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«No habrá un solo tratamiento, pero tampoco un millón»

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Olga Peñagarikano
Genetista

Un postdoctorado llevó a Olga Peñagarikano (Tolosa, 1974) desde el Campus de Leioa de la UPV a EEUU hace diez años, donde reside desde entonces. Actualmente trabaja con ratones genéticamente alterados para analizar cambios en el comportamiento habituales en trastornos como el autismo.

Oihane LARRETXEA | DONOSTIA

Estos días Olga Peñagarikano se encuentra en casa. Viene cada cuatro meses a Euskal Herria, pero ayer admitía a GARA que la celebración en Donostia del Congreso Internacional de Investigación del Autismo (IMFAR) le venía como anillo al dedo. Precisamente, el detalle de estar cerca de su Tolosa natal no pasó inadvertido para Daniel Geschwind, responsable del grupo de investigación de la Universidad de Los Ángeles (UCLA) en el que trabaja esta genetista.

Casualidad o no, se da la circunstancia de que Geschwind ha sido uno de los tres grandes conferenciantes de esta cita mundial que concluye hoy. Ayer, a través de un power point y ante cientos de asistentes, ubicó a la villa guipuzcoana en el mapa, mencionando orgulloso a Peñagarikano y la conferencia que debía ofrecer horas después. También aludió a Xabi Alonso. «Recuerdo que descubrió que ambos somos de Tolosa cuando preparaba la presentación. Le hizo mucha gracia», recuerda entre risas.

Más allá de las anécdotas, una de las aportaciones más novedosas de ayer fueron los resultados que este equipo ha logrado investigando con ratones mutados genéticamente y que han mostrado actitudes autistas.

«Es un modelo de ratón autista al que le hemos quitado un gen que se asocia a este trastorno, el llamado CNTNAP2 -explica-. Se sabe que cuando hay mutaciones en pacientes humanos, y que cuando se dan recesivamente, producen un síndrome que se llama cortical dysplasia epilepsy». Según los datos que maneja, aproximadamente el 70% de estas personas muestra autismo. «Caracterizamos el ratón knock out del gen. Esto significa que el ratón no tiene este gen».

Posteriormente, estudian al animal para esclarecer la función del gen, dependiendo de lo que le pasa al ratón cuando no lo tiene. «Lo que vimos en la primera caracterización -cuenta-, es que el animal muestra prácticamente los mismos síntomas que tienen los humanos: muestran epilepsia, tienen hipersensibilidad, hiperactividad... tienen los tres síntomas de autismo: el comportamiento social y la comunicación están afectadas y el comportamiento repetitivo está aumentado -estas son las características más visibles del autismo-».

Su grupo ha concluido que las tres capacidades están afectadas en el ratón, y es en este punto cuando se les suministra risperidona, un medicamento que se utiliza con personas que tienen autismo. «Descubrimos que todos los comportamientos repetitivos mejoraron, mientras que el comportamiento social seguía estando afectado. Esto es importante porque en humanos es lo que se ha constatado».

Peñagarikano apunta que, a raíz de este tratamiento, han planteado que este ratón podría ser un buen prototipo para probar otros medicamentos, pero en este caso poniendo el foco en el comportamiento social porque «hoy por hoy no hay absolutamente nada» para atajar ese aspecto.

«Es muy difícil asegurar que esa mutación provoca el autismo, porque se trata de un trastorno con un espectro amplísimo. Hay muchos genes implicados, pero la idea es llegar a ... », dice. Ella misma se interrumpe. Enseguida agrega, con una actitud esperanzadora, que muchos de estos genes afectan a las mismas vías biológicas y que, por lo tanto, el objetivo pasa a descubrir cuáles son las están afectadas para poder tratarlas.

«De esta manera estaríamos actuando sobre un determinado número de genes. No habrá un solo tratamiento para el autismo, pero tampoco creo que vaya a haber un millón. Y me explico: probablemente habrá determinados genes que se podrán agrupar y concluir `este numero de genes está actuando sobre esto, y este otro número de genes actúa sobre esto'».

El autismo en ratones

Preguntada sobre los métodos para detectar que el comportamiento social del roedor no es el que debería ser, detalló que principalmente se emplean dos. El primero de ellos es comprobar si se produce el llamado «comportamiento social recíproco».

Se trata de poner en una cajita dos ratones que no se conocen, de la misma edad y del mismo sexo, porque si se mezcla un macho con una hembra «se comportan de manera distinta». Así, se trata de observar por cuánto tiempo interacciona el uno con el otro, comparándose su actitud con el «control», es decir, el ratón al que no se le ha quitado ningún gen.

En el segundo método los investigadores preparan una cajita divida en tres espacios. En un lado hay un cilindro vacío, mientras que en el lado opuesto hay otro cilindro, aunque con un segundo ratón en su interior. Al colocar al ratón que es objeto de estudio en el centro, los investigadores deben observar cuánto tiempo emplea interactuando con el cilindro vacío -«porque para ellos el cilindro es algo novedoso»- y cuánto con el cilindro en el que está el ratón.

Al parecer, lo natural es que un ratón no alterado genéticamente se relacione más con el cilindro que contiene otro roedor. Precisamente, este equipo ha concluido que «a los knock outs les da igual interactuar con un cilindro o con otro. Les da lo mismo que en la caja haya otro ratón o no».

Hormona natural

Los comportamientos de los ratones mutados llevaron a este equipo de UCLA a sumnistrarles oxitocina, una hormona natural. El resultado fue una mayor interactuación con el cilindro que contenía en su interior el ratón.

Sobre las vías que abren estos resultados, Peñagarikano plantea la posibilidad de reforzar la utilización de la oxitocina como tratamiento en pacientes con autismo, y recuerda que «ahora mismo está en pruebas». Sin embargo, también apunta a la posibilidad de hacerlo con otros fármacos que han demostrado que estimulan la liberación de oxitocina.

«Las hormonas de oxitocina, al menos en los ratones, se desarrollan después de nacer. Hemos constatado que si lo tratamos cuando aún se están desarrollando, el número de celulas que expresan oxitocina es mayor». Han descubierto, asimismo, que los ratones mutados las producen en menor cantidad.

Recuerda que estas hormonas tienen capacidad de retroalimentarse, por eso, al suministrarlas, es el mismo cuerpo quien las produce. Esto es importante, teniendo en cuenta que, «tras realizar una proyección de diversos medicamentos que podían afectar al comportamiento social nos encontramos con que la oxitocina mejoraba mucho esta conducta».

acompañados

«La conducta normal en un ratón es que interactúe con los demás. A los que hemos alterado les da igual si en la caja están solos o acompañados»

oxitocina

«Al suministrarles oxitocina, una hormona que se produce de manera natural, descubrimos que los ratones se relacionaban más con el resto»

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«Para alterarlo genéticamente, al ratón le hemos quitado un gen que se asocia al autismo, el llamado CNTNAP2. A partir de ahí, analizamos su conducta»

El reto: «conectar» los genes de riesgo

Daniel H. Gerschwind fue presentado como «un genetista de tres estrellas», un paralelismo con la clasificación de los chefs de la famosa guía Michelín que no iría descaminado a la vista de su trayectoria. Algo descolocado por el jet lag y la comida del país, como reconoció, a él le tocaba abrir ayer las intervenciones, porque es uno de los tres ponentes invitados y destacados del IMFAR (International Meeting for Autism Research). Entre sus muchos cargos, Geschwind es director del programa de Neurogenética y el Centro de Investigación y Tratamiento del Autismo (CART). Parafraseando a «La fortaleza vacía», un clásico sobre el autismo de Bruno Bettelheim, Gerschwind recordó que «todas las enfermedades humanas tienen componentes genéticos y ambientales; a veces el péndulo se inclina hacia un lado y a veces hacia el otro».

En un momento como el actual, que calificó de crucial para la biología moderna -«hemos completado el genoma humano y estamos pasado al genoma de mil dólares», dijo en referencia a la máquina que secuencia todo el ADN de un individuo por 740 euros en un solo día y que ha revolucionado a los científicos-, abogó por un planteamiento integral y reiteró su apuesta por la genómica; es decir, por el estudio convergente del funcionamiento, el contenido, la evolución y el origen de los genomas conjugando diversas ciencias y técnicas. Respecto a lo que se sabe o no, reconoció que «sabemos que hay unos 1.000 genes que contribuyen al autismo, pero no la combinación de factores de riesgo para tenerlo; ese es el reto»; aunque sí se ha podido determinar que hay un solapamiento entre autismo y discapacidad intelectual, además de un fuerte efecto de la edad paterna sobre la mutación. «Todavía queda mucho camino por recorrer», reconoció, si se compara con el estudio de otras enfermedades como, por ejemplo, la diabetes. El objetivo, realizar un mapa genético. Amaia EREÑAGA

Ácido fólico y hierro, nutrición y embarazo

La influencia de la falta de ciertos nutrientes durante el embarazo es otra de las vías de investigación en el campo del autismo. Rebecca Schmidt, quien presentó ayer el estudio que dirigió en la Universidad de California, defendió la necesidad de establecer estratégicas dietéticas para la prevención del autismo. Recordó que estudios anteriores -citó uno de 1944-45 tras las hambrunas holandesas después del bloqueo alemán- han demostrado que «el cerebro es una ventana crítica de susceptibilidad durante la gestación». La etapa más crítica sería el primer trimestre del embarazo. Citó también un estudio de 2011, según el cual el riesgo aumenta si hay un periodo corto entre embarazos -no se daría tiempo suficiente al cuerpo para que recuperara los nutrientes-, así como otro publicado este mismo año y realizado en Noruega que fija que la ingesta de ácido fólico durante el embarazo ha supuesto una reducción de un 46% del autismo. Además de reforzar esa idea de que el ácido fólico bajo puede aumentar el riesgo en madres e hijos con tendencia genética al autismo, sus investigaciones se han centrado en los suplementos vitamínicos prenatales -habló de una reducción del 40% del riesgo con ellos-, entre cuyos componentes destacó el hierro, que se sabe es crucial para el neurodesarrollo, aunque no conocen su mecanismo protector. Un exceso de hierro es, sin embargo, tóxico. A.E.

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