Dentro del programa “Cuartitos del Arriaga en el escenario”, se nos ofrece una lectura de textos de Angélica Liddell, una autora-actriz-directora de tan difícil acomodo en boca de otras actrices que no sea ella y su entorno. Sus textos son en ocasiones exabruptos, confesiones, denuncias, panfletos, palabras muy bien estructuradas que necesitan traducción escénica, que vienen de un pensamiento, de una idea, pero que resultan una acción teatral.

El planteamiento de hacer una lectura dramatizada, con el texto en la mano, es una coraza admisible. Lo que sucede es para quienes hemos escuchado alguno de esos textos en boca de la autora, un recitado no sangrante, es decir modoso, se nos presenta como un sacrilegio. Se nos queda demasiado colgado en una verbalidad que no se sostiene. Y que incluso, en algunos pasajes más escabrosos, pueden parecer textos banales a falta de las intenciones en su interpretación. O con el uso de un lenguaje callejero, si no se expresa escénicamente con el componente orgánico necesario queda en una especie de gamberrada.

Si nos quedó mal cuerpo en el recitativo, en la prosodia, en el tratamiento oral, los empalmes entre supuestas escenas, el apoyo musical, la estética general, demasiado impostada, lo que corresponde más a la puesta en escena, nos dejó perplejos. No queremos decir más. No lo encontramos adecuado, pero uno iba cargado de prejuicios desde el momento en que se anuncia en carteles, programas de mano como textos de Angélica «Lidell», cuando es Liddell. Esta falta de atención, esta errata nos condicionó la visualización. La entendemos como un síntoma de lo que después pasó en escena.

Y eso que los dos actores se entregan, buscan físicamente por lugares apropiados, pero en cuanto dicen, leen, recitan el texto a la manera convencional, se desmorona. Buena idea la de los cuartitos, pero insistimos, un poco más de exigencia y rigor lo haría más atractivos.