HOMENAJE EN EL 75 ANIVERSARIO DE LA FUGA DE EZKABA
25 años para acabar de revelar lo que nunca nos contaron
No hubo un Steer que la escribiera ni un Picasso que la pintara, pero lo despreciable es que todavía haya instituciones que sigan ocultando esta matanza al mundo
Ramón SOLA
Para quienes no conozcan Iruñea, Ezkaba es la salida montañera más cercana y natural, como Ulia para los donostiarras o el Pagasarri para los bilbainos. Pocos serán los que no identifiquen con su infancia esa cima y ese fuerte militar. Quienes vinieron al mundo en la década de los 50 recuerdan vágamente una especie de cantina, los que nacieron en los 60 aún vieron algún soldado en la garita, pero pocos, muy pocos, conocieron qué espeluznante historia encerraban aquellos muros y foros. Tras la guerra se extendió un espeso manto de amnesia, intencionado en el primer cuarto de siglo tras 1938, quizás involuntario para la siguiente generación. El caso es que hasta 1988, medio siglo después, no hubo un acto de recuerdo de la fuga. Después han llegado 25 años de búsqueda a contrarreloj de supervivientes y testimonios. Como Angel Arbulo, que antes de morir, ya muy débil, tuvo tiempo de contar a GARA en su casa de Santurtzi aquella historia tremebunda que padeció con apenas dieciséis años. Lo hacía emocionado todavía por los recuerdos de compañeros perdidos y a la vez aliviado de poder narrarlo antes de llevarse sus recuerdos a la tumba.
El esfuerzo de muchos voluntarios, convertidos en historiadores sin pretenderlo por pura ansia de conocimiento y de justicia, ha ido revelando la realidad de Ezkaba. Hasta ha aparecido el «cementerio de las botellas», con decenas de restos de quienes murieron de hambre y frío en el penal franquista. Pero no busquen este tema en los curriculos educativos oficiales, ni rastreen el ordenador inútilmente en busca de declaraciones institucionales, ni acudan al fuerte buscando señales de aquella epopeya. A nivel oficial, la fuga sigue sumergida en las mismas tinieblas en las que se intentó sepultar medio siglo. Pero gracias a ese esfuerzo popular quienes llegan a la cima cualquier mañana de domingo ya no se limitan a comer el bocadillo y mirar Iruñea desde las alturas. Saben que esos muros tienen un significado y pueden evocar a los caídos, acribillados en el monte tras huir o finiquitados por inanición y tuberculosis del modo más siniestro.
Queda mucho por hacer. Los próximos 25 años deben ser los que pongan la fuga de Ezkaba en su sitio: la mayor matanza de la guerra del 36 en Euskal Herria, con más víctimas incluso que el bombardeo de Gernika, y sin duda mucho más olvidada. No hubo un George Steer que la escribiera ni un Pablo Picasso que la pintara, pero más despreciable resulta que siga habiendo unas instituciones que la oculten al mundo.