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Raimundo Fitero

Delincuentes

 


Es un patético espectáculo ver cómo se ofenden los insultadores profesionales cuando son insultados. Además, si los insultadores profesionales están en un plató de tertulianos dedicados a insultar a todo aquel que no esté muy a la derecha del centro, en cuanto alguien simplemente les devuelve el insulto, montan un pollo, se ponen la peineta de la dignidad ultrajada y se largan del lugar de los hechos. No se sabe si es que van a orinar, si está la espantada en el guión o es la manera de que sus representantes negocien in situ un incremento de sus emolumentos.

Sucedió la otra noche en ese canal ultra nacionalista católico español, 13 TV, en un programa que incita al espectáculo ya que se llama «La marimorena» y lo ejecuta, agita o desconduce ese periodista de la caverna llamado Carlos Cuesta, al que un día le dará un infarto en directo defendiendo su aznarismo recalcitrante o disparando injurias y maledicencias contra todo aquel ser humano que no comulgue con las ruedas de molino de Rouco y sus sicarios mediáticos.

La cuestión es que estaba siendo ajusticiado un sindicalista andaluz por los mercenarios del canal, y uno de ellos, que debe ganar mucho por tanto como se gasta en gomina, con cargo en la empresa, Alfonso Merlos, en su versión nocturna sin corbata, un poco recargado el ambiente y descargado el bar del estudio, llamó, con esa soberbia de clase ungida de impunidad, delincuentes a todos los sindicalistas y políticos andaluces, con excepción de los chicos del PP, y simplemente porque el otro no se dejó pisotear y le contestó, «el delincuente serás tú», se armó la marimorena. ¡Cómo se ofendió el insultador! Claro, era una muestra más de su divinidad, de estar por encima de un mierda de sindicalista. ¿Quién se cree que es para insinuar que es delincuente un señor de confesión, sauna y gimnasio diarios? Y sus amiguitos del alma e iglesia, acosaron todavía más al sindicalista.

Abandonó Alfonso Merlos el plató, todos estaban ufanos, habían dado una lección magistral de mala educación al sindicalista, un acto de linchamiento catódico, reafirmando su totalitarismo y su intransigencia. Y algunos idiotas, como un servidor, mirándoles.

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