«Ya no existe ninguna posibilidad de renovación. La última reunión con la directiva, a la que acudió también Kendall, acabó con esta certeza. Howard me dijo que no contaba conmigo... y no hubo más que hablar», fueron las últimas palabras de Manu Sarabia, en una rueda de prensa previa al partido de su despedida del Athletic, el útimo que vestiría con la elástica de los leones. «El partido frente al Sabadell será muy importante para mí y celebro que el entrenador me ponga de titular, según me han comentado, así podré decir adiós al público de mi vida. ¿El futuro? Mi equipo de siempre ha sido el Athletic, pero ahora deberé estudiar las ofertas de equipos de Primera y Segunda División que me han llegado últimamente. Quiero que la gente siga disfrutando con el espectáculo que aún puedo darle», añadió el `9' rojiblanco.

Al día siguiente, la `Pantera rosa' saltaba el césped de La Catedral para medirse a un Sabadell que se jugaba el descenso ante cinco mil aficionados arlequinados desplazados a Bilbo. Sarabia fue de la partida, junto a Iru, Lizarralde, Patxi Ferreira, Andrinua, Rafa Alkorta, Aiarza, Patxi Salinas, Joseba Agirre, Argote y Peio Uralde. Los locales ganaron 2-0, el de Gallarta no `mojó', pero fue largamente ovacionado cuando en el minuto 88 de partido Ritxi Mendiguren le dio el relevo sobre el césped.

Manu, Manolo, dejaba atrás 11 temporadas en el Athletic, 382 partidos, 118 goles, dos Ligas, una Copa, una Supercopa y un affaire con el técnico Javi Clemente que le ha perseguido y persigue desde entonces como un fantasma, aunque él haya corrido un muy tupido velo sobre aquel cisma que vivió la familia rojiblanca en enero de 1986.

El Athletic lo fichó del San Pedro sestaoarra, con apenas 15 años, y le vieron tan flaco -alto pero como un palillo- que le obligaban a comer en Lezama, además de pagarle los estudios. Gonzalo Beitia, su primer entrenador en el juvenil, es de los técnicos de los que mejor recuerdos guarda. Debutó un 19 de setiembre de 1976, en San Mamés, ante el Málaga, de la mano de Koldo Agirre. Saltó al verde por Jabo Irureta, en el 78.

Lo pasó mal con el austríaco Senekowitch, que veía al gallartino como un jugador de veinte minutos, sin lucha, sin garra, así que el tiempo que le proporcionaba lo aprovechaba sobre el césped para lucirse y entrenar su irrepetible `bicicleta'. Ese sambenito le ha perseguido para su desgracia, una crítica que siempre ha rechazado. Es más, reconoce que la mayoría de entrenadores que tuvo no supieron sacar lo mejor de él ni valorar sus cualidades. «No me siento incomprendido, pero sí desaprovechado. Me faltó apoyo para llegar a ser lo que podía haber sido», resumía en una entrevista. Quizá por eso la de Sarabia ha sido una trayectoria sometida a examen, escrutada en cada partido -«casi siempre me he tenido que ganar el puesto para el domingo siguiente»-, un jugador de esos que suscita tantos adoradores como detractores, que no deja indiferente a nadie, de esos jugadores que necesita el fútbol para seguir siendo, de vez en cuando, un arte.

Preso de su juego, de su carácter, aplaudido y reconocido a partes iguales, el «o Sarabia o yo» que pronunció Javi Clemente le acosa en cada entrevista, en cada repaso de su vida y obra balompédica. Él pasa página, regatea la pregunta con semblante serio. Hoy, hace 25 años que Sarabia se despidió del mismo San Mamés que tiene los días contados y del club de toda su vida. Manu, Manolo, genio y figura. Historia rojiblanca con mayúsculas. Artista. «A lo largo de mi carrera ha habido tres escalafones. Por un lado, lo que he logrado en el fútbol; por otro, la opinión que los aficionados tienen de mí; por último, queda aquello que podía haber conseguido si hubiera tenido apoyo», sintetizó su paso por el fútbol.