narrativa | MAGMA (SPURIOUS) Lars Iyer.
Dos amigos locuaces
Iñaki URDANIBIA
Desde que Platón inaugurase el diálogo como género literario-filosófico, este ha dado mucho de sí haciendo que ciertas parejas se hayan convertido en personajes célebres en el mundo de las letras: ahí están los personajes flaubertianos, Buvard y Pécuchet o los beckettianos, Vladimir y Estragón, que no descansan en su búsqueda y en su espera respectivamente. El libro que traigo a esta página presenta la conversación que, cual banda de Moebius, se desarrolla entre un tal W. y el personaje encarnado por el autor, Lars; parece que el primero tiene algo más éxito que el segundo, que según se cuenta no tiene una influencia benéfica sobre su amigo. Ambos, de todos modos, están empeñados en hallar un líder que les haga salir del atolladero en el que se encuentran atrapados. Acosados por la «tentación literaria» el hallazgo de Kafka les va a suponer un modelo que al resultar inalcanzable en vez de servir de acicate en cierto sentido frena sus angustiadas ansias por triunfar en el mundo de la escritura, el de la lectura lo tienen asegurado con su bulimia libresca.
La logorrea es dominada con maestría indudable por el narrador, el propio autor, que nos la planta ante los ojos lectores con la fuerza de un torbellino en ocasiones sin dirección precisa o variando de ella como abriéndose en crisálida, y si esta planta muere al florecer al igual que por la boca muere el pez, a los caballeros del libro la muy les da mucha marcha y mucha vidilla… Una vidilla que planea por los pagos del pensamiento literario, existencial, filosófico y creativo, impulsada por buenos tragos de ginebra o de lo que sea menester.
Lo de ellos es un viaje por el saber, en libro, y ello les conduce a visitar librerías, en Friburgo para asqueo de los libreros, en busca de ediciones completas, y canónicas, de Schelling,de Nietzsche, más su periplo va acompañado de dosis de escepticismo acerca del poder del pensamiento para arreglar los problemas de este mundo. Cansados de la ciudad alemana se trasladan a Estrasburgo y recuerdan que fue allá en donde se conocieron Maurice Blanchot y Emmanuel Lëvinas, y el narrador ve su concepción de la amistad y de la discreción en las antípodas de la de los nombrados (él lo cuelga todo en internet sin atenerse a la debida privacidad para con su amigo)… Mientras que la preocupación por la vieja Europa no deja de asaltarles. Por momentos más que ser ellos los sujetos de la enunciación parecen ser hablados por el disparado lenguaje que lo mismo va hacia cuestiones meteorológicas que vocacionales. Y si en la famosa afirmación –tan citada como mal interpretada– que cierra el Tractatus, Wittgenstein decía que de lo que no se puede hablar mejor es callar, W. Y Lars hablan de todo y de lo que no se puede hablar también, pues en vez de callar mejor es charlar y si es caso recurrir al mero flatus vocis; para eso se consideran «intelectuales europeos» y como decía el otro «la tarea del pensar es pensar» y hablar y desbarrar por la esperanza, la desesperanza, el apocalipsis, el mesianismo, el bebercio, la enfermedad, la estupidez y todos los los temas divinos y humanos, demasiado humanos son rastreados por los dos locuaces amigos.
La afilada sorna que utiliza el autor del libro hace que el ritmo no decaiga y el periplo, con momentos que parecen contagiados por el vacío, por la nada, no dejan que la marcha se difumine por las fronteras del tedio.
Suele suceder en este tipo de chácharas incontinentes de esta clase de conversaciones diseminadas que como se afirma: la perdiz acaba mareada, no lo sé, lo que si que es cierto es que el humor que destila el libro quizá haya mareado a alguna perdiz, pero de lo que sí que estoy seguro es que algún pardillo, yo mismo, se ha reído cantidad con la ironía y el ingenio del profesor británico.
A la espera estoy, no de Godot, sino de las dos entregas que completan la trilogía iniciada con esta: «Dogma» y »Exodus».