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«La persona que más me ha impactado ha sido el Dalai Lama»

97.000 kilómetros, 43 pares de botas, 63 años, miles de arrugas surcando una geografía humana labrada por vientos de cuatro de los cinco continentes. Nacido en la localidad gaditana de Puerto de Santamaría José Antonio García Calvo, rebautizado en el imaginario de las rutas con el italianizado José Pellegrino, comparte con nosotros un alto en su travesía personal.

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Koldo LANDALUZE | DONOSTIA

A Homero le debemos la concepción de lo que se consideró con posterioridad como viaje iniciático. Su Ulises, emparentado directamente con otros ilustres trotamundos como el Alonso Quijano imaginado por Cervantes, originó un singular club establecido en ningún lugar en el que cobran especial relevancia personas anónimas que engrandecen y dan sentido al fin último de la palabra «viaje» siempre, nuestro viaje tiene un punto de partida, aunque el retorno definitivo a Ítaca todavía no figura en el cuaderno de bitácora de nuestro protagonista, José Antonio García Calvo, más conocido en el microcosmo de los caminantes sin brújula como José Pellegrino.

Decíamos que este viaje tiene su lógico punto de partida, el primer día de enero de 1999. Entre las gélidas y embravecidas aguas de Noruega. Aquel día, un bacaladero llamado «Revolución» naufragaba en Cabo Norte.

Aferrado a dos cuerpos sin vida, el último superviviente del «Revolución» rogó a la siempre recurrida Virgen del Carmen que le librara de aquella muerte segura, ha cambio, recorrería todas las rutas de peregrinación que circundan el planeta. Dicho y hecho, a falta de trompetas celestiales, un helicóptero le rescató de entre los muertos.

Treinta minutos más y hubiera muerto como el resto de mis dieciséis compañeros. Permanecí nueve horas en aquellas aguas heladas y tuve que estar ocho meses en una cámara hiperbárica. Como consecuencia de las congelaciones, pasé un año en silla de ruedas y dos apoyado en muletas. Cuando finalmente las solté, ya no paré de andar. Un médico me dijo que jamás volvería a caminar... creo que se equivocó.

Desde entonces, su viaje ha consistido en recorrer todas las rutas de peregrinación.

Sí, algo parecido. Este viaje que parece que nunca se acaba me ha enseñado a respetar a las personas más que a los lugares llamados «santos». Me considero un católico no practicante que se ha sentido fascinado por otras culturas y religiones. Por ejemplo, el Camino Francés se ha transformado en una ruta para sacar dinero a los peregrinos: hoteles, restaurantes... también hay muchos turistas que se disfrazan de peregrinos cuando emprenden esta ruta. Creo que no buscan la esencia del camino...

¿Y usted? ¿Ha encontrado el fin último de su viaje?

Sí, ese fin último soy yo mismo. Me he encontrado a mi mismo y eso creo que justifica el sentido del viaje. No me he encontrado gracias a una luz redentora, ni nada por el estilo... lo sentido en compañía de otras personas muy diferentes a mi es lo que me ha ayudado a no desconfiar en el ser humano. Eso es algo que no puedo decir de los curas que sacan jugosos dividendos del negocio terrenal que tienen montado en muy diversos lugares del mundo.

Imagino que resultará difícil destacar una secuencia mágica he imborrable de este viaje de más de 97.000 kilómetros.

No [sonríe]. Es muy fácil. Mi encuentro privado con el Papa Juan Pablo II y con el Dalai Lama en el Tibet. Roma, el Vaticano... es impresionante. Lo observas y parece que quiere sepultar al Hombre... resultó curioso ver que en su interior, dirigiendo aquella especie de Estado terrenal de Dios, había un hombre como Juan Pablo II. Fue muy amable conmigo... yo le dije que desconfiaba de los curas y él me respondió que no era cura, que él era Papa. Lo dijo con una sonrisa, por eso interprete que él mismo también desconfiaba de muchas cuestiones relacionadas con la Iglesia que dirigía.

Transmitía una calidez muy singular y similar a la que sentí cuando abracé al Dalai Lama, un hombre muy humilde y alejado del protocolo. Yo creo que el Tibet es el lugar que más me ha marcado. Sus gentes, a pesar de la pobreza, se muestran siempre solidarios en su humildad, sonríen, te saludan constantemente... sentí mucha paz interior en aquellos paisajes majestuosos, fascinantes.

Usted es una especie de antítesis de aquel Phileas Fogg que Julio Verne imaginó para su novela «La vuelta al mundo en 80 días».

Sí [ríe, en realidad ríe durante toda la entrevista]. Yo no tengo reloj. No tengo prisa... me gusta caminar, disfrutar con lo que me depara el día al comenzar la mañana. Soy feliz durmiendo bajo un árbol, a veces no me puedo permitir pagar un hostal, o mi alegría aumenta cuando alguien a quien no conozco y a miles de kilómetros de distancia de mi casa, se ofrece darme abrigo y comida por una noche. He recorrido varias veces la distancia del planeta, siempre a pie... nunca he utilizado transporte alguno, ni siquiera bicicleta. He recorrido Europa, Asia, Oriente... hizo peregrinación a la Meca, pero no puede entrar en la gran mezquita. Incluso he recorrido parte de Latinoamérica, Argentina... Nada de barcos o aviones.

En ese instante, imagino a Juan Pellegrino -cual Mesías- caminando sobre las aguas. Acaba de decir que no ha utilizado barco o avión alguno... ¿Argentina?

Utilicé un trineo tirado por perros. Crucé Siberia y llegué a Alaska a través del estrecho de Bering que es transitable cuando se encuentra congelado. Después, resultó más fácil la ruta hacia Argentina. Unos esquimales me cedieron gentilmente aquel trineo y sus perros. Ya sólo me falta Oceanía... aunque es un destino que se aleja de mis intenciones y posibilidades.

Fruto de esta odisea particular es un libro que, actualmente, se encuentra escribiendo.

Se titula «Los tres enemigos del peregrino: los curas, los perros de dos patas y los pies». Creo que resume bastante bien todas las emociones y sentimientos encontrados que he encontrado en mis rutas. Ahora mismo se encuentra en su última fase de escritura. En realidad, me está ayudando Jesús Quintero. Bueno, en realidad, yo le envió todo lo que se publica sobre mi en los periódicos, le describo lo que vivo y él se encarga de darle forma. Es una hermosa colaboración que en breve concluiré, en cuanto regrese a mi hogar.

Ahora mismo se encuentra, una vez más en el Camino.

Me gusta mucho más el Camino a Santiago por la Costa. Me encantan estos paisajes y no está tan masificado como el Camino francés. Aquí todavía es posible encontrar ese sentido del viaje que te decía al comienzo. Durante todos estos años, he hecho grandes amistades y, en muchas ocasiones, me encuentro con ellas en rincones como este de Zumaia. Aquí encuentro buena gente, solidaria y simpática. ¿Qué más puedo pedir? Además, me encargo de ayudar en los albergues de peregrinaje como el de Irún. Ahora voy camino de Bilbo pero, regresaré a Irún porque necesitan mi ayuda... pero regresaré en tren. Mis pies están un poco castigados.

Siempre sonriente, José Pellegrino recoge una mochila que un día perteneció al ejército italiano y comparte conversación con un grupo de peregrinos siempre dispuestos a escuchar las anécdotas de este trotamundos que, un buen día, olvidó el reloj y la brújula.

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