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A por el poder en nombre de Mahoma

Dabid LAZKANOITURBURU
Periodista

La tensión confesional es indudable en la actualidad del mundo arabomusulmán. Pero de ahí a colegir que estamos en puertas de una guerra de religión como las que asolaron Europa en los albores de la Edad Moderna va un abismo.

Suníes y chiíes son rivales desde la muerte de Mahoma. Una pugna por la herencia del profeta que supuso un choque de legitimidades pero que daba un barniz religioso (mítico en el caso de los seguidores de Alí) a un puro conflicto por el poder.

Estos últimos, los chiíes, fueron los perdedores, lo que les reservó el papel de parias frente a las dinastías suníes. Y esa discriminación ha dejado un poso de igualitarismo y lucha contra la injusticia que ha impregnado la ideología de sus seguidores y que es perfectamente rastreable en el Irán de la Revolución y en Hizbullah.

Concluir de ello que el sunismo es su antítesis retrógrada es sin embargo quedarse con una foto fija de la historia o conformarse con visiones maniquéas.

Más cuando fenómenos como el yihadismo suní surgieron en parte desde la envidia, e incluso la admiración, por el éxito de la revolución de Jomeini en 1979. Y cuando en el propio Irán actual no faltan visiones -que no son únicas ni todopoderosas- casi tan rigoristas como la wahabita suní. Todo ello sin olvidar la figura del velayat e-faqih, o autoridad del juriconsulto, personificada en el actual guía supremo iraní (Jamenei).

Siria o Irak son escenario actualmente de guerras sectarias o en ciernes. Pero responden, como en los primeros años de la Hégira, a luchas por el poder político y regional. Y que son alimentadas por los que practican el «divide y vencerás». Y estos van a misa... o a la sinagoga.

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