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CRíTICA: «Noche de vino y copas»

Pareja danesa peleada como las torcidas de Boca y River

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Mikel INSAUSTI

La mayoría de los cineastas daneses actuales no quieren ni que les relacionen con el movimiento Dogma de Lars Von Trier, ni que les encasillen dentro del drama nórdico, por lo que tarde o temprano realizan una comedia viajera por tierras o ambientes más cálidos. A Ole Christian Madsen le ha llegado la hora después de darse a conocer internacionalmente con «Praga» y «Flame y Citron», ambas protagonizadas por el Mads Mikkelsen más serio. Si Susanne Bier encontraba su paraíso soleado en el Sorrento italiano de «Amor es todo lo que necesitas», Madsen lo va a buscar al apasionado Buenos Aires del derby futbolístico entre los eternos rivales de Boca y River, y de ahí que el título original de la película sea el de «Superclásico».

El enfrentamiento futbolístico argentino por excelencia no puede ser más propicio ambientalmente para situar las disputas de una pareja danesa, pues mientras las torcidas de Boca y River mantienen su tradicional duelo en las calles bonaerenses, los divorciados extranjeros saldan viejas cuentas por su lado, ante la resistencia de él a aceptar la nueva vida de ella al lado de un famoso jugador local, del que es también su representante.

El futbolista en cuestión, interpretado por Sebastián Estévanez, guarda un deliberado parecido con Maradona, lo que lo hace más odioso ante el ex marido celoso, que sin tener ni idea de manejar el balón se atreve a retar al delantero a un duelo como improvisado portero, consiguiendo únicamente lesionar a la figura y bajar su cotización. Tampoco sabe bailar el tango, pero sí es un entendido en vinos. Su valía como experto catador será puesta a prueba en la barra de un bar por un bodeguero local, saliendo mejor parado de dicho reto. Dicha prueba se inscribe en la comicidad propia derivada de las diferencias culturales, explotadas en todas las vertientes. En la enológica la discusión se centra en la uva Malbec, que el danés odia con todas sus fuerzas por culpa de una serie de prejuicios. Sin embargo, su anfitrión porteño le demostrará que la Malbec argentina es la mejor del mundo, y que los vinos de aquel país pueden competir ya con los del viejo continente.

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