Cannes 66: Comer, amar, denunciar...
A punto del conocer cuál será la película que lucirá la Palma de Oro y pasará a engrosar la lista histórica del Festival de Cine de Cannes, «La grande bellezza», de Sorrentino; «La vie d'Adèle», de Kechiche o «Inside Llewyn Davis», de los Coen, se barajan como favoritas del palmarés que se conocerá el domingo.
Iratxe FRESNEDA
Cannes es un mercado salvaje en todos los aspectos. Las castas, el atrezzo, la masificación y también el cine. En las inmediaciones de La Croissete se gestan negocios y se avanza en proyectos que se promocionan desde que son concebidos. Aquí vemos lo que después llegará a los cines y, en muchos casos, a otros festivales de menos envergadura. Aquí se vive en clave de negocio y la película de Robert Altman «El juego de Hollywood» (1992) adquiere vigencia. Pero, eso sí, el cine que se ve en Cannes supera las expectativas de cualquier cinéfago, es ciertamente un paraíso con forma de sala de cine. Lo que ocurra fuera de la sala, esa ya es otra historia.
La historia de esta 66 edición podría ser contada a través de sus películas, de las miradas de esos directores que se arriesgan y que tratan con valentía de ir más allá, a pesar de que todo «lo hayamos visto ya». Robert Louis Stevenson dejó escrito que «el arte es un juego, pero hay que jugar con la seriedad de un niño que juega». Idea que podríamos vincular al cine. Y siguiéndole la pista a esa idea de búsqueda y juego descubrimos películas como «La grande bellezza», de Paolo Sorrentino, y podríamos definirla como una de las perlas del festival. El largometraje del italiano es una de esas obras que resulta cegadora y, al margen de las preferencias cinéfilas, de una calidad inconmensurable.
Tomando como excusa la vida y reflexiones de un escritor, Sorrentino nos pasea por una Roma decadente y frívola en la que los asuntos humanos de vez en cuando salpican al hedonismo de «los divinos». Grotesca y sublime, Sorrentino consigue que el exceso sea una virtud, a pesar de las acusaciones de vacío que le ha realizado parte de la crítica. Algo similar, de esa magia, subyace a la adaptación del cómic «La vida de Adèle, capítulo 1&2», el quinto largometraje del cineasta Abdellatif Kechiche. Por primera vez en Cannes, el francotunecino nos cuenta la historia de una pasión amorosa entre dos mujeres en la que brilla Lea Seydox. Excelentemente filmada, con una naturalidad actoral que pasma, las secuencias de cama entre las dos protagonistas marcan un antes y un después en el cine. Kechiche nos convierte en voyeurs de la vida de Adele y consigue engancharnos a la historia de un modo arrebatador.
Desde otra perspectiva cinematográfica y cultural, «Like father, like son» de Hirokazu Kore-Eda es otra de las películas a concurso con muchas posibilidades de llevarse algún premio. Kore Eda llega con una de esas películas que, en un ambiente cinematográfico donde reina el escepticismo y la herencia posmoderna, resulta un soplo de aire fresco. Sencilla en su forma, esta última se adapta a la perfección a lo que su historia requiere. Mediante la claridad en sus planteamientos visuales nos adentra en la complejidad emocional que atraviesan los progenitores a los que la vida les plantea uno de los mayores giros que pueda dar una historia de vida. Han estado criando al hijo de otros; su hijo, a su vez, está en manos de otra familia. El filme reivindica un cine basado en los sentimientos más humanos, en las historias pequeñas consiguiendo emocionar, con algo de trampa quizá, pero de un modo bello y cercano.
Y en la misma línea de trabajo, en la búsqueda de la emoción y en la escapada de la exhibición de los fuegos fatuos carentes de «alma», aparecía «Nebraska», de Alexander Payne. En blanco y negro y contada de un modo sencillo, «Nebraska» narra la historia del viaje físico y emocional de un padre y un hijo. Un precioso retrato de una pequeña población, de la historia de sus pobladores, de su memoria y de sus relaciones. La ternura que despide el ocaso de la vida es uno de las cosas que mejor capta este largometraje, en el que la química entre padre e hijo salta más allá de la pantalla.
Poco podemos decir en defensa de «Behind the Candelabra», de Steve Soderbergh, salvo la aparición estelar de Rob Lowe o la estupenda interpretación de Michael Douglas. La historia está basada en la novela autobiográfica de Scott Thorson, amante del músico y showman Liberace. Soderbergh se queda en lo superficialidad y en el mil veces plasmado punto de vista sobre el asunto de la trastienda sexual y vital de las estrellas, realizando un alarde de estética kitsch que deslumbra pero ahoga la historia.
Y siguiendo la estela de las películas a competición, resulta inevitable hablar de la película que algunos se empeñan en clasificar como violenta: «Only God Forgives», de Nicolas Winding Refn. El autor danés realiza en esta película un vago intento por romper los moldes narrativos. Su identidad visual merecía un avance algo más maduro teniendo en cuenta que se dio a conocer con la brillante «Valhalla Rising». El desarrollo irregular de su cinematografía desemboca en una cinta de estética sofisticada y en la que brilla la dirección de fotografía, pero que no consigue alcanzar su objetivo y se queda en un intento manierista de forma y contenido. Este artefacto extraño y arriesgado compite con la propuesta comercial de Takashi Miike «Shield of straw», o la estupenda «Inside Llewyn Davis» de los hermanos Coen. Las cartas ya están sobre la mesa.
Paralelamente a lo que va sucediendo en la sección oficial a concurso, «Un certain regard» continúa ofreciendo lecciones de buen cine, discretamente y sin hacer demasiado ruido. Claro ejemplo de esto sería la palestina «Omar», de Hany Abu-Assad, autor de la aclamada «Paradise now». El largometraje bucea en el día a día de un grupo de jóvenes palestinos a los que el hostigamiento militar judío les lleva hasta situaciones extremas. Bien contada y con una realización impecable, la película es fresca y describe a la perfección la dureza de las condiciones en las que viven los palestinos. Otra de las realizadoras por la que está apostando el Festival de Cannes es Chloe Robichaud, quien tras pasar el año pasado por el festival con su cortometraje «Chef de Meute», este año debutaba en «Un certain regard» con «Sara prefiere correr». Una película en la que narra la historia de una chica para la que correr es todo en la vida. Con un punto de vista distinto y una realización que la hace distinguirse del resto, de un minimalismo y natural envidiables, Robichaud apunta maneras a sus 29 años.
Y mientras dejamos nuestros días en las salas oscuras, la ciudad despierta desde bien pronto y es a estas horas cuando desaparecen tacones y esmóquines. Gente que se lava en las fuentes públicas y limpiadores de escaparates conviven con fans y fotógrafos a postrados a pie de yate esperando a que Sharon Stone haga su aparición, las escorts observan a pie de yate. Michael Douglas o Robert Redford circulaban por el festival de los tacones imposibles arrancando suspiros y más de dos gritos desesperados.
Y en estos días extraños Diego Galán presentaba en la sala Buñuel su documental «Con la pata quebrada». Entre los asistentes , Mikel Olaziregi, José Luis Cienfuegos, Chema Prado o Agustín Almodóvar. Con un importante trabajo de archivo detrás, el documental del ex director del Zinemaldia tan solo ofrece titulares y un buen montaje que repasa la imagen de la mujer que ha dado y ha divulgado el cine español durante casi un siglo de cinematografía. Aún así tan solo marca un sendero a seguir en torno la construcción de los estereotipos de género y su relación con los diferentes momentos históricos. Es un trabajo que se deja ver, curioso y entretenido.
Otra de las muchas películas reseñables es «La imagen menguante», del camboyano Rithy Panh. Contada en primera persona, esta denuncia del sufrimiento padecido por el pueblo camboyano durante el régimen de los jemeres rojos es sobresaliente. Delicadamente contada y «dibujada» mediante recreaciones de barro y celuloide recuperado se lleva al espectador de viaje. Este maravilloso artefacto consigue emocionar, transmitiendo el sufrimiento al que fue sometida toda una población. La película de Panh atrapa al mismo que cautiva, es lúcida y ajusta cuentas con la memoria camboyana.
Y mientras unos se hacen sus quinielas y otros se van a casa con los deberes hechos en Cannes, el glamour, esa otra cara del cine que deslumbra y consigue vender entradas, llena las calles de otro tipo de ficción.