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El sonido grueso y sombrío recorre «13», el álbum de regreso de Black Sabbath

Treinta y cinco años han tenido que pasar para que tres cuartos de Black Sabbath se reúnan de nuevo. Un tránsito desigual para unos y otros, con ventaja para Ozzy Osbourne, quien gracias a su carácter y familia le ha sabido sacar oro tanto a su vida privada como pública. «13» recupera la densidad opaca del inicio, para mostrarse tenebroso, lúcido y también reiterativo.

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Pablo CABEZA | BILBO

El 11 del 11 de 2011, a las 11.11, Black Sabbath, amigos de la numerología y el misterio, anunciaba en rueda de prensa desde el Whisky a Go Go de Hollywood, Los Ángeles, y con Henry Rollin como maestro de ceremonia, que la vieja banda se reunía. Allí estaban: Tony Iommi, Geezer Butler, Bill Ward y Ozzy Osbourne. Para llegar al acuerdo se tuvieron que litigar, principalmente, las diferencias entre Ozzy Osbourne y Tony Iommi, enfrentados judicialmente desde años atrás por el uso del nombre. En ese momento, solo adelantaron que habría disco, quizá para otoño de 2012, y gira ese mismo año. Semanas después se supo que la gira recaería en Azkena Rock Festival. La noticia fue recogida con pasión por los miles de seguidores que Black Sabbath cuenta entre veteranos y gente joven que les ha descubierto gracias a bandas contemporáneas que no han cesado de imitar su sonido y en tributarles devoción y reconocimiento. De hecho, conviene recordar que dentro del rock duro, el hard-rock 70's, el metal extremo..., el sonido Sabbath ha tenido un peso posterior muy por encima de formaciones como Deep Purple o Led Zeppelin. De su repertorio no surgieron canciones emblemáticas, clásicos por unanimidad de periodistas e historiadores, pero en cuanto a sonoridad y proyección de ese modo de entender el ritmo, el tono, el brillo... Black Sabbath cuentan con miles de bandas imitando sus formas. Estilos completos como el doom o el stoner llevan a Black Sabbath hundido en sus acordes. Camuflar el sonido Sabbath es imposible, siempre se percibe, por lo que nadie puede negar la influencia.

De cuarteto a trío

Curiosamente el anuncio de reunión fue previo al acuerdo económico de todas las partes. Primero se solventaron las diferencias personales entre Iommi y Osbourne, después llegó el entente sin problemas con Geezer Butler, bajista, parte clave del sonido Sabbath y autor de los textos, en general vacuos, reiterativos y obvios. Sin embargo, un batería siempre es un elemento sustituible, salvo excepción, por lo que tras las oportunas negociaciones con Bill Ward, este se sintió ninguneado al ofrecerle una suma de dinero sustancialmente inferior a la del resto de componentes. Con una dignidad a prueba de su frágil corazón, que ya sabía lo que era un infarto, más el impacto de toneladas de alcohol y drogas de un pasado fragoso, Ward dijo oficialmente que no a la oferta en febrero del año pasado. Conviene recordar que Iommi y Ward ya tocaban juntos en Mithology a finales de los sesenta y que prácticamente crecieron juntos.

Con todo, y al margen del conflicto económico, Ward es un músico peculiar, frágil y quizá no muy predispuesto a largas giras y esfuerzos. Tampoco se ha prodigado en revolver el asunto o en montar campaña en contra del trío. El silencio le ha acompañado, aunque su voz la tomaron los miles de internautas que desde diferentes foros gritaron «Sin Ward no hay Black Sabbath».

Malas noticias

Superado el impacto de que el regreso no sería completo, con los planes de gira en marcha y la grabación del disco acotada, el 9 de enero de 2012 la banda lanza desde Facebook un comunicado que deja paralizados a todos los seguidores: «A Tony Iommi le han diagnosticado cáncer de linfoma en su primera fase. Sus compañeros de banda, como todo el mundo, envía vibraciones positivas para el guitarrista. Iommi está trabajando con sus médicos para establecer el mejor plan de tratamiento. El hombre de hierro [por la canción «Iron man»] del rock & roll sigue siendo optimista y está decidido a completar una recuperación completa y exitosa».

La gira se suspende, Azkena se queda sin uno de los acontecimientos más importantes de los últimos años y surge la duda de si el álbum será posible. La niebla se despeja pronto, Iommi, uno de los guitarristas más personales de la historia del rock, combinará quimioterapia recibida en Londres y grabaciones, realizadas en los estudios de Los Ángeles. Más sórdido que nunca va naciendo «13».

Ocho cortes profundos

No son muchas las canciones que ofrece «13», pero si se tiene en cuenta que cinco de las ocho sobrepasan o rondan los ocho minutos, la cuestión se equilibra. Más aún cuando las dos más contundentes son las de mayor minutaje. Los ocho minutos de «End of the beginning» abren disco. La letra es la típica de Sabbath o de Geezer Butler, su escritor habitual y bajista: filosofía barata, frases de parbulario hijo de Nosferatu y poco más: la vida, la muerte, los enigmas y vacuidad. Extraña que hasta el autor de las letras apunte que se compusieron a todo correr después de concluir el disco, poco menos que en cinco minutos de playa. En realidad, tampoco hay que complicar mucho las letras. Lo mejor, frases lapidarias y de sencillo terror para que a Ozzy no le estalle la cabeza y se las aprenda sin problemas.

Iommi aporta la mayoría de ideas para los temas. De su disco duro saca decenas y decenas de solos de guitarra grabados a lo largo de los últimos años. Si se escucha «Age of reason» queda claro que toda la canción depende del gran solo de Iommi, que, por otra parte, como la canción, tiene algo de purpeliana.

La dependencia del solo de guitarra para el sostén de cada título aparece desde el mismo inicio del disco con «End of the beginning», una buena composición que promete mucho disco, aunque luego no sea exactamente así. Butler está inmenso con su bajo, Ozzy se defiende con sus escasos méritos vocales, aunque plenos de estilo y personalidad. Con todo, la entrada, allá por el minuto cinco, del solo de Iommi es prodigioso, como su vuelta hacia el final de la canción.

«God is dead?» es la pregunta más intelectual que Sabbath tiene en su repertorio. Llevan toda la vida con ella o a su alrededor. El tema es muy Sabbath: espeso, de ritmo medio pesado, de melodía apacible y muy envolvente. El tiempo transcurre a la espera de que llegue Iommi con su solo e imaginando qué pinta tendrá. Deben de pasar más de siete minutos para que aparezca. Arranca con un fraseo melódico hermoso, se piensa que irá a más, pero todo concluye prematuramente. Breve, pero magistral.

«Damage soul» es otro corte destacable un blues-rock imponente donde Iommi luce de nuevo mientras todo repta.

El resto del álbum reitera el esquema con algunas canciones soporíferas: «Loner», «Dear father» y prácticamente los tres extras del álbum deluxe, un doble cedé, a excepción de «Methademic».

BLACK SABBATH

El productor Rick Rubin, uno de los más notables de la historia del rock, apostó porque «13» debía sonar como la esencia de los cuatro primeros discos del cuarteto de Birmingham. Pero «Black Sabbath», el disco debut, fue el espejo donde mirarse. «13», finalmente, suena mucho a esos pioneros del heavy metal espeso.

EL TRÍO

Guitarra, bajo y voz son los instrumentos que forman e identifican la sonoridad de Black Sabbath, además del sonido pesado (heavy) y grueso de sus acordes. Iommi (muy Blackmore en «13») y Butler están a gran altura. Osbourne es como el hilo que necesita la costura, pero que por tono vocal y reiteradas inflexiones: cansa, sofoca y agobia.

El afamado productor Rick Rubin les colocó «Black Sabbath», el álbum debut, para que se empaparan de su sonido y frescura

La primera relación de Black Sabbath con Rick Rubin se produjo hace doce años y con la misma intención que la actual, reunión y disco nuevo. No pudo ser porque las canciones no soportaron una primera crítica interna, nadie estaba cómodo con ellas y, además, Ozzy comenzaba en la MTV «Los Osbourne», donde la estrafalaria familia se dejaba espiar sin miramientos. El reality funcionó, había materia prima, pero también mostró a un Ozzy tan simpático como lelo.

Afrontar de nuevo el reto ante el mismo productor, aún más poderoso que hace una década, no dejaba de ser un temor para Black Sabbath, aún mayor cuando Rubin les reúne, les pone el primer disco, «Black Sabbath», 1970, y les dice que quiere algo como eso. Es decir, primitivo, fresco, sencillo. Butler: «Era confuso. Hemos tenido que desaprender todo lo aprendido durante años y años, pero respetamos su decisión». Sabbath aceptó el consejo/imposición, pero no tragó con que el batería fuese el veterano Ginger Baker (Cream y... cien proyectos más). Al final, Rubin les ofreció otra opción: Brad Wilk, de Rage Against the Machine, al que aceptaron no sin hacerle el pertinente examen.

TONY IOMMI

El sonido grave, denso y pausado nació por casualidad, ya que, de joven, una máquina le cortó a Tony Iommi la yema de dos dedos. Desde entonces tuvo que bajar la tensión de las cuerdas y colocarse una especie de dedales para poder pulsar.

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