Coincidiendo con la celebración de la cumbre del G8 en Irlanda del Norte, Barack Obama ofreció ayer un discurso en Belfast, que amaneció blindada por policías y militares como el resto de los seis condados irlandeses bajo administración británica. Ante un auditorio joven, el presidente de Estados Unidos afirmó que la sociedad norirlandesa es «un ejemplo a seguir» para aquellos que buscan la paz, en un ejercicio de cortesía hacia un proceso alentado por la propia administración norteamericana.

No falta a la verdad el mandatario estadounidense, puesto que el ejemplo irlandés tiene elementos inspiradores para todos los pueblos que se hallan en similar trance, incluido Euskal Herria, desde donde muchas veces se ha mirado a aquellas tierras con ánimo, no de imitar, pero sí de aprender. Aun siendo muchas las dificultades que quedan por solventar, el camino emprendido en el norte de Irlanda con el aval mayoritario de la sociedad representa la esperanza de que todo conflicto puede encontrar vías de solución democráticas. Sucede, sin embargo, que Obama pone ese proceso como ejemplo cuando su Gabinete mantiene en el resto del mundo una actitud diametralmente opuesta a la que abrió las puertas a un futuro en paz en Irlanda.

Desde que se hizo con la Presidencia de la principal potencia militar, el inquilino de la Casa Blanca ha mostrado el mismo espíritu belicoso que sus predecesores -si el Premio Nobel que le concedieron tenía una intención disuasoria, está claro que no ha surtido efecto- y la muerte de miles de personas lleva su firma. Defensor a ultranza del uso de «drones», aviones no tripulados capaces de matar a miles de kilómetros de distancia, la decisión de armar a los «rebeldes» sirios es su última aportación en esta materia. A los chavales que le escuchaban les dijo que Estados Unidos siempre será «viento de popa» para quien apueste por la paz. Sin embargo, hasta ahora ha sido la tempestad que ha destrozado las esperanzas de paz de muchos pueblos.