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Raimundo Fitero

Hasta luego

 


Despidió TVE la décima cuarta temporada de «Cuéntame» con un gran éxito de audiencia, lo que significa que llevo catorce temporadas sintiendo la misma animadversión por esta serie que ha dado de comer a muchos actores, guionistas, productores, ejecutivos y una amplía nómina de profesionales del audiovisual, además de hacer ricos a varios actores y que ha conseguido una retahíla de premios difícil de abarcar, y una fidelidad de los públicos constante que es considerable como fenómeno sociológico. Probablemente sea una de las series de producción española que ha contado con el mejor equipo posible de guionistas, el reparto más adecuado y los medios de producción más pertinentes.

Y sin embargo no me engancha. Si se analizasen sus capítulos sin saber de que año son, podríamos encontrar las huellas del partido instaurado en cada tramo en la Moncloa en sus detalles más importantes, los referentes a la memoria histórica. Existen demasiados momentos en los que me parece tan irreal, tan atemporal, tan fuera del rigor histórico y, sobre todo, tan alejada de la verdad política, que no logro aguantar más de cinco minutos frente a ella, en cuanto veo las tramas basadas en las peripecias personales de los personajes tan recargados e imposible de ubicar social y políticamente, las disfunciones en decorados, peinados, músicas o la alteración constante por acción u omisión del contexto político. A otra cosa.

Y esa otra cosa es recordar a George Moustaki, el gran meteco, como un hombre televisivo. Durante décadas fue una figura que se paseaba por los grandes programas de entretenimiento musical de la televisión bipolar en blanco y negro, cuando se coloreó y cuando se amplió la oferta, con su repertorio de siempre o con sus nuevas canciones. Una figura señera, legendaria, una especie de conciencia libertaria, mundana, agarrado a su guitarra, con sus cabellos ensortijados. Algunas de sus cientos de canciones forman parte del código sentimental político de varias generaciones. Se nos ha ido, porque el tiempo es inexorable. Y al final del camino siempre está la muerte a la que debemos saludar desde mucho antes, para que no nos asuste. Hasta luego.

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