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San Mamés dejó claro que no es cualquier campo

Empate que sabe a victoria

Gran primera mitad local que Messi desequilibró en la segunda y gol agónico de Herrera que hizo justicia.

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ATHLETIC 2

BARCELONA 2

Joseba VIVANCO

Corría el minuto 89 de partido. Los leones, con coraje, sin nada que perder y mucho que ganar, desde hacía minutos le habían mirado al Barcelona a la cara, a Messi a los ojos, justo desde que en el 69 Alexis había puesto a los culés por delante en un visto y no visto. Saltó desde la banqueta el `10' argentino al empapado césped de La Catedral como a quien le invitan a sumarse a una pachanga en un potrero rosarino. Pero Messi no es un barrilete cualquiera al que dan cancha porque falta un jugador. Como la leyenda del Cid Campeador en la batalla después de muerto, su sola presencia sirve para espolear a los suyos y amedrentar al enemigo. Salió, gambeteó y goleó. Pero esa es otra historia. La que nos ocupa corría en el minuto 89, sí.

Cuando la cabeza ya no ordenaba a las piernas, cuando las piernas no respondían a la cabeza, los leones apelaron al corazón, ese músculo que cuando el fútbol de toque agoniza, lo suple con convicción. Balón a banda izquierda del ataque local. Un ayer estajanovista De Marcos se lo piensa, dubitativo gana unos centímetros respecto a su marcador y centra a lo que salga, allá donde aguarda un Llorente casi recién entrado al campo, cuya sola presencia genera el miedo en una zaga culé que no acierta a despejar bien el kamikaze balón. Una pelota que cae justo donde Herrera, escorado en el lado opuesto, dentro del área, golpea con su pierna menos buena, con el corazón, y la `vieja' que diría Di Stéfano, se cuela tan ajustada a la madera y la manopla de Valdés, que las gotas de agua que colgaban de la red tienen que caer a la hierba para que la grada, San Mamés entero, se percate y salte un segundo después al unísono festejando el agónico empate.

Fue el momento, el instante, en el que casi por primera vez esta azarosa temporada, afición y equipo se sintieron en plena comunión. La parroquia rojiblanca aireó sus bufandas al viento como en aquellas noches europeas de no hace tanto, se puso en pie, regaló abrazos, coreó el nombre del equipo. Y el verbo se hizo carne.

El pitido final sirvió para desatascar todo ese colesterol que jugadores y público acumulaban desde hacía tiempo. Muniain, ayer un Muniain tres pulmones, ilustraba sobre el césped esa rienda suelta, con sus brazos al cielo, la pertinaz lluvia sobre su cara, los efusivos abrazos con un exhausto y siempre generoso Gurpegi, con Iraola, con Ramalho, con Ekiza... Puñetazo al aire. Esta vez sí. Un empate que tiene sabor a victoria. Músculos dolidos abajo, gargantas rotas en la grada. Hasta Marcelo Bielsa reconoció en sala de prensa que estaba contento. Ayer, sin demagogia, pudo compartir unas pocas de esas emociones que dijo entre semana querer sentir con los aficionados.

Solo es un punto. Cierto. Pero con un enorme valor simbólico. Un espaldarazo a unos jugadores cuestionados, a un equipo con el viento siempre de frente esta temporada. Un equipo que se vacío durante la primera mitad, tratando de cortar la circulación sanguínea del Barça y a la vez desplegar su propuesta de juego. Salió decidido a ello, convencido, apuesta esperada a la par que arriesgada como fue evidente en la segunda mitad, cuando el brutal derroche físico hizo mella en las piernas y el pulmón sin aliento.

La obsesión de los rojiblancos era clara desde el inicio: impedir la salida del balón jugado desde Valdés -aunque para ello Iraola subiera a marcar a Jordi Alba- y cortocircuitar a Xabi y Thiago en la medular con un altruista Gurpegi y un no menos `Correcaminos' De Marcos, que acabaron con agujetas en la cintura de tanto quiebro en una baldosa. Lo bueno no solo era que el Athletic conseguía su objetivo, sino que encima cada rebote, cada balón suelto le favorecía y cada triangulación le salía al milímetro. Un esfuerzo espléndido que necesitaba recompensa en forma de gol.

La tuvieron los de Bielsa a los cinco minutos, un balón robado en banda por De Marcos, Herrera la cruza y Aduriz en el segundo palo no llega por un pelo de Toquero. La Catedral empujaba. Le gustaba lo que veía. Pero enfrente estaba un Barça con ausencias notables de inicio -Messi, Iniesta, Villa-, pero que en cualquier chispazo, como el tiro de Alexis al poste en el minuto 16, desactiva al rival.

El arreón inicial de los leones dejó paso entonces a un Barça más dominador de la pelota, pero tan incómodo por la presión de los bilbainos que apenas sí fabricó un chut flojo de Song y otro más comprometido de Xavi que se fue fuera por astillas. Y cuando más achuchado se veía el Athletic, llegó el gol de Susaeta. Minuto 27, jugada personal de Aduriz, penetra en el área, cambio de ritmo que rompe a Piqué, balón cruzado y el de Eibar, en el otro costado, empuja a las mallas. Bufandas al aire, unánime «Jo ta ke, irabazi arte!», San Mamés como en las mejores tardes.

Messi sale y desequilibra

Tito Villanova se situaba a ras de hierba. Herrera veía la amarilla, quinta, y se perderá la visita a Vigo. Llegar con ventaja al descanso era el objetivo ahora. Lo que nadie esperaba es que esa diferencia podía aumentarse en los estertores del primer tiempo, como tampoco podía imaginarse que el balón templado de De Marcos desde la línea de fondo, como tantas veces la temporada pasada, Aduriz lo cabeceara solo, franco, con todo para él, por encima del larguero de Valdés. Y mientras el donostiarra aun se lamía la herida, Fábregas dibujaba una entrada hasta la línea de fondo del área pequeña de Iraizoz y la cruzaba sin nadie para rematar la jugada. El partido se iba al descanso, con el Athletic en ventaja en el marcador, discutiéndole la posesión al Barça -48-52%- y la grada entonando el «lo, lo, lo...» y sacando de nuevo a pasear sus bufandas.

En la reanudación, un resol que conseguía abrirse paso en el encapotado cielo iluminaba San Mamés, al tiempo que Leo Messi comenzaba a trotar en la banda. Los de Villanova apretaban de inicio, la afición animaba para sostener a los suyos. Falta al borde del área blaugrana, escorada a la derecha del ataque bilbaino. Aurtenetxe apresta su zurda, la única rojiblanca sobre el terreno de juego. Pero es Susaeta el que golpea con la diestra y estrella el esférico en la misma cruceta de Valdés. Otra vez los postes. Dichosa madera.

Tito Villanova, que había dado entrada a Adriano por un fuera de ritmo Abidal, echaba el resto. El unánime aplauso que se llevó de su último clásico en San Mamés el gran capitán culé Xavi Hernández, dejó paso a unos premonitorios pitidos a Leo Messi, el Cid. Su presencia en el terreno de juego espoleó a los culés e hizo tragar saliba a los leones. Él solito verticalizó el juego del Barcelona y de ahí, con el Athletic expectante, vinieron dos paradas de Iraizoz a disparos de Alexis, amén de una valiente salida de puños ante el chileno que en la grada levantó hasta algún «¡Con dos cojones!». Pero fue el preludio del empate.

El Athletic no baja los brazos

Quién si no el `10' argentino se adueñó de la pelota. Escorado. A unos treinta metros de la meta de Gorka. Enfrente, San José, primero, Herrera después, Gurpegi más tarde, San José otra vez. «Yo pensé: Él está hecho de carne y hueso, como yo. Yo estaba equivocado», confesó Tarciso Burnigch, defensor italiano encargado de marcar a Pelé durante la copa de 1970. Algo parecido debió de pensar el trío de defensas navarros. Messi, ese cuerpo geografía del escamoteo que diría su paisano Jorge Valdano, finta, se va, conduce, la acomoda y le señala a Iraizoz, por allí, escorada, por donde no llegas. Empate. Messi, siempre Messi.

«Athletic, Athletic!» resuena, cántico coral que silencia Alexis con el segundo, dos minutos después, aprovechando un cabezazo defectuoso del propio Leo a centro de Dani Alaves, la primera vez que se despegaba de un sacrificado Muniain. Tanto esfuerzo para caer bajo el hechizo de Messi. Las piernas ya no obedecíana a la cabeza. Bielsa sacaba a San José y daba entrada a un fresco Ramalho, y casi al instante lo hacían Llorente e Ibai. El Barça maniobraba e Iniesta, pitado en el calentamiento, recibió tal concierto de viento que uno podía sentir las vibraciones. Inolvidable el abucheo de una Catedral que para él nunca será un campo más.

Era el minuto 77. Los culés acariciaban los tres puntos, quién sabía si el título. Se veían ganadores. Messi, casi desconcetado desde el gol, estaba a punto de hurgar en la herida en un libre directo que se fue fuera por poco. No, el protagonista ayer no iba a ser para el rosarino. El fútbol, a veces, incluso con este Athletic, también hace justicia. Y regresamos a ese minuto 89. Centro al área, rechace defectuoso y Herrera, el de la asignatura pendiente con el gol, marca, primera diana este curso, y como el anterior, al Barça. Descuento y final. Empate con sabor a victoria. Gurpegi, reventado; Muniain, exultante; Bielsa, contento ¡carajo! «Empate en un San Mamés espectacular, como siempre», escribía Valdés en su Twitter. De nada.

Un Bielsa «contento» dice que «el esfuerzo merecía algo más que una derrota digna»

Con estas palabras resumió Marcelo Bielsa el partido: «Estoy muy contento porque el esfuerzo que habían hecho nuestros jugadores merecía algo más que una derrota digna. El cambio en el marcador en tan poco tiempo, tan repentino, siempre presupone un decaimiento; pero con mucha laboriosidad tratamos de hacer equilibrio y acercarnos al área. Finalmente encontramos respuesta». Feliz, aunque felicidad disimulada, la del técnico argentino, que enfatizó la importancia del empate y la manera de conseguirlo ante semejante rival. «Para nosotros es un paso que fortifica el concepto que tenemos de nosotros mismos como equipo. La única manera que tenemos de acortar distancia con un equipo como el Barça es empeorarlos a través de nuestra gestión defensiva y conservar nuestras cualidades en ataque, hoy por momentos lo logramos ante un rival como este, que tiene gran capacidad para salir de los ahogos y las presiones. Tiene una calidad técnica alta y una exuberancia física importante».

Sobre la incidencia de Messi en el desarrollo del partido, el técnico subrayó que «lo que le sucede a los rivales es proporcional a lo que produce», negando que su salida infuendiera miedo en sus jugadores. «Si un jugador tiene semejante poder de desequilibrio no puede no generar precauciones en los rivales. No necesita de ninguna concesión para desequilibrar», añadió.

Respecto a los cambios en el partido, Bielsa aseguró que «los cambios defensivos, cuando no son imprescindibles, resultan difíciles de asumir», en referencia al de Ramalho por San José. «Cuando nos pusimos en desventaja pensé que había que cubrir terreno muy amplio y que Ramalho nos ayudaría. La velocidad del canterano, a juicio del rosarino, unida a la de Ekiza, «emparejaba mejor con Messi». A nivel individual, Bielsa quiso destacar el partido hecho por Gurpegi como volante de contención.

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