqueda honesta, sincera, patriótica e histórica de la paz, no hay plazos ni calendarios.

¿Qué fuerza real tienen los sectores opuestos al proceso? ¿Puede Álvaro Uribe dar al traste con las esperanzas generadas?

En la medida en que la paz vaya logrando espacios y abriendo trochas; y produciendo hechos con resultados palpables tras gestos perdurables, irán perdiendo fuerza los escépticos y los enemigos del proceso. Llegará el momento en que habrá «mucho ruido y pocas nueces» sin consideración de nombres por más sonoros que sean o hayan sido.

¿Qué secuelas dejó la política de Seguridad Democrática?

Éxitos relativos, éxitos indudables, mucha sangre culpable e inocente; pagaron justos por pecadores. Cantos, himnos, cruces, aplausos y llanto. Fosas comunes, falsos positivos, Militares tras las rejas y muchas medallas. Desorden tras el pretexto del éxito. Polarización de la sociedad. Poco perdón, poco olvido. Y de todo como en botica ya que cada cual habló de la feria como le fue en ella. Y hay quienes encontraron en Uribe ya un patriota excelso, ya un bandido sin fronteras. La historia sabrá establecer la verdad.

¿Hay garantías suficientes para ejercer la política teniendo en cuenta el precedente de la Unión Patriótica? Usted mismo retiró su candidatura presidencial en 2006 alegando «desigualdad y peligro».

El panorama general ha mejorado. Más garantías, igual a menor peligro. Hubo un momento en que la situación era invivible. Los muertos y las fosas comunes como resultado de la guerra interna, los crímenes de Estado, las atrocidades de los paramilitares y del narcotráfico hacían temer por la vida de cientos de luchadores por la paz y los derechos humanos. Fui objeto de amenazas y corrí riesgos significativos; sufrí atentados, pero tal es el costo de estas empresas de paz. Aún se dan crímenes inexplicables y muertes que podrían ser evitadas. Pero todo lo anterior y lo que aún se percibe es lo que hace que la paz sea un imperativo categórico.

¿Qué le llevó a abstenerse de participar en temas de paz durante tres años?

«Cada día trae su afán», dicen en mi tierra: lección aprendida para tener en cuenta. Es que «no por mucho madrugar, amanece más temprano». Buscar o construir la paz es más una carrera o labor de resistencia que de velocidad. Tres años a la espera de un mejor momento dejaron mucho que desear pero fueron necesarios. La polarización nacional, la falta de ambiente y de voluntad política, la atrocidad de los acontecimientos alejó el horizonte del entendimiento. Tiempos ya superados -espero que así sea-, que condujeron forzosamente a comprobar una vez más que la armas no son el camino de la paz.

¿Ve factible la incorporación de las FARC a la vida política?

Absolutamente. Sí. Tras la paz lograda de manera generosa y con reglas claras que permitan establecer a priori que será perdurable, definitiva, enriquecida con seguridades jurídicas y con normas pétreas, es decir, inalterables, algunos antiguos combatientes buscarán espacios políticos. Y los lograrán.

Una de las acusaciones contra las FARC es su supuesta vinculación con el narcotráfico. ¿Comparte esta denuncia?

Pregunta difícil para responder en una entrevista de tan corta extensión. Sí hay vinculación sin duda, más en los primeros estados de la cadena que en los últimos. Es un ingreso maldito por el origen dedicado particularmente a su defensa tras la caída o desaparición de los imperios marxistas y sus aliados que terminaron amputando las fuentes ordinarias de dinero. En mucho se acrecienta la actividad ilícita para responder al Plan Colombia. Es un tema que hay que abordar sin tapujos en las negociaciones. Sirve el momento también para destapar y poner en evidencia a quienes sin estar vinculados al conflicto armado propiamente, se nutren escandalosamente tras el paraguas de la interminable guerra nacional y el narcotráfico. El tema de la droga, su cultivo y tráfico hace parte del núcleo esencial de los diálogos y del camino hacia la reconciliación.

¿En una etapa post-conflicto, cómo debería afrontar el pasado la sociedad colombiana? ¿Podría optar por la vía sudafricana, por ejemplo, con la creación de una Comisión de la Verdad y la Reconciliación?

Todas esas iniciativas son bienvenidas pero sujetas a la realidad nacional y no a los deseos foráneos que hasta ahora encuentran y aprenden que una es Culumbia y otra es Colombia. Comisión de la verdad, no para las últimas horas de los últimos años. La historia de la guerra es antigua. Muchos son los victimarios: en todos los estamentos de la organización social pública y privada se parapetaron o se encuentran. Además la responsabilidad del Estado está allí para ser establecida juzgada. Y la reparación no puede estar dirigida a unos pocos. En tantos años de desangre violento y fratricida algo más de un millón de muertos han bajado al sepulcro. Esa es la cruda realidad colombiana. No otra.

¿Cómo se puede garantizar el cumplimiento de los acuerdos? ¿Está de acuerdo con un posible referéndum?

La seguridad jurídica y las normas pétreas que habrán de garantizarla de manera perenne la paz no pueden ser hijas de un referendo. Es antitécnico e inseguro en sus efectos y alcances. Soy amigo y ferviente creyente de que lo mejor en nuestro caso es la constituyente.

Una dilatada trayectoria política y de mediación con movimientos guerrilleros

Hijo de un exministro conservador, Alvaro Leyva Durán ha desempeñado diferentes funciones en el plano político, desde concejal, congresista y senador hasta ministro de Minas y Energía bajo el Gobierno de Belisario Betancur y candidato a la presidencia en varias ocasiones. Su meta siempre ha sido la paz. Durante el proceso emprendido por Betancur, fue a la Casa Verde, donde conoció y se ganó la confianza de los líderes de las FARC Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. También ha mantenido contactos con otros grupos guerrilleros tanto en la selva como en países extranjeros. Jugó un papel clave en la liberación del candidato conservador Alvaro Gómez Hurtado, secuestrado por el M-19 en 1989 y bajo el Gobierno de Alvaro Uribe, las FARC lo contactaron para entregarle las coordenadas para encontrar los cuerpos de 11 diputados muertos en 2007 en circunstancias aún por determinar. En 2008, la Fiscalía investigó a Leyva Durán porque su nombre aparecía en el ordenador de Raúl Reyes. Insiste en que «la paz debe ser una política de Estado. No puede ser una estrategia de coyuntura y mucho menos una variable electoral. Su futuro no se puede amarrar a las encuestas ni a una reeleción presidencial». A. L.

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