Pocos ruidos son tan dañinos como el rumor. Dice al respecto el diccionario que el rumor es una noticia vaga que corre entre la gente, un ruido sordo y continuo, un ruido confuso de voces. «He oído por ahí... se cuenta... me han dicho...».

El rumor no tiene identidad, carece de una firma al pie de su runrún que atestigüe como cierto lo que casi siempre miente y en ello reside, precisamente, su nocivo carácter: en que nadie responde por él, en que nadie se hace responsable de su propagación.

Crece el rumor y se reproduce en la ignorancia y, una vez se pone en movimiento, furtivo y encubierto, se va infiltrando entre nosotros eludiendo razones y criterios.

A los rumores se debe el que mucha gente, fiel devota de los grandes medios que son, por cierto, quienes con más constancia los difunden, repita hoy, y es un ejemplo, que los emigrantes tienen la culpa de habernos dejado sin empleo, que son los emigrantes quienes colapsan las urgencias o acaparan las ayudas de los servicios sociales porque no vienen a trabajar sino a vivir de esas ayudas, que son los emigrantes los responsables de todas nuestras desgracias.

Alguien dijo una vez que a los rumores se los lleva el viento, pero bueno es ayudar a la naturaleza en su trabajo. Así lo han entendido unos cuantos pueblos guipuzcoanos dados a la tarea de identificar, en base a encuestas populares, esos letales rumores y enfrentarlos a un antídoto infalible, al más efectivo remedio contra ellos: la luz.

Ningún rumor, por más arraigado que esté en un pueblo, va a poder sobrevivir al conocimiento, a la luz de la verdad.