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Nadador de fondo que busca su estilo

Ramón SOLA

Kike Sola Clemente -dos apellidos que remiten a sendos mitos del Athletic- fue nadador antes que futbolista. Como herencia le quedó una potente musculatura que es su primera carta de presentación visual y que parece a todas luces excesiva para un futbolista. Se cuenta que uno de sus entrenadores en las categorías inferiores de Osasuna tuvo que recomendarle que dejara el gimnasio si no quería arruinar su carrera.

Fue campeón navarro de 100 metros en mariposa y en estilos. A los doce años tuvo que elegir, se quedó con el fútbol y acertó, pero ha tenido que dar muchas brazadas hasta conseguir un gran contrato profesional. Al menos dos veces ha estado a punto de ahogarse antes de llegar a esa orilla. La primera fue cuando abandonó Lezama en 2003 tras no sentirse suficientemente valorado por el entonces entrenador del juvenil B. Volvió al pueblo, Cascante, a 104 kilómetros de Iruñea, y a un equipo, el Aluvión, acostumbrado a oscilar entre Tercera y Preferente, fuera de todos los radares futbolísticos.

Sola sobrevivió futbolísticamente en los remolinos de la Tercera hasta que dos años después Cuco Ziganda se acordó de él y lo rescató para Tajonar. Jugó dos temporadas con el Promesas en Segunda B, una a las órdenes del de Larraintzar y otra a las de Martín Monreal. Dos estilos diferentes que fueron puliendo al ariete, con el que ambos reconocen que pasaron muchas horas. Aunque no figurara en demasiadas quinielas para dar el salto, Ziganda tuvo el olfato de hacerlo debutar en Primera en el penúltimo partido de la 2006-07. Osasuna se acababa de salvar matemáticamente y visitaba a un Betis que se jugaba el descenso, uno de esos partidos que parecían decantados para el más necesitado. Osasuna ganó 0-5, entre otras cosas gracias al hambre de Kike Sola, que marcó dos goles tras salir al campo en el minuto 69 por Webo.

Al estreno rutilante le siguieron un par de años en los que no acabó de despuntar, así que en verano de 2009 -ya con 23 años- Camacho optó por mandarlo a foguearse a Segunda, al Numancia (aunque curiosamente más cerca de Cascante, donde ha seguido viviendo hasta ahora, que Iruñea). Parecía una buena elección, pero después de arribar a Los Pajaritos los sorianos ficharon también al gasteiztarra Iñigo Velez, que precisamente venía del Athletic, y fue este quien acabó llevándose la titularidad. Frustrado, a mitad de temporada el ribero se marchó a Grecia, a un equipo muy menor, el Levadiakos, que luchaba por la permanencia en Primera. Volvió encantado con los paisajes helenos, pero dejando en Tajonar más dudas que nunca. Sin embargo, tampoco esta vez zozobró. Convenció en pretemporada a Camacho para quedarse y terminó despuntando en la segunda vuelta con la llegada de Mendilibar. En los últimos once partidos hizo siete goles que fueron básicos para la salvación de Osasuna, sobre todo los dos ante el Sevilla en el antepenúltimo partido de Liga, cuando un 0-2 en el descanso mandaba a los rojos a Segunda.

Tal racha delató a un jugador que las tiene de todos los colores, en parte por su masa muscular y en parte por sus altibajos de confianza (sus entrenadores en Lezama ya advirtieron cierta tendencia a irse de los partidos). Cuando está fino y centrado, como a mitad de la pasada temporada, su rendimiento es óptimo. Pero en los diez últimos partidos de la pasada Liga terminó alterando a la grada rojilla, pesado en los movimientos y despistado quién sabe si por el runrún del interés del Athletic. El mismo jugador de los golazos al Espanyol, Getafe, Rayo o Zaragoza acabó fallando una ocasión increíble ante los periquitos.

Al excampeón de 100 estilos también le dejó eso su etapa como nadador: hace de todo pero sin ser un especialista deslumbrante en nada. Por su apariencia puede parecer un tanque, pero que nadie espere un Llorente. Tampoco es Toquero, como demuestra el gol de Cornellá con dos regates de lujo a defensa y portero en el área, o el que le metió al Rayo yéndose en carrera y cruzando con el exterior al palo contrario, una de sus jugadas preferidas. Le faltan el nervio y la chispa de, digamos, «Txingurri» Valverde. Y ha dejado algunos cabezazos notables con sus 185 centímetros, pero lejos de ser otro Aduriz.

Con Mendilibar ha jugado básicamente de espaldas, cayendo mucho a banda y presionando a muerte -una labor en la que no aparenta estar muy cómodo-, por lo que no se acaba de saber si puede ser un goleador. Se sabe, en fin, que Kike Sola es un nadador de fondo, pero es ahora, a los 27 años, cuando le llega la hora de definir estilo y esprintar, la gran oportunidad de hacerse un jugador importante.

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