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Antonio ÁLVAREZ-SOLíS | Periodista

Frente único

A la hora de enfrentarse a «la gran decisión», que sería la batalla en favor de la autodeterminación, el pueblo vasco debería constituir un frente único y concentrarse en dos puntos: «Conseguir la soberanía e implicar en ese radical proyecto el logro de una sociedad horizontal, esto es, de control popular». Considera el veterano periodista que una España liberal saldría beneficiada de la vecindad de dos pueblos soberanos, el vasco y el catalán, muy al contrario de la actual situación en la que se ve neutralizada «por el fardo absurdo del jacobinismo madrileño».

Hablo con un comunista serio y honrado de la situación vasca en cuanto afecta a la independencia de Euskadi y, a ser posible en esta hora, a Euskal Herria como totalidad de la nación euskaldun. No resultó complicado llegar a la conclusión de que quienes luchan por el soberanismo tendrían que avanzar con urgencia y visibilidad hacia la fórmula del frente único, del fronte bakarra. En la hora de la gran decisión, que es la hora de la batalla por la autodeterminación, no parece muy útil procesalmente emplear un purismo inflexible para hablar de posiciones en el pasado, de encuadramientos formales en el presente, ni de distribución del mobiliario político en el futuro. Solo hay que concentrar la pasión política en dos puntos: conseguir la soberanía e implicar en ese radical proyecto el logro de una sociedad horizontal, esto es, de control popular. Es decir, plantearse al nacer que se nace para algo esencial y absoluto, ser plenamente vasco. Un filósofo hablaría de ser siendo. Independencia y justicia social. ¿Pronunciarse así puede ser calificado de arbitrismo? Creo que no. Las grandes y movilizadoras ideas suelen caber en una pequeña hoja de bloc.

Cavilo que el ciudadano euskaldun ha de funcionar en estos momentos con una pasión clara y noble: la posesión nacional de su tierra. Sin tierra no hay nación y sin nación la tierra deja de tener mucho de su sentido.

Concentrarse en un frente único significa abrir de par en par una sugestiva puerta política a muchos vascos que hoy tienen el alma dividida entre su sedente compromiso partidario y su desazonadora emoción patriótica. Esos ciudadanos necesitan un suelo común de acción para reencontrarse con ellos mismos y sentir el aire fresco de la marcha hacia el horizonte que espera. Las naciones se ponen en movimiento cuando aparece con rotundidad la incitación solidaria, papel aglutinador que podría desempeñar un frente como el que menciono.

El soberanismo vasco está nutrido, como suele ser habitual en este tipo de procesos, por una doble exigencia. Por una parte opera sobre los espíritus una incitación identitaria. De otra parte existe la llamada a una sociedad con una economía genuina, con unas relaciones de producción donde pesa mucho la tradición doméstica, en este caso el cooperativismo de Euskadi. Aunque un exceso de positivismo económico actual se deje sentir también en el mundo vasco, lo que parece movilizar una energía social muy importante son las emociones identitarias. Una vez más se puede afirmar que la vida está apoyada esencialmente en estas emociones, que llevan a plantear una economía adecuada a las mismas. El desarrollo industrial de Euskadi prueba, además, con su histórica eficacia, que la economía puede ser muy sólida si es movida por este afán de «ser país» ante todo.

Yo creo que la gente vasca responde a esta conclusión que Loretta Napoleoni sienta en su magnífica obra titulada «La democracia en venta»: «Es preferible márgenes más bajos en una economía estable y duradera (una economía confortable) que una riqueza ficticia basada en distorsiones monetarias». El vasco es persona que alberga un sensible respeto por lo público, lo que le lleva a orientar su trabajo con una evidente consideración de lo colectivo. Un vasco es fundamentalmente todos los vascos. Así lo veo yo. Eso no lo han entendido jamás los españoles, cuya españolidad carece de quilla social. Al pie de estas consideraciones transcribo otro párrafo de Loretta que conviene tener en cuenta ante el futuro soberano de la nación vasca: «Una empresa pública puede producir rentas exactamente como una empresa privada, con la ventaja de que los beneficios repercutirían en cadena sobre la sociedad. Es una posibilidad que depende exclusivamente de la calidad de los gestores o de la calidad de la clase dirigente». Si Euskadi fuera independiente podría plantearse la posibilidad de un empresariado que se desenvolviera como función pública.

Conseguir la soberanía equivale a «ser» con amplitud. Una economía social no es posible en una España que es odre de los poderosos. Una cultura incitante no bebe en fuente adversa. Una gobernación creativa resulta inimaginable si el pensamiento y la acción están separados por una aduana política. Un simple bienestar se agria cuando hay que rendir cuentas a los hombres de negro. La vida grata no la da una constitución repleta de un espíritu bífido, ni una unidad verdadera está hecha con retales de historia sino con un sentimiento vivo. La identidad solamente se explica desde ella misma. Y para ella misma. Euskadi precisa libertad para hacerse todos los días, ya que es pueblo repleto de invención.

Todo esto que dejo apuntado muy sumariamente es la maquinaria que mueve la nave vasca. Una nave ahora semivarada en el despoblado mar español.

La necesidad de un frente único soberanista conlleva, además, la clarificación profunda de las ideas. El soberanismo está amenazado también por una segunda concepción nacionalista que se repliega repetidamente sobre sí misma para «avanzar» en un inútil círculo. Esta forma de funcionar produce una suma cero con sus movimientos. La cuestión no es solo de ahora. Conviene, pues, iluminar el camino con una luz potente que se conseguiría al concentrar toda la energía posible sobre uno o dos puntos determinantes. Luego, como dicen, creo, por Nafarroa, amanecerá Dios y verá la tuerta los espárragos.

Lo notable en esta cuestión es la frenética postura colonialista de tantos españoles. Una España liberal se beneficiaría notablemente con la vecindad de dos pueblos soberanos, el vasco y el catalán, que la dotarían de una robustez política y económica que ahora no posee como conjunto que es neutralizado por el fardo absurdo del jacobinismo madrileño. La dinámica que generaría la dialéctica entre las tres naciones pondría en marcha no pocas iniciativas, liberado ya el horizonte del represivo centralismo de Madrid, que agota en su tarea de sujeción periférica la mayor parte de su ya escasa atención a los ciudadanos.

El frente único ha de constituir, creo, una potente herramienta en manos de la calle. Algo así como una superestructura ciudadana encaminada a contener los movimientos represivos del poder y enriquecer las expresiones independentistas. Plena democracia para la gran marcha. Pienso que sería malo, empero, que un esfuerzo de este carácter tan significativo se desgaste en problemas cotidianos institucionales, aunque deba emplearse en momentos que puedan resultar significativos para la nación. En cualquier caso la acción de los partidos debe conservarse paralelamente en su singularidad.

El frente único facilitaría asimismo una mayor representatividad en el ámbito internacional. La existencia activa de una gran masa ciudadana en el mundo político aparejará ventajas indudables. El número es muy importante en política porque es obvio que multiplica y amplía la voz. Sin embargo, creo que lo peor que puede acontecer a una opción política tan importante como el independentismo es multiplicar la cifra de sus variables ideológicas en la hora de la acción. Ser o no ser. A este respecto bueno es subrayar que la dificultad fundamental para entenderse con los partidos unionistas, o partidos españoles, e incluso con unas ciertas muestras de nacionalismo es su radical forma de apiñarse frente a la pretensión soberanista.

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