La patronal Confebask -y en especial su sector más arrogante y ultra, la franquicia guipuzcoana Adegi- no tiene ningún interés en acordar convenios colectivos. «¿Para qué?», se preguntan. Según sus cálculos, la nueva legalidad -que deconstruye el derecho laboral- le ofrece todo: facilidades para despedir y a coste más barato, e iguala a la baja las condiciones laborales con las del Estado español. Confebask se cree fuerte en su posición: juega con cartas marcadas y lleva treinta y uno de mano. Ni siquiera el hecho de que una mayoría del país apueste por mantener convenios propios o que el lehendakari presente una oferta de acuerdo -a la que los sindicatos no se negaban- les ha movido de su cómodo inmovilismo. A menos costes laborales, sostienen, más oportunidades, más competitividad. Su apuesta es clara: aguantar el chaparrón ahora con la esperanza de que el tiempo canse a los sindicatos y a la sociedad.

La situación es grave. Rotas las negociaciones, es momento de articular con fuerza un desafío que, entre otros, debe hacer frente a un problema de país: una élite empresarial envalentonada que, mediante el privilegio y el patronazgo, no atiende ni a razones ni a soluciones razonables.