Hay cineastas que harían mejor en dejar que hablen sus películas por ellos, en lugar de tomar la palabra para acabar perjudicando a su obra. Había mucha expectación en el Festival de Cannes ante la rueda de prensa con Roman Polanski, que presentaba el drama sicosexual «Venus in Fur», debido a la notoriedad de su comparecencia ante los medios tras el prolongado arresto domiciliario. Siento tener que decir esto, pero a tenor de las graves insensateces que salieron de su boca, se merecía seguir bajo vigilancia policial por más tiempo. Que nos deje en mal lugar a los que le hemos defendido es lo de menos, porque el daño que ha causado con sus viciadas declaraciones a la lucha histórica de la mujer por la igualdad es irreparable.

El ser uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos no le da derecho a atacar a la condición femenina, sin que medie justificación alguna para su provocación dialéctica. Las críticas que haya podido recibir durante su cautiverio por parte de grupos feministas no le eximen de culpa, puesto que él mismo se ha encargado de sembrar la duda sobre su pasado como agresor sexual. Tampoco se salva de la quema su mujer, una Emmanuelle Seigner que se prestó a la mascarada promocional, luciendo un infernal modelito en rojo diabólico, representando a la mujer perversa y portadora del pecado que lleva a la perdición de los hombres, según el concepto tradicional de la moral católica. Por mí, se pueden pasar el resto de sus días en su retiro suizo, esperando a que la nieve se derrita bajo sus infernales pies.