GARA > Idatzia > Iritzia> Jo puntua

Jon Odriozola | Periodista

Tiene que llover

 

El último libro del periodista -y amigo- Alfredo Grimaldos titulado «Claves de la Transición (1973-1986)», subtitulado «De la muerte de Carrero Blanco al referéndum de la OTAN» (Editorial Península) es un imprescindible vademécum que debería leerse en las escuelas para que la muchachada supiera -se sobreentiende que estoy escribiendo un poema- de qué barros vienen estos lodos. Ya sólo la Introducción compendia y aclara en qué ha consistido el timo de la cacareada -como gallina clueca- y «modélica» Inmaculada Transición dizque II Restauración.

Muerto Franco, se creyó que periclitó el franquismo y hubo esperanzas rupturistas pero, como dijera aquel, «fuese... y no hubo nada». O, mejor dicho, más de lo mismo socolor de acojonar al personal con el «ruido de sables» mientras, a la vez, se cambiaba la fea fachada nítidamente franquista. Llegó más cacareo ergo la «democracia», que acá todo es cacarear, de la mano de encantadores de serpientes prestidigitadores franquistas metamorfoseados birlibirloquescamente en «demócratas» con la fundamental ayuda de trileros felipes y carrillos y demás vendedores de crecepelos del wild west que eran la «oposición»... domesticada, vendida. Judas, al menos, tuvo el detalle de ahorcarse. A estos quinquis les pondrán calles.

La Transición española tiene turiferarios que le escriban. Pero son pocos quienes la cuentan como Grimaldos (cuya pasión, por cierto, es el flamenco y Tony Leblanc, como buen madrileño). Los primeros des-cuentan; Grimaldos cuenta. Y, como se dice ahora, relata lo que no ha sido sino el enésimo ejercicio de la clase dominante de lampedusismo: cambiar algo para que todo siga igual en lo fundamental: el gatopardismo. Como escribe Máximo Relti «la táctica de los reformistas pertenecientes al aparato de Estado franquista, empeñados en desactivar al enemigo, termina alcanzando sus objetivos: no hay ni ruptura, ni corte histórico, ni depuración de los aparatos represivos». Lo dicho: fuese... y no hubo nada.

O, como diría el inmenso Bergamín, lo que había -muerto Franco- era un cadáver cuyos gusanos se alimentaban comiéndoselo. Un régimen en descomposición, una gusanera, una especie caníbal, coprofágica.

Mussolini murió en mala postura (volteado). Hitler se suicidó. Hubo, algo es algo, un Nüremberg. También en Japón. ¿Y Franco? El Generalísimo murió -entubadísimo- en la cama. Esto es, desde luego, una simplificación que no explica las complejidades históricas de un o cualquier proceso (algo a lo que ayuda el libro de Grimaldos), pero dice bastante. Igual que el celebérrimo «atado y bien atado». Como bien saben el hoy actualísimo Griñán cuyo padre era escolta de Franco. O Bono, hijo de un falangista. O Chaves, hijo de coronel franquista de Artillería. O Jesús Posada, el presidente del Congreso, hijo del gobernador civil de Soria. O Aznar o Rita Barberá o Trillo o todos los ministros del gobierno actual de Rajoy. Todos hijos de fatxas. Menos el puto amo: Bárcenas. Puro hedor. Tiene que llover a cántaros.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo