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Iñaki Egaña | Historiador

Urduña y Euskal Herria

Hay una canción recitada por Fermín Valencia que dice algo así como «si llora Tafalla, llora Euskal Herria». Es apenas una frase de una extensa letra en la que, más o menos, el autor quiere expresar, según entiendo, que los sentimientos de una comunidad, la de Tafalla, son los de nuestro país. Y viceversa.

La semana pasada estuve en Urduña. Dicen sus vecinos que ciudad. Parece un poco pretencioso pero no les falta razón. Sus piedras, sus caminos, sus gentes, la colocan en un pedestal reconocido de nuestra historia. Fronteriza, tuvo lo que tienen todas las localidades al borde de los vecinos, incluido el mestizaje ideológico.

La comparecencia en la ilustre tenía que ver con un debate público en torno a la memoria que finalmente no se dio. La improvisación de otro formato me permitió transgredir en alguna cuestión que, probablemente y de otra manera, no hubiera incidido. No hay descubrimiento. Urduña era en el siglo XIX un contraste. Población carlista hasta la médula, como tantas del país, su devenir político y sociológico ha sido reflejo de mucho de lo que ha sucedido, sin apenas percibirlo, en casa.

En la época previa a la Segunda República española, Urduña acogía a tantos jauntxos y curas como para considerarlo, como se dice ahora, un bastión de la derecha. Los jesuitas recibían o recibieron a familias ilustres de Bilbao, como Sabino Arana, el lehendakari Agirre e incluso el ideólogo principal del anarquismo vasco, Isaac Puente. Conventos, sedes sociales, y alcaldes permanentes de derechas. Sabemos, sin embargo, que con votos a las derechas o a las izquierdas, el pueblo llano tiene un componente sociológico determinado. El concepto de comunidad, el fuerte de nuestra cohesión como pueblo.

En las elecciones de 1931, la alianza de derechas a favor del Estatuto vasco (carlistas y PNV), logró en Urduña 540 votos. Lo pongo como referencia para entender el dato siguiente. En esa misma contienda electoral, PCE y ANV se presentaron en solitario. Candidatos provinciales. El primero logró 1 voto, ANV 0.

No quiero dar una lección de historia. Avanzo con rapidez. En las elecciones de 1936, poco antes del golpe de Estado, el llamado Frente Contrarrevolucionario (derecha, entre ellos el carlismo), lograba 772 votos. El PNV 479 y el Frente Popular (partidos republicanos, PSOE, PCE y ANV) un total de 239. La mujer pudo votar y por ello la diferencia en el censo con respecto a lo anterior.

Llegó el franquismo y el padre Ascunce, que había sido rector en los jesuitas de Urduña, se trasladó al Gobierno Civil de Gasteiz. Dice Txema Flores en su obra sobre la época, que en la sede colonial, Ascunce marcaba con una «x» a los reos que debían de ser fusilados. El peso del franquismo en Urduña fue brutal. No se movió una mosca sin que el clero y la Guardia Civil tuviera conocimiento de ello. Los jesuitas, como en Deustu, acogieron a un estremecedor campo de concentración: 50.000 presos en 27 meses.

Abrevio. Murió Franco, se aprobó la Constitución española y llegaron en 1980 las primeras elecciones al Parlamento Vasco. Sé que los indicadores electorales no completan la realidad, pero al menos ayudan y permiten brevedad. En la consulta, los resultados fueron contundentes. El PNV logró 1.177 votos, la suma de AP y UCD 354 y Herri Batasuna 332. El PNV, con una presencia de la derecha española notable, logró la hegemonía electoral y la alcaldía del municipio sistemáticamente. Hasta ayer.

Llegaron las elecciones municipales de 2011. Es cierto que, en ocasiones, los logros electorales no son fruto únicamente de lo que ofertan las formaciones políticas, sino también de lo mal que lo han hecho los anteriores. Algo de esto habrá. Urduña, sin embargo y como tantas otras poblaciones, sorprendió a su historia reciente. Bildu y Aralar lograban 1.304 votos, PNV 678, PP 168 y PSOE 156. ¿Quién que hubiera vivido en otra época lo podía prever?

Hay un cambio inexorable hacia escenarios reivindicados con vehemencia por quienes nos precedieron. Un cambio sociológico, político, cultural, humano, fruto de ese poso que dejaron nuestras luchas y las de generaciones anteriores. Como una gota que, poco a poco, va forjando estalactitas y estalagmitas. Un cambio que se expresa con solidez.

Nuestros antepasados se enfrascaron en una pelea inútil, entre dos ramas de la monarquía española. Nuestros abuelos pelearon en una guerra perdida, quizás en el bando que no deseaban también. Nuestros clandestinos ofrecieron lo mejor de sus vidas para avanzar. Todos ellos, sin embargo, fueron destilando su gota para producir un cambio radical en nuestro tiempo. Fruto, reiteración de palabra pero no de concepto, del tiempo.

La emancipación de la mujer, la solidaridad nacional e internacional, el compromiso, la participación comunal y política, la defensa del medio ambiente, la responsabilidad de la juventud, el tejido comunitario... son cuestiones universales. Es cierto. Pero desarrolladas entre nosotros de una manera especial. Sociológica. Las excepciones de otros lugares, son mayorías en nuestra tierra.

Euskal Herria y sus gentes han realizado un camino excepcional. La propia existencia de un sujeto nacional es más nítida que nunca. Los objetivos del estado vasco, la marca de la comunidad, la esencia de la especificidad vasca entre la colectividad internacional es evidente. Jamás, fuera de guetos, hemos sido tan mayoría política como en la actualidad. Y esa sociedad gestionada durante décadas, no me atrevo a decir siglos aunque quizás lo debiera, ha provocado el cambio.

Las miras coyunturales nos hacen perder esa perspectiva. La falta de sosiego histórico, la necesidad de convencer. Hace unos días, en Pasaia y en otra charla, escuché a un oyente en la tertulia decir algo que me hizo daño al oído: «la estrategia de construcción de país desde hace dos años...». Llevamos construyendo país desde que la memoria arrancó.

Esa es, precisamente, la clave.

No quiero apoyarme en la historia para construir el futuro, que se elevará con la voluntad política de los hombres y mujeres del país. No quiero hacer un panegírico de las razones de otros tiempos, de efemérides y mitos. Quiero, en cambio, resaltar aquello que se nos olvida. Que cuando aseveramos «el tiempo quitará o dará la razón», el resultado es obvio. Pero para ello es necesario destacar la importancia de la lucha.

Carmelo Echegaray, cronista de Euskal Herria que murió en Gernika en 1925, dejó escrito: «No importa que los comienzos sean modestos. De semillas casi imperceptibles nacen árboles que alcanzan largos años de existencia y prestan sombra a diversas generaciones». Había un viejo proverbio griego que he leído recientemente en unas indicaciones de Aguas del Añarbe: «Una sociedad crece bien cuando las personas plantan árboles cuya sombra saben que no van a disfrutar».

Ese es el camino. Debemos seguir plantando robles y hayas, aunque alcancen su madurez dentro de medio siglo. Y dejar de dar tanta importancia a esos pinos elegidos porque llegan a adquirir un porte considerable en apenas cinco años. Tenemos el deber de continuar las luchas de quienes ocuparon este territorio antes que nosotros.

De aquellas semillas nacieron las generaciones que nos sucederán. Es obvio. Pero no sin esfuerzo. Saliendo de Bilbao, hacia el sur, la autopista antes de tomar la desviación hacia Laudio y Urduña irrumpe en Arrigorriaga, antiguo mojón del peaje. Allí nació, precisamente, José Miguel Beñaran, Argala, que habló de esa transmisión, de esa acumulación histórica. Bajo una premisa: «hay que organizarse, en los barrios en las fábricas...». La unión, el trabajo, da la fuerza.

Hay un proyecto de país, un camino labrado con un esfuerzo desconocido. Anterior y con seguridad posterior. Un proyecto comunitario desarrollado en cientos de lugares. Porque no les había contado otra parte de la canción cuando Fermín Valencia recita aquello de «si canta Tafalla, canta Euskal Herria». No se trata solo de llorar. No sólo de resistir. Sino como dijo Arnaldo Otegi, de ganar. Y lo vamos haciendo. En Urduña y en Euskal Herria.

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