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«La grande bellezza»

Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Paolo Sorrentino, junto a Umberto Contarello, su mentor, ha ideado un guión que va más allá de lo que cualquier guionista de cine podría soñar. Ambos jugaron al ping-pong con el manuscrito; primero escribía Sorrentino, después se lo enviaba a Contarello y así llegaron al rodaje, obviamente sin haber finalizado el guión, porque un guión nunca tiene final. «La grande bellezza», una de las favoritas del Festival de Cannes 2013, es el resultado de ese juego, también del viaje cinematográfico que Sorrentino inicia en esta película y en el proceso creativo en el que se ve enredado. Lo dejó escrito Celine en «Viaje al fin de la noche», y el italiano recoge la idea: «Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia. Lo dice Littré, que nunca se equivoca. Y, además, que todo el mundo puede hacer igual. Basta con cerrar los ojos. Está del otro lado de la vida». Y ese viaje imaginado, soñado, que parte de la inventiva del cineasta o del escritor, es lo que debe emocionar al que lee o ve una película. Sin duda alguna, «La grande bellezza» es una película que se mueve por una realidad construida desde la óptica del autor, una reconstrucción de una Roma por la que pasean aristócratas en decadencia, políticos, artistas e intelectuales y entre ellos, muy por encima, seres de a pie. Sus vidas se rozan sin entrelazarse en localizaciones selectas, palazzos y villas, terrazas con vistas al Coliseo... Sexo y muerte, vida y sueño.

El juego de Sorrentino da para mucho en esta película, alimenta nuestra imaginación y nos genera deseos de continuar en la sala, siguiendo la historia de los personajes en pantalla. Jep Gambardella (Toni Servillo) tiene 65 años, es escritor y periodista. Observa la vida de los que le rodean, observa, simplemente, la vida. Su mirada es escéptica pero escrutadora, contempla el ambiente decadente, de vacío moral y vital, deprimente. El largometraje del italiano es una de esas obras que resulta cegadora y, al margen de las preferencias cinéfilas, de una calidad inconmensurable. Sorrentino nos pasea por una Roma decrepita y frívola en la que los asuntos humanos de vez en cuando salpican al hedonismo de «los divinos». Grotesca y sublime, el napolitano consigue que el exceso sea una virtud, que la belleza cruel de las imágenes hable por sí misma, excesivas y sublimes éstas. Contenido y forma confluyen y provocan al espectador y Sorrentino parece enamorarse de la decadencia moral mientras la filma, hace que su observación sea bella y dolorosa al mismo tiempo. La belleza puede estar «vacía», los conocimientos intelectuales pueden deshabitarse de humanidad. Junto a Jep Gambardella viajamos en la búsqueda de aquello que le hizo perderse en el laberinto de la vida, aquello que, de alguna manera, ha perdido una buena parte del mundo occidental: el norte.

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