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HOMENAJE EN EL 75 ANIVERSARIO DE LA FUGA DE EZKABA

Enterraron semilla y esa semilla está empezando a fructificar

Las palabras no alcanzan cuando se desborda el alma; fue lo que les ocurrió a los familiares en el homenaje de Ezkaba. «Sobran las palabras», expresó Ángel Vaillo, nieto del preso del mismo nombre, que habló desde el corazón de su abuelo, como si fuera su voz, poniendo la piel de gallina a las numerosas personas de diversas edades y lenguas reunidas ante el fuerte. Entre ellas, por primera vez, los allegados de los tres fugados que lograron llegar al Estado francés.

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Maider IANTZI | ANTSOAIN

El acto de ayer en Ezkaba fue muy completo, con muchos testimonios de primera mano y más emociones. Con jóvenes -como la cantante andaluza Lucía Socam, que dedicó temas a los presos y a las republicanas que «amamantaron la sed de la verdad y la libertad», o Leire y Ekaitz, que hicieron las labores de presentadores- y mayores, hombres y mujeres a los que de repente se les perdía la mirada en un intenso viaje interior y luego volvían a seguir el hilo del homenaje. Gente de diferentes generaciones y también de lenguas y pueblos que se dieron la mano, unos sacando fuera lo vivido y otros escuchando y conociendo la historia que no se ha enseñado en los colegios. Transmitiendo un único mensaje, el que escribió Koldo Pla, de la asociación Txinparta, en su libro de poemas: «Los mataron, pero no tuvieron en cuenta que los muertos tenían vivos y los vivos memoria». Como añadió Ángel Vaillo, tienen memoria y, sobre todo, no tienen miedo: «Si lo tuvo alguna generación, si eso ocurrió y se perdió ese valor, se ha recuperado».

Animaron a no olvidar y a luchar, porque los que fueron matados seguirán vivos en los recuerdos. Y porque «la vida es muy peligrosa, no por los que hacen el mal, sino por los que se sientan a mirar lo que pasa».

Ante el penal de esta montaña de Iruñerria, desde donde el 22 de mayo de 1938 escaparon 795 presos y 207 de ellos fueron muertos -«cazados en el monte como a conejos»- y otros 14 fusilados, intentaron meterse en la piel de estas personas y recomponer lo sucedido.

Describieron las condiciones de esta prisión de San Cristóbal, de «este cementerio de hombres vivos» caracterizado por los malos tratos, torturas, asesinatos y falta de higiene. Entre el 1 de enero de 1937 y el 6 de julio de 1945, fecha del cierre como penal, consta la muerte de 305 presos por motivos variados, predominando la desnutrición y los paros cardíacos.

La chispa de la solidaridad

El acto tuvo lugar en una fecha redonda: 75 años después de la fuga y 25 después del primer homenaje y de que Txinparta empezara a trabajar en la recuperación de la memoria histórica. Por eso, los miembros de la asociación de Antsoain salieron al pequeño escenario montado a las puertas del fuerte, bajo una carpa, y Ekaitz les dedicó unos bertsos. «Txinparta berezia da zuena/ berotzeaz gainera argi egiten duena», terminó el primero (la vuestra es una chispa especial, además de calentar, alumbra).

Recordaron el trabajo de este tiempo, en el que el número de los participantes en el homenaje anual ha ido en aumento: el descubrimiento del Cementerio de las Botellas en 2010, las 130 personas identificadas, las 140 exhumadas, la publicación del libro de Félix Sierra e Iñaki Alforja... Los protagonistas directos se están muriendo, pero la historia está viajando, llegando cada vez a más gente, y agradecieron la labor de las personas que les han acompañado hasta ahora y que les acompañarán de aquí en adelante.

Pero el centro de este acto siempre han sido los familiares -«víctimas y luchadores colaterales»- y ayer no fue diferente. El primero en tomar la palabra fue Ángel Vaillo, para transmitir el mensaje de su abuelo: «Soy de Madrid, militante del Partido Comunista. Me detuvieron por defender el legítimo gobierno y nuestros valores. Al final de esta guerra no ganada, nos tocó vivir ese tiempo donde la primera víctima es la justicia. Donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Y nosotros teníamos mucha razón».

Recordó a su compañero Miguel Hernández, el poeta rojo que se preguntaba qué hizo para que pusieran tanta cárcel en su vida y elogió a la asociación Aranzadi, asegurando que no podrá olvidar esa pasión, ese respeto y cuidado con el que limpiaron cada uno de sus huesos: «Daba la sensación de que temieran hacerme daño».

Hablando ya en su propio nombre, el nieto le contó a su abuelo que aprendió de su padre a buscarlo sin haberlo conocido, a llorarle, a sentirse orgulloso de él, a experimentar esa rabia de querer minar la tierra hasta encontrarlo y devolverlo con los suyos, de los que nadie tenía que haberlo separado. «Ahora estás con tu familia», le dijo.

Cuando Martin Erro tocó una pieza con el txistu en agradecimiento y honor a Ángel y todos los presos, solo se movían las banderas republicanas que llenaban la cima, que junto al viento acompañaban con su sonido la melodía.

Después, salieron al escenario los allegados de Jovino Fernández, José Marinero y Valentín Lorenzo, los fugados que consiguieron llegar al Estado francés. Los familiares vinieron de este estado y de México. Pilar Marinero, hija de José, con una rosa en la mano, se disculpó por no poder hablar por la emoción. Ana Fernández, hija de Jovino, indicó que ha encontrado aquí «una verdadera familia acogedora y relató las dificultades que tuvo que pasar su padre: reflectores, camiones de la Guardia Civil y los requetés en el monte... «A la mañana siguiente, desde nuestro escondrijo comprobamos con qué rabia nos buscaban», contó Jovino en una entrevista. «Y ahora otra vez soldado hasta el fin. Para esto quería salir de este infierno».

Sol Gómez recreó la historia de su bisabuelo Andrés Carrero Callejo, de 59 años, casado y jornalero. Y J. Ramón Pousa, a quien le causó «gran impacto» conocer hace poco que su tío abuelo murió aquí. Expresó que «no entierran cadáveres, están enterrando semilla» y que esa semilla «está empezando a fructificar», como se pudo comprobar ayer.

demoler el muro

«Creo que estamos empezando a destruir ese muro de silencio invisible que nos impide ver lo que está cerca de nosotros. Hasta que no lo derribemos no podremos vivir todos tal y como somos», manifestó el gallego J. Ramón Pousa, que ha sabido hace poco que su tío abuelo murió en este monte.

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