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Iñaki Gil de San Vicente | Pensador Marxista

Lucha de clases y violencias

El autor explica el paso operado en nuestra sociedad del «homo homini lupus» al «homo homini mercator», que se se hace visible, a su juicio, en la decisión de la burguesía vasca de retrasar la firma de convenios colectivos y la consiguiente amenaza de desaparición de los derechos laborales y salariales construidos a través de años de luchas.

Alrededor de 350.000 trabajadoras y trabajadores de la CAV están sufriendo una premeditada agresión psicosomática por parte de la burguesía de este territorio, mientras que en Nafarroa varios miles más ven cómo empeoran sus condiciones de vida y trabajo debido a la enésima claudicación de UGT-CCOO frente a la patronal. En esta parte de Euskal Herria, la clase trabajadora explotada en la industria y por extensión el conjunto de la clase trabajadora ya sabe que su presente ha empezado a ser peor que su pasado inmediato, con lo que se endurece la agresión capitalista en la cotidianeidad. Otras naciones oprimidas sufren esencialmente lo mismo, por ejemplo, en Catalunya alrededor de 120.000 trabajado-ras y trabajadores de sanidad y transporte se encuentran en la misma situación, y Galiza y otros pueblos no les andan a la zaga. El bloque de clases dominante en el Estado español está aplicando masivamente los nuevos instrumen- tos de violencia puestos a su disposición por las llamadas «reformas» del PP, eufemismo que oculta nada menos que la intensificación del ataque general del capital contra el trabajo.

Cualquier valoración de la situación de las clases explotadas exige tener en cuenta, como mínimo, cuatro tendencias insertas en la lucha de clases: el contexto socioeconómico y político, la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, el nivel de pobreza relativa y absoluta y el nivel de precariedad social. Las tres primeras dinámicas dependen de la lucha de clases; pero la cuarta, dependiendo también de ella, se caracteriza sobre todo por ser una dinámica ineluctable del modo de producción capitalista en concreto, y de todo modo de producción basado en la propiedad de las fuerzas productivas, en general. En el capitalismo, la precariedad vital tiende ineluctablemente al alza debido a la ciega e irracional necesidad objetiva al máximo beneficio burgués, lo que exige la mercantilización de toda la realidad.

Las violencias que el capital ejerce sobre el trabajo, desde la sorda coerción laboral, hasta el terrorismo fascista pasando por el patriarco-burgués y, sin extendernos, por las culturales, simbólicas, mediáticas... inherentes a la democracia burguesa, tienen como objetivo reforzar preventivamente la efectividad ordenancista y pacificadora de la alienación y del fetichismo. Conforme la pacificación se debilita ante el ascenso de la lucha popular, el Estado va centralizando y concentrando sus violencias y las paralegales y extralegales ejercidas por la burguesía. El Estado es, entre otras cosas, el centralizador estratégico de todas las sutiles y brutales violencias del capital en cuanto relación social que se expande devorando trabajo vivo, de modo que en los períodos de orden y pasividad permite que muchas agresiones cotidianas difícilmente perceptibles actúen con relativa autonomía, invisibles a simple vista, y reforzando la apariencia democraticista y parlamentarista; pero cuando la crisis irrumpe y con ella aparecen al alza las prácticas defensivas populares, el Estado acelera la centralización estratégica y táctica de sus múltiples recursos. Buena parte de las «reformas» del PP, del PSOE y de UPN y PNV, son síntesis de violencias menores concentradas en otras más amenazantes que anuncian represiones más destructivas. El nuevo código militar que va a imponer el PP es un devastador ejemplo.

Cuando hablamos de la agresión psicosomática que supone la deliberada posposición burguesa de la firma de los convenios colectivos no hacemos sino profundizar teóricamente en la tendencia históricamente ineluctable al aumento de la precariedad vital del pueblo trabajador. La precariedad vital es la absoluta indefensión humana ante el destino social en su peor sentido, el de ser un objeto pasivo en manos de la irracionalidad capitalista. Ningún dios creado por la alienada mente humana ha alcanzado nunca el poder terrorífico de la precarización existencial de la fuerza de trabajo en el capitalismo, ni siquiera Moloch que engullía niños vivos para quemarlos en su entraña. La civilización burguesa engulle fuerza de trabajo y la mantiene viva dentro de la explotación directa, en su horno, pero también en la explotación indirecta que se sufre en la cotidianeidad realmente subsumida en la reproducción ampliada del capital. La más espeluznante descripción del Infierno o de Cthulhu palidece ante los dañinos efectos psicosomáticos de la precarización capitalista por el simple hecho de que es prácticamente imposible que alguien se suicide, se vuelva drogodependiente o ludópata, caiga en una insondable depresión, aplique el terrorismo machista y/o racista... por leer a Dante o a Lovecraft, aunque pueda disfrutar de un controlable temor difuso con estas fantasías alucinantes.

La pobreza creciente, el desempleo estructural, el deterioro psicosomático, la infelicidad en aumento, el retroceso de las capacidades sexo-afectivas por el impacto de la crisis y las inquietudes y miedos que genera, el aumento de la prostitución y la delincuencia social como recursos desesperados, la multiplicación de drogas químicas baratas, la denominada «generación perdida», el retroceso legal o práctico de derechos elementales que ya no pueden practicarse por el empobrecimiento como el divorcio, la cultura, el tiempo libre, la proliferación de las tensiones cotidianas intrafamiliares y matrimoniales, en la misma convivencia social, son realidades estructurales en aumento y de casi imposible reversión, a no ser mediante la lucha revolucionaria contra la civilización del capital. Un infierno en vida que decenas de miles de familias trabajadoras saben que empeorará aún más cuando la burguesía endurezca su dictadura salarial.

Violencias especialmente dañinas inherentes a la precarización son las que surgen del tránsito del incipiente capitalismo comercial de Hobbes, con el lema homo homini lupus, al imperialismo financiero-industrial actual con el lema homo homini Mercator. El primero reflejaba las limitaciones históricas de la penetración del fetichismo incipiente, incapaz de comprender que el humano burgués llegaría a ser un mercader frío y calculador, con mente y deseo financiarizados, que lo reduce todo al precio de la mercancía. El lobo es social, el financiero es antisocial, llevando a su última expresión el lema «todos contra todos». El shakesperiano Mercader de Venecia jamás sospecharía el salto cualitativo que supuso la financiarización imperialista, el FMI, el BM, Walt Street, la UE, el club Bilderberg... y el egoísmo insolidario, racista, del voto popular que gira al neofascismo. Un voto que baila alegre entre las violencias cotidianas que él mismo justifica. Cuando la burguesía vasca, también la pequeña a la que no nos atrevemos a criticar, retrasa con delectación sádica la firma de los convenios muestra cómo ha avanzado del homo homini lupus al homo homini Mercator.

Ahora bien, hasta aquí solo hemos estudiado una parte del problema ya que la otra es la decisiva actuación del imperialismo franco-español contra el pueblo trabajador vasco. Una sin la otra no se sostienen. El salto de las violencias hobbesianas a las financieras actuales solo ha sido posible en Euskal Herria gracias a la simbiosis entre la burguesía vasca en ascenso y el imperialismo español y francés. La memoria popular lo sabe y por esto, para borrarla, el Estado español ha multiplicado la guerra cultural para imponer la mentira y la amnesia histórica en algo vital como es la conciencia sabia y cierta del origen de las violencias que padece nuestro pueblo, de las causas e intereses que la mantienen y la actualizan por medio de la precarización de nuestra existencia, entre otras prácticas.

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