Sin límites ni reglas, los drones siguen atacando
En su primer ataque con drones tras las elecciones del 11 de mayo que ganó Nawaz Sharif en Pakistán, EEUU ha matado aparentemente al «número dos» de los talibanes pakistaníes, Wali ur Rehman. Poco ha importado el hecho de que el nuevo primer ministro haya considerado los ataques con drones en su territorio como un desafío a la soberanía del país, como una práctica ilegal que pone en riesgo su intención de dialogar con los talibanes. De hecho, Wali ur Rehman era considerado como el responsable negociador de los talibanes, lo que deja entrever que la intencionalidad de ese ataque puede haber sido la de cortar de cuajo cualquier intento o tentación de diálogo directo.
Nada ha cambiado, por otra parte, tras el discurso de Obama en el que defendió la utilización de los drones en la Guerra Global contra el Terror y transfiriera esa responsabilidad de la CIA al Pentágono. Ni la guerra de los drones se ha vuelto más «democrática» ni más «trasparente». Las no-reglas del juego son las mismas: el mundo entero es un campo de batalla y, en las zonas de combate, todo musulmán en edad militar, o no, un objetivo para las ejecuciones selectivas. Desde Pakistán hasta Yemen, de Libia a Siria, la doctrina militarista de EEUU que anima esta nueva dimensión sin límites de la guerra es una serpiente que se muerde la cola, alimentándose con avidez hasta el infinito. Y no parará.