Todo lo sólido se desvanece en el aire, escribió aquél que el lunes pasado habría celebrado su 195 aniversario. Se lo van a cargar todo, o casi todo. Y van muy rápido. Me pregunto si seremos lo suficientemente rápidas y hábiles como para discernir entre el ruido y la música, entre la esencia y la representación que escenifican constantemente en esta sociedad del espectáculo.

Lo confieso, estoy confusa. Confusa, ante la cantidad de noticias que inducen a pensar en el inminente colapso del sistema político-económico español. Seis millones de parados, el 57% de las jóvenes en el paro, miles de familias desahuciadas. El sistema económico tambaleándose como un zombie, y los medios de comunicación del régimen destapando casos de corrupción, uno tras otro. Casos que afectan hasta a la corona, el núcleo más duro de esta enajenación mental que conocemos como estado.

La verdad es que nunca me han asombrado demasiado los casos de corrupción política, ya que siempre los he intuido como la construcción del enemigo políticamente correcto al que culpabilizar y sobre el que descargar la ira que genera el sufrimiento organizado por el fraude real. Ese fraude que eleva a norma constitutiva la dominación del humano por el humano en general, y de la mujer por el hombre en particular. El capitalismo racista y patriarcal. Siempre me ha parecido la escusa perfecta que permite la personificación del mal y de los malhechores para investigarlos o detenerlos en contados casos y poder así alabar el buen funcionamiento y la legitimidad política y social de la democracia realmente existente.

¿Y si resulta que sí? ¿Y si resulta que se quieren cargar hasta el sistema de partidos que conocemos hasta la fecha? La democracia realmente existente y el estado de bienestar han sido y son la interfaz mediante la cual se representa y se legitima la estructura de dominación en los estados de Occidente. Como ya estamos observando en el sur de Europa, el precario estado de bienestar está en proceso de liquidación, proceso que está llevando a la ruina a la sociedad tal y como la habíamos concebido. La desesperación, la miseria y el hambre se extienden por sociedades que se decían de opulencia, que se tenían por avanzadas, y que se entendían por desarrolladas. Si esta es la situación a la que nos están abocando, véase Grecia. ¿Tiene sentido la permanencia de un sistema de partidos que visibilice la pérdida de hegemonía política del capital, y que todavía puede generar algún que otro susto como Syriza, EH Bildu o las CUP? En una sociedad que se prevé sea la de la exclusión y confrontación, parece improbable la construcción de un consenso social que permita una estabilidad política y económica, una estabilidad que es tan necesaria para el ciclo de acumulación de capital.

No sé, pero empiezo a creer que la publicación de todos estos casos de corrupción solo busca la deslegitimación del entramado institucional que se les está quedando obsoleto, con el objetivo de ensayar las nuevas formas de gobierno, tecnocracias y neofascismos varios, que requerirá el inminente estado de excepción que tratan de instaurar.