análisis | el real madrid campeón de la liga acb
Una posible dinastía que acaba por quedarse como interino
Pablo Laso completó el círculo como técnico del Real Madrid, logrando en dos años la Copa, la Supercopa y la Liga ACB Endesa, este último por primera vez desde 2007. Solo le ha quedado el lunar de la Euroliga, amén de dejar la impresión de sufrir demasiado bajo presión. Ganaba 30 de 34 en la Liga regular, pero en los play offs sufría ante un Barça físicamente agotado. Al final, los recursos propios y el cansancio rival servía para ganar la ACB por primera vez desde 2007.
Arnaitz GORRITI
Eun gesto que lo honra como persona, Pablo Laso dedicaba al recientemente fallecido Manel Comas el título de Liga ACB obtenido por el Real Madrid en una agónica serie final decidida en el desempate. «Gracias a Manel por darme fuerzas», declaraba emocionado el técnico gasteiztarra, después de llevar a la escuadra merengue a su primer título liguero desde el año 2007.
Al igual que hace seis años, los madridistas se imponían al Barcelona en la final y, al igual que en 2007, Felipe Reyes conquistaba el premio de MVP en esta serie definitiva. Sin embargo, este Real Madrid de Laso poco tiene que ver con aquel Real Madrid que capitaneaba Joan Plaza. Un equipo que, con todo su poder económico, ha tenido que malvivir durante años como simple apéndice de un gran club de fútbol que ha querido deshacerse de esta sección en más de una ocasión, por mucho que a Florentino Pérez se le llenara la boca para afirmar que «la dinastía del Real Madrid llega al baloncesto».
El círculo quedó completo y las inversiones justificadas. O casi. En dos años, Pablo Laso ha logrado que su conjunto se llevara la Copa -tras una prolongadísima sequía-, la Supercopa y la Liga ACB, superando siempre al eterno rival, el Barcelona, en la final, algo que sus aficionados agradecen ante todo. Jugadores como Sergio Rodríguez han recuperado una alegría que parecía perdida y otros como Jaycee Carroll o Mirotic han visto que tienen cabida más que de sobra en un proyecto como el merengue, que en su día parecía más especializado en «triturar» proyectos que en afianzarlos.
En ese sentido, el experimento de Rudy Fernández ha salido bastante bien a las huestes madridistas. Sin ser el MVP de nada -bueno, sí, de la Supercopa-, el escolta balear ha marcado la diferencia durante muchos momentos de la temporada. Y cuando no ha ejercido de líder, ha sido un acompañante ideal, bien gracias a su defensa o su ayuda en el rebote. Pablo Laso siempre ha podido contrar con Rudy Fernández, al menos mientras lo ha respetado una espalda cada vez más traidora.
Demasiado sufrimiento en los play offs. Empero, el Real Madrid ha estado lejos de ofrecer en play offs el apabullante dominio de la temporada regular. Ganó 30 de los 34 partidos de la primera fase, haciendo una primera vuelta casi perfecta, con una única derrota, en el Palau Blaugrana, ante el mejor Navarro, y ofreciendo un juego realmente atractivo, veloz y lleno de puntos y magia. Hasta los más acérrimos antimadridistas han disfrutado con Pablo Laso y su Real Madrid.
Pero desde la eliminación copera, el juego merengue se ha vuelto más rácano. Mejoró su defensa, pero cada vez resultaba más difícil verlo meter por encima de 75 puntos. En la final de la ACB, no ha llegado jamás a los 80 tantos, y cuando los rivales han sabido parar su transición, ha sufrido horrores. Llull si no corre, parece no tener oxígeno, mientras que Sergio Rodríguez vivía un monumental apagón tras el primer partido de la final de la ACB. El propio Rudy Fernández se marcaba un 1 de 24 en triples en toda la serie final, y solo los rebotes de Reyes y la relativa revelación de Darden le dio vida en muchos momentos. La aportación de Begic o Slaughter era muy dependiente de los bases, igual que un Carroll tan atinado como superado físicamente. Mirotic desapareció en la final y de Hettsheimeir y Suárez, mejor no hablar.
Pálidos ante la presión. El Barcelona forzó el desempate de una final de nivel decepcionante. Con las bajas de Mickeal y Jawai, más las posteriores lesiones de Navarro -daba pena verlo arrastrarse en el desempate, superado en ambas canastas- o Abrines, y la baja forma de Lorbek, novatos como Todorovic, interinos como Mavrokefalidis o «abuelos» como Jasikevicius ponían en aprietos más que serios a los de Laso. Solo las innumerables pérdidas de balón -la última, un pase directamente a Slaughter de un irreconocible Huertas- de un Barcelona físicamente agotado terminaron por decantar una finalísima que el Real Madrid parecía estar empeñado en no ganar.
Por no hablar de sus problemas de lectura de juego ante cambios y «trampas» defensivas. El ataque parado y el «mandarinazo» a ocho metros eran canasta en la Liga regular. En play offs, menos. En la final, ni hablar. Con tantos buenos mimbres -el propio Draper- y ante un final que se caía de cansancio, el éxito es solo relativo.
El lunar: la Euroliga. El Olympiacos derrotaba 100-88 al Real Madrid en la final de la Euroliga, superando un 10-27 adverso. Era la primera final continental de los de Laso desde 1995, por lo que este subcampeonato tiene un mérito innegable. Pero con tan pocos rivales en la competición doméstica -parecía que el Valencia podría, pero cayó en cuartos; el Baskonia se perdió en sus dudas existenciales...-, esa derrota -y la de Copa- convierte una posible dinastía en un campeón interino, mientras no haya nada mejor.