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Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista

Su excelencia

 


Pese a un razonable escepticismo a veces pienso que la posesión espiritual existe. Personajes como Franco pueden permanecer entre nosotros mediante estas increíbles habilidades traslatorias. Conste que es sólo una hipótesis. Hace tres o cuatro días estuve suspenso frente a una fotografía del Sr. Aznar tomada, posiblemente, cuando declaraba mayestáticamente que cumpliría «con mi responsabilidad, con mi conciencia, con mi partido y con mi país». Su voz era propia de los televisivos programas milenaristas y sus ojos parecían duros y ferrolanos. Comprendo que un personaje como el Sr. Rubalcaba, con pinta de aéreas acrobacias nocturnas entre la niebla, se asuste. España va cobrando tintes de «La familia siniestra» que se hizo famosa en las páginas de «La Codorniz».

Conocí al Sr. Aznar de pantalón corto y ya daba un aire. De la mano de su padre y ante su abuelo en el solemne despacho del director de «La Vanguardia» la estampa emanaba una cierta intemporalidad. Pensé en aquel niño algunas veces. A hora quizá sospecho por qué.

A los españoles les atrae este tipo de personajes que les abducen y les sobrevuelan. Cunqueiro sostenía que no morían nunca y que tenían una multiplicada estructura de muñeca rusa. El Sr. Aznar excavó los cimientos de España, que acabó derrumbándose en un delirante festival de dinero sobredorado como las monedas de chocolate suizo. Regaló empresas, hizo castillos de arena, jugó con soldaditos de plomo y compró a precio altísimo fotografías iluminadas para su album de líder. Cantó sobre los tejados de una España embobada el chinchímini de los fumistas londinenses. Luego se fue al Olimpo para adquirir la sonrisa fría de los dioses. Y ahora amenaza con retornar con la capa de Supermán. Un cómic español.

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